LA HABANA, Cuba, julio, www.cubanet.org -Se ha hablado muchísimo en los últimos meses sobre Víctor Mesa, el nuevo “zar” del béisbol cubano, el actual “rey de los campos cubanos” (de pelota) ungido con la bendición del gobierno, tan autoritario como él; pero es conveniente enumerar algunos de los actos y procedimientos que demuestran esa gracia desde lo alto y la vocación despótica de quien fuera tan brillante y aclamado deportista.
Es cierto que desde antes de ser director de un equipo siempre tendía a comportarse de modo pendenciero y a erigirse en centro de discrepancias, por su talante explosivo y su actitud desaforada; sin embargo, en los últimos tiempos —y según la máxima de que solo se conoce verdaderamente a alguien cuando tiene el poder en sus manos—, los instintos más retorcidos de su personalidad han salido a flote con total transparencia.
Hace poco, un amigo, que atleta fue en su primera juventud, ducho en datos estadísticos y observador imparcial y perspicaz del “pasatiempo” o “espectáculo” nacional, además de otros deportes, detallaba, poniéndolos en perspectiva, algunos de los ejercicios de abuso de poder, de errática conducción y de flagrante nepotismo llevados a cabo por el hoy famoso director del equipo Cuba de béisbol.
Por ejemplo, cuando sacó del team al pitcher Yoandri Portal, lo hizo sin darle ninguna explicación, como declaró entonces el mismo pelotero, y la Comisión Nacional se prestó a dar el argumento de que Portal resultó baja a causa de una hepatitis. No obstante, sorpresivamente, unos días después, el diario Juventud Rebelde publicó una entrevista donde el pitcher desmintió esa información y declaró encontrarse en perfecto estado de salud.
En otra ocasión, cuando durante el último Clásico de béisbol ubicó a un cuarto bate natural de la talla de Alfredo Despaigne en el sexto turno, su decisión, además de totalmente arbitraria, terminó siendo también, a la larga, una disposición equivocada por completo, según demostró el hecho de que Despaigne quedara al final como el mayor jonronero de Cuba en aquella importante lid internacional.
Sin embargo, más asombroso aún habría de ser el producto de la complaciente mezcla de sentimientos paternos y voluntarismo: un nepotismo ostensible que abunda en otros medios, pero que no es tan frecuente hallar en los terrenos de pelota, como es el caso con su hijo dilecto Víctor Víctor (¡y vaya la insistencia patronímica!).
Ante todo, vimos cómo Víctor Mesa puso a jugar a su forzado heredero como integrante regular del equipo Matanzas y lo dejó inamovible en los jardines, primero, después de quitar al prometedor Ariel Sánchez (limitándolo al papel de bateador designado, lo cual iba contra el desarrollo de ese excelente pelotero de la Preselección Nacional) y, luego, llevando al junior al jardín central en sustitución del ya center field del equipo Cuba Guillermo Heredia, a quien envió para el jardín derecho.
Y ese puesto de integrante regular del equipo para el bisoño Víctor Víctor se mantuvo irrevocable durante toda la Serie Nacional, lo mismo que si el muchacho hubiera cumplido con todas las expectativas, a pesar de que llegara a batear con un average por debajo de 200, cosa peculiarísima en relación con un novato.
Y no menos estupor causó, subraya el buen observador, que Víctor Mesa y su retoño hayan sido autorizados a portar, ambos, el mismo número, el 32, lo cual implica, por supuesto, que haya un número repetido dentro un solo equipo (¡vaya manía de redundancia!).
Convertirse en “zar” de la pelota cubana, según la última concesión que se le ha hecho como manager del equipo Cuba durante cuatro años, significa que Víctor Mesa pasa a ser el protagonista indiscutible del llamado mayor espectáculo en el país. Eso quiere decir que es un incondicional del poder político. Y si bien, por su efervescente carácter y su impune y grosera agresividad, puede resultar temible para jugadores, para otros directivos, para árbitros y hasta periodistas deportivos, de seguro ante sus verdaderos manejadores se comporta con mucha más moderación y deviene subordinado absolutamente confiable y predecible. Por algo le perdonan que sea tiranuelo en la ínsula Barataria del béisbol nacional.
Pero, como tantos, en realidad no es más que un soñador despierto cuando se muestra tan achispado con el poder enorme que cree que beberá insaciablemente mientras quiera. Muchos otros antes que él, en campos de juego de todo tipo y hasta de mayor “seriedad”, vieron decretada, igualmente desde lo alto, una profunda resaca, repentina e inapelable, que los arrastró de vuelta a las tinieblas, lejos de todo ámbito cortesano, porque siempre hay artes más breves que la vida.