LAS TUNAS, Cuba. — Por estos días, con cientos de cubanos temerosos de ser deportados desde Estados Unidos hacia Cuba —y con otros ya fueron transportados a la isla-cárcel—, viene a mi recuerdo otro cubano, emigrado también, pero con mejor suerte: Roy Luis Molina Campos.
Gracias a las bondades de la Ley de Ajuste Cubano, Molina Campos, o Roy Molina, como es conocido “popularmente” en Puerto Padre, posiblemente ya tenga su tarjeta verde (de residente permanente) en el bolsillo, porque, como se sabe, luego de ser inspeccionado por las autoridades en la frontera y demostrar miedo creíble que sustente un proceso de refugio político, después de permanecer un año en suelo estadounidense, cualquier cubano puede solicitar la residencia en ese país sin necesidad de probar en Corte que, efectivamente, es un perseguido por razones políticas, religiosas u otras causas.
Roy Molina es un viejo conocido de los lectores asiduos de CubaNet, ya que fue el primer secretario del Partido Comunista de Cuba (PCC) en el municipio Puerto Padre. El miércoles 23 de octubre de 2013 publicamos en este diario el artículo titulado Entre el permiso y la censura, una crónica sobre una presentación suya y del entonces secretario ideológico Manuel Pérez Gallego, actual jefe del PCC en Las Tunas.
En aquella ocasión, ambos sacaron a la luz un libro de historias de Puerto Padre que aborda los despidos masivos de trabajadores azucareros mediante el Plan Truslow en el otrora Central Delicias —de propiedad estadounidense, rebautizado luego de su expropiación “Antonio Guiteras”—, pero que calla sobre los abusos cometidos con la anuencia del PCC.
El viernes 26 de febrero de 2016, este sitio publicó el artículo Control estatal para la escasez, la historia repetida, donde reportábamos cómo en Las Tunas los vendedores ambulantes de productos agrícolas (“carretilleros”) que vendían su mercancía a precios de mercado habían sido obligados a vender sus productos según un listado confeccionado por las autoridades gubernamentales. A esos comerciantes les dieron tres días para salir de las mercancías adquiridas en el campo. Roy Molina aclaró que tal concesión no incluía “el trasiego masivo de viandas, granos y hortalizas en medios particulares del campo a la ciudad”, porque quienes así actuaran serían enfrentados por la Policía Nacional Revolucionaria (PNR) y los inspectores de la Dirección de Supervisión Integral (DIS).
A Molina Campos lo vimos en la tribuna de la “Plaza de la Revolución” de Puerto Padre, pronunciando discursos “revolucionarios” y entregando certificados de “estímulo” a los “revolucionarios” destacados. Allí estuvo presidiendo actos por el 26 de julio. Fue visto también Roy Molina, junto a Pérez Gallego, en encumbrados conclaves, incluso, en el VIII Congreso del partido castrocomunista.
Cuando Puerto Padre, transformadas sus calles en un basurero por un lado y por otro en una laguna debido a la conjunción de salideros de aguas cloacales y “potables”, fue el segundo municipio de Cuba con más casos de cólera —epidemia que pretendía mantenerse oculta y contribuimos a destapar—, escuchamos a Molina Campos, que en el momento de salir de Cuba mantenía su militancia comunista y ocupaba un cargo de dirección en una empresa de transporte para el turismo, asegurar por la radio: “Miren, el problema no son los residuales”, decir suyo aquel respecto a una ciudad pútrida, apoltronado en la autoridad que le confería su cargo de Primer Secretario del PCC.
Luego, cabe preguntar: Roy Molina: ¿Cuál es su miedo creíble? ¿Por qué usted huyó de Cuba? ¿No es el PCC y la empresa estatal socialista su empleador?
Y no se mal interpreten mis preguntas. No albergan mis sentimientos enemistad contra el inmigrante, sino fraternidad por razones muy cercanas: mis dos abuelos fueron inmigrantes españoles, mis dos hijos emigraron a Estados Unidos, ciudadanos estadounidenses por nacimiento son mis nietos. No vivo en otro país porque creo que debo permanecer en Cuba. Aquí planto arboles, escribo artículos periodísticos y me esfuerzo por escribir libros (aprovecho, de paso, para adelantar la próxima publicación en Amazon de S.O.S, una colección de relatos).
De los 50 estados de los Estados Unidos he visitado 33 y, en ese peregrinar, mis acompañantes se asombraban porque estando en el Instituto Tecnológico de Illinois, en la Universidad Purdue o pasando junto al hospital Walter Reed solía hacer anécdotas de hechos ocurridos en esas instituciones, y es que desde niño, estoy leyendo historia de ese país.
Yo amo a España y a Estados Unidos, pero eso no quiere decir que tenga que irme a vivir a la tierra de mis abuelos o a la de mis nietos: me gusta lo que hago y vivo en Cuba, con muchas dificultades, incluso con riesgos para mi libertad. Y esa razón, me hace despreciar a personas hipócritas como Roy Molina, Eduardo Velázquez Infante y tantos otros falaces que un día persiguen a “contrarrevolucionarios” y a “carretilleros” y otro día se transforman en “victimas”.
En el ya lejano 1989 dije no al régimen y desde entonces jamás he aceptado empleos que disminuyan mi libertad. Y no debo callar cuando debo decir. En el artículo sobre el represor Eduardo Velázquez Infante, pregunté al gobierno de Estados Unidos: “¿Por qué admite y abriga dentro de sus fronteras a violadores públicos y notorios de los derechos humanos, lo que constituye una burla para las víctimas de esas violaciones, y un peligro potencial para esa nación?” Ahora, con tantos cubanos expulsados de Estados Unidos sin causa justa, habiendo admitido las autoridades de ese país a represores del pueblo cubano, reitero la misma pregunta, porque cuando el mayor Eduardo reprimía a cuenta de la Seguridad del Estado, Roy Molina lo hacía en nombre del PCC, entiéndase, del régimen totalitario castrocomunista. No existe diferencia. Y ambos fueron admitidos mientras otros son expulsados.