MADRID, España.- El 23 de abril de 1898, en los terrenos del potrero Pastrana, ubicado entre el Cano y Arroyo Arenas, en La Habana, fueron sorprendidos por una columna española, y perecieron en combate, el coronel del Ejército Libertador Juan Delgado González y sus hermanos Donato y Ramón, también oficiales mambises.
Nacido en Bejucal el 27 de diciembre de 1868, adolescente fue a vivir a Santiago de las Vegas. En enero de 1896 se incorporó a la columna invasora que de oriente a occidente de la Isla encabezaran el Lugarteniente General Antonio Maceo y el Generalísimo Máximo Gómez. Poco después este último autorizó a Juan Delgado a formar una fuerza que operara en la provincia habanera.
Al frente del Regimiento de Caballería Santiago de las Vegas libró importantes acciones, como las de El Rincón, Quivicán, Calabazar, Marianao, el ataque a Bejucal en mayo de 1897 y muchas otras. Pero la que más renombre le daría en la historia de Cuba sería el rescate de los cadáveres de Maceo y su ayudante, el capitán Francisco Gómez Toro, del campo de batalla de San Pedro, Punta Brava; hecho ocurrido el 7 de diciembre de 1896 con la ayuda de 18 mambises que lo siguieron.
Desde el inicio del combate de San Pedro, Juan Delgado sobresalió con una contracarga que hizo retroceder a la caballería española. Luego estuvo al mando del extremo más peligroso del flanco izquierdo, por orden de Maceo. Cuando supo de su caída, al no encontrar superiores, pues impactados por el suceso los generales se habían retirado, encabezó el rescate con una arenga en la que no coinciden exactamente los historiadores, aunque se aproximan en la intención.
Francisco Pérez Guzmán, en su libro La guerra en La Habana apuntó que la frase terminaba: “El que sea cubano y tenga valor, que me siga”. Sin embargo, en una nota aclaró que “Posiblemente sus palabras fueron otras mucho más enérgicas y crudas”.
Los cuerpos sin vida de Maceo y el hijo de Gómez serían velados en la finca Lombillo, cerca de Wajay, y en la madrugada trasladados hasta llegar a la finca del tío de Delgado, Pedro Pérez, quien les dio sepultura con sus hijos y todos guardaron el secreto hasta el fin de la contienda bélica, hecho que pasó a la historia como el Pacto del silencio. El entonces coronel del Ejército Libertador, Dionisio Arencibia, testigo presencial, contó el 8 de diciembre de 1946 para la revista Bohemia, en un trabajo titulado “7 de diciembre de 1896”: “El general Pedro Díaz quería enterrar los cadáveres (…) cerca del Rincón. Juan Delgado se opuso, convenciéndole de que el sitio aquel era peligroso, ya que lo cruzaban constantemente columnas españolas que podían descubrir la huella de la sepultura. Se acordó entonces que Juan Delgado se encargara de señalar el lugar más adecuado (…)”.
De nuevo el joven de solo 29 años (en semanas posteriores a su muerte cumpliría los 30) dirigía la situación, como tantas veces.