LA HABANA, Cuba. — Casi coincide la fecha de la semifinal del Clásico Mundial de Béisbol entre Cuba y Estados Unidos, con la de aquel juego entre una selección antillana y los Tampa Bay Rays, que tuvo lugar en el marco de la visita del entonces presidente, Barack Obama, en marzo de 2016.
Hoy se cumplen exactamente siete años de aquel convite histórico que dio el “sí, acepto” al proceso de normalización de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos, iniciado en diciembre de 2014 con la reapertura de la Embajada en la capital cubana. Por primera vez desde la llegada de los Castro al poder, un presidente de la Unión Americana aterrizaba en La Habana para enviarle al mundo un mensaje muy claro sobre el futuro posible para ambas naciones.
Obama, junto a su esposa Michelle y sus dos hijas, descendieron del Air Force One en una tarde lluviosa, iniciando así una apretada agenda de dos días que incluyó, entre otras actividades, un paseo por el Centro Histórico, una reunión con el dictador Raúl Castro, el mencionado juego de béisbol en el estadio Latinoamericano, y un importante discurso en el Gran Teatro de La Habana, dirigido a la sociedad civil cubana, que puso a temblar a los voceros del castrismo.
En aquella ocasión, Ben Rhodes —asesor adjunto de seguridad nacional en Washington D.C. —, aseguró que Estados Unidos deseaba “hacer el proceso de normalización irreversible”, a pesar de que Cuba seguía protestando por el embargo y la ocupación de la base naval de Guantánamo.
Aquel deshielo pasó a la historia como la gran oportunidad que tuvo el Partido Comunista de Cuba (PCC) de replantearse cuestiones relacionadas con el respeto a los derechos humanos y la posibilidad de conducir al país por la senda de la democracia.
Para Cuba el acercamiento tuvo grandes ventajas. Se crearon ofertas comerciales en telecomunicaciones, un servicio de línea aérea regular, una mayor cooperación en la aplicación de la ley y la protección del medio ambiente. El sector privado cubano experimentó su mayor desarrollo en sesenta años, y fueron muchos los que creyeron que el cambio se hallaba a las puertas.
Han transcurrido siete años y en el archipiélago todo marcha peor. Sobre el denominador común de la necedad castrista se sucedieron el período presidencial de Donald Trump, la crisis “coyuntural”, la pandemia de COVID-19, la invasión a Ucrania, el mayor éxodo en la historia de Cuba y los estertores finales de un sistema que ha demostrado su ineficacia por más de seis décadas.
A pesar de que la administración Biden ha flexibilizado algunas restricciones impuestas por Trump, no parece probable que el nuevo acercamiento produzca resultados similares a los de la era Obama. Lo que sí se ha repetido es la contundente victoria del béisbol de Grandes Ligas sobre una selección cubana.
El 22 de marzo de 2016, los Tampa Bay Rays vencieron a la novena antillana con un respetable marcador de cuatro carreras por una. Ayer, el Team USA venció al Team Asere tras una paliza de catorce carreras por dos en medio de una exaltada polémica por la falta de empatía y compromiso mostrada por varios peloteros cubanos que juegan en ligas profesionales ante la terrible situación política y económica que atraviesa la isla.