LA HABANA, Cuba. – Entre los grandes músicos que ha dado Cuba, Alejandro García Caturla podría ser considerado un verdadero genio, dotado con una determinación a toda prueba y una creatividad que renovaría la música sinfónica cubana durante la década de 1930.
Nacido en Remedios, Villa Clara, el 7 de marzo de 1906, Caturla comenzó a componer en su adolescencia, y a los 16 años ya ocupaba plaza entre los segundos violines de la Orquesta Sinfónica de La Habana, donde continuó sus estudios de solfeo, teoría de la música, piano y canto. Allí conoció a Amadeo Roldán, con quien compartió puntos de vista muy similares sobre la inserción de lo afrocubano en la música de concierto.
Para complacer a su padre llevó a la par sus estudios de música y leyes, sobresaliendo en ambos. Durante sus años en la capital fue pianista en los cines silentes, y ya en la Universidad organizó la Jazzband Caribe, con la cual realizó varias presentaciones radiales y en escenarios selectos. En 1928 continuó sus estudios en París bajo la tutoría de Nadia Boulanger, quien apreció el raro talento del joven para hacer las formas clásicas mucho más interesantes gracias a la polirritmia africana y la libertad del jazz.
Tras un fructífero periplo por Europa, donde conoció a importantes músicos, estrenó obras y ganó enorme prestigio, Caturla regresó a Cuba y a su natal Remedios. Allí vivió intensamente, ejerciendo como abogado para pagar las cuentas y componiendo obras espectaculares, donde cabían por igual la música europea de vanguardia, las descargas de jazz, la percusión afrocubana y suaves melodías evocadoras de la campiña insular; todo desde una visión personalísima, sin ceder a las “comparsas estéticas” del momento.
Su fascinación por la cultura africana se hizo extensiva a su vida íntima. Varias fuentes aseguran que tuvo amoríos con dos mujeres negras, con las cuales engendró 11 hijos a los que reconoció y mantuvo.
Mientras se ocupaba de la vida doméstica y el crecimiento exponencial de su familia, en Europa se estrenaban sus obras con un rotundo éxito de público y crítica. Su febril quehacer en favor de la música lo condujo a fundar, en 1932, la Orquesta Sinfónica de Caibarién, donde dio a conocer obras de grandes maestros europeos, como Mozart, Manuel de Falla, Maurice Ravel y Claude Debussy, entre otros.
Caturla estudió con especial interés las obras del nacionalismo cubano, siendo un gran admirador de los maestros Manuel Saumell e Ignacio Cervantes. En 1938 fue premiada su obra “Obertura cubana”, coronando así una década preciosa para la música de concierto en Cuba.
Su labor como juez le costó la vida cuando contaba solo 34 años. Un individuo al que debía juzgar, lo asesinó de un balazo.
Caturla dejó un extenso repertorio, apenas honrado por las orquestas sinfónicas cubanas en la actualidad. Entre sus obras más notables figuran: “Danza lucumí”, “Obertura cubana” y “Berceuse campesina”.