LA HABANA, Cuba.- En la década de los 80, considerada la del, ficticio, “reino de la abundancia”, en el habanero mercado Centro se hacían muy largas colas para el pescado, pero no todos podían comprar allí. Sin embargo, a través de la libreta de racionamiento, el pescado, cuando aparecía, era vendido a precios módicos y subsidiados.
En ese mismo periodo se discutió sobre el tema de “la Globalización y el no pago de la Deuda Externa”. Esto implicó serias discrepancias con algunas de las naciones que habían prestado grandes capitales al régimen cubano.
Varios países llegaron a acuerdos para embargar cuentas bancarias de Cuba en el exterior y para decomisar las naves marítimas. Este fenómeno provocó la drástica disminución de la flota pesquera y la marina mercante cubanas.
Con la crisis de los noventa, desaparecieron los alimentos esenciales, entre ellos el pescado, que pasó a ser un rubro del mercado negro. El gobierno buscó soluciones desesperadas. Se propuso la construcción de estanques para el cultivo de especies acuícolas como la tilapia y el camarón o langostino. En ese periodo se comercializaron las llamadas croquetas “saltarinas” o “explosivas”.
Pero las distintas inventivas oficiales no han logrado, hasta hoy, paliar la carencia de vitaminas de origen marino que sufre la población. Se crearon los centros reproductores de alevines en el sistema de presas fluviales del país. Se implementaron mini industrias locales aledañas a éstas, para la elaboración de productos derivados.
Para rematar, desde la lejana China se introdujo una especie fluvial llamada Claria, o pez gato, con el objetivo de acabar con las plantas en el lecho de los ríos. Pero en vez de acabar con las plantas, esta especie comenzó a destruir la fauna acuícola autóctona. La Claria se instaló como el pez devorador de todo. Porque en bajas aguas se arrastra y engulle lo que encuentra a su paso.
Hoy, solo en determinados hoteles y en la red de restaurantes particulares, se puede apreciar la diversidad y riqueza de nuestros productos marinos. Las especies como el pargo, la aguja, el pintado, el bonito, la albacora, así como el camarón, la langosta y los ostiones, son asequibles a precios estratosféricos.
Recuerdo que hace unos años, en la década de los noventa, la orquesta de música popular bailable NG La Banda colocó un hit cuyo estribillo decía así: “¿Quién se come el calamar?, la gente de Miramar”.
La reducida libreta de racionamiento sigue anunciando en sus páginas un pescado que nadie ha vuelto a ver. En su lugar, los establecimientos estatales venden otra especie animal: “pollo por pescado”. El mar que circunda la isla sirve a sus habitantes solamente para bañar las penas, y también como vía de escape o como paisaje para la nostalgia.
Cuba, un archipiélago dentro de una plataforma insular, posee una rica fauna, con diversidad de especies marinas. Sin embargo, el pueblo ha pasado medio siglo añorando los productos del mar.