LA HABANA, Cuba, agosto, www.cubanet.org -En Tras la huella, la serie policial de las noches de domingo en Cuba Visión, un súper equipo de súper policías y su “agentura”, desparramada por todas partes, resuelve los casos con la celeridad que dictan los plazos perentorios de la jefatura. Disponen para ello de la más novedosa y sofisticada técnica policial. Actúan de modo profesional: imperturbables, sin excesos ni errores.
Si usted vio un programa, es como si los hubiese visto todos: los anteriores y los próximos.
Más que un sucedáneo nacional de CSI, Tras la huella es una mala caricatura, que no consigue moralizar y menos aún entretener.
En 1979, Jesús Cabrera logró que muchas cubanas suspiraran por el súper agente David, el James Bond en versión castrista que encarnaba Sergio Corrieri, y que los hombres con complejo de inferioridad, para hacerse más interesantes, adoptaran aires de segurosos. Por entonces, teníamos poco para comparar y menos para entretenernos.
Tras la huella, también dirigido por Cabrera, no provoca suspiros ni desvelos, como hace treinta y tantos años En silencio ha tenido que ser. El policial de la noche dominical sólo provoca bostezos y cabezazos. O que cambiemos de canal, para ver una película, deportes o los reportajes de Telesur, que ahora hay un poquito más para escoger.
A Jesús Cabrera y los demás realizadores de Tras la huella no los han favorecido las nuevas tecnologías ni su aparente conocimiento del mundo del MININT. Ni siquiera los buenos actores salvan el programa. Blanca Rosa Blanco, Roberto Perdomo y Omar Alí no son magos. Con tales guiones, ni Meryl Streep saca a flote un programa.
A inicios de los años 90, el excelente trabajo de Alberto Pujols logró el milagro de que un chivato resultara simpático a los cubanos. Pero Tavo, soplón infiltrado en el hampa habanera, tenía una historia y conflictos familiares que lo hacían creíble. No sucede así con los policías del súper equipo de Tras la huella, que de tan asépticos, es como si hubiesen venido de otro planeta.
Se supone que un policía revolucionario no puede dejarse llevar por blandenguerías ni tener problemas personales. En todo caso, si los tiene, los debe dejar en la puerta de la unidad.
Cuando en el guión tratan de hacer guiños a la humanidad de los personajes, incurren en ridículos. Como hace años, en un programa, cuando a una sugerencia de la atractiva Mayor al adusto Coronel sobre la posibilidad de rehacer su vida personal, éste respondió con gestos de estreñido y evasivas que recordaban los ejercicios espirituales de San Ignacio de Loyola.
Desde los años 60, para meternos mejor el policía en el alma, nos lo colaron también en la pantalla del televisor. Su objetivo: recordarnos permanentemente la infalibilidad de la policía en la aplicación de la legalidad revolucionaria. Advertirnos que el MININT nos vela, que se las saben todas y que si fallamos, no habrá escapatoria.
Con mayor o menor suerte, Sector 40, Móvil 8, Julito El Pescador, Día y Noche y otros han desfilado por la TV cubana. En todos ellos, los aguerridos guardianes de la revolución, secundados por legiones de entusiastas chivatones, combaten sin cuartel a delincuentes y contrarrevolucionarios. Da igual si son una cosa u otra. En definitiva, todos son absolutamente perversos.
Un detalle curioso es que los delincuentes de Tras la huella generalmente son negros o mulatos, usan trenzas, practican la santería y visten ropas Made in USA.
También es muy curiosa la visión de “los buenos”. La gran imposibilidad de los realizadores es lograr insuflar vida a sus maniquíes uniformados. Parece que de tanto bregar con los agentes del MININT y asesorarse con ellos, han olvidado cómo son los seres humanos. Incluso los policías. Quiero decir, los que se ven en la calle.