LA HABANA, Cuba. – En la calle O, entre Línea y 17, del Vedado capitalino se alza el más esbelto de los inmuebles construidos durante la etapa republicana. El Someillán, el Focsa y el Habana Hilton fueron la tríada que dio forma al característico skyline habanero, cuyo vertiginoso desarrollo no se concretó porque llegó Fidel Castro y mandó a parar.
Erigido en el año 1957 por los arquitectos Fernando R. de Castro Cárdenas y José A. Vila Espinosa, en pleno apogeo del sector inmobiliario bajo la dictadura de Fulgencio Batista, el inmueble de 30 pisos no posee un gran valor arquitectónico per se. Irrumpió en la trama urbana como una expresión de las tendencias constructivas más actualizadas de la época, con líneas sencillas y un planteamiento vertical.
Utilizado desde el inicio como edificio residencial y de oficinas, varios aspectos lo hicieron atractivo y rentable: ubicación céntrica y exclusiva, cerca de los mejores hoteles de La Habana ―Capri, Nacional y Habana Hilton―; garajes, apartamentos espaciosos, bien iluminados y, sobre todo, con una imponente panorámica del Malecón y la ciudad.
Rodeado por edificaciones de menor tamaño, algunas inscritas en el eclecticismo apaisado de la primera modernidad, otras más cercanas desde el punto de vista estilístico, el mérito del Someillán, según varios especialistas, radica en su diálogo con el entorno arquitectónico y urbanístico que lo rodea. Asimismo, constituye uno de los pocos ejemplos de “rascacielo tropical” con que se planeaba llenar el litoral.
Tras años de remodelaciones acometidas por la inmobiliaria PALCO, en el año 2015 y con las brisas del deshielo diplomático entre Cuba y Estados Unidos, corrieron rumores de que el recinto se convertiría en una de las residencias de la embajada estadounidense en La Habana. Según documentos del Departamento de Estado, el penthouse fue alquilado por el gobierno estadounidense, que corrió a cargo de su remodelación y la de otros apartamentos.