LA HABANA, Cuba. ─ Cuba es una Isla con 2 500 kilómetros de costas, con numerosas y excelentes playas que son la principal atracción turística del país. En ese entorno, Varadero es el destino por excelencia del turismo internacional. Sin embargo, la mayoría de los cubanos que acuden a ese polo no van a disfrutar de la playa, el sol y el mar, sino para poder comer mejor.
Recientemente, una amiga y su novio, un mexicano que radica en Suiza, realizaron una reservación desde el exterior por cuatro días para el hotel Meliá Península Varadero, una instalación categoría cinco estrellas que antes perteneció a la cadena española Tryp.
Contrario a sus expectativas, su estancia en Varadero distó de ser placentera; primero, porque la calidad del servicio del hotel dejaba bastante que desear y, en segundo lugar, porque el mexicano, luego de ver cómo se comportaban en el hotel los nativos con reservaciones, quedó desencantado de la supuesto hospitalidad que le habían dicho caracterizaba a los cubanos .
El primer contratiempo fue para hacer el “check in”, o sea, la inscripción en la carpeta del hotel para su alojamiento. Los cubanos que hacían cola para inscribirse no respetaban el orden de llegada, se colaban o se ponían delante de ellos en la fila a amigos suyos, todo ello acompañado de una gran algarabía.
La pareja logró llegar al mostrador gracias a un matrimonio de ingenieros cubanos con los cuales hicieron empatía y los “colaron”. Por tanto, entraron de lleno en el procedimiento de los nacionales. Esto permitió que obtuvieran un buen bungalow cercano a la playa.
Un segundo mal rato para mis jóvenes amigos fue a la hora de pasar al restaurante donde estaba la mesa sueca. Allí hallaron de nuevo la cola o más bien tumulto para pasar al salón. Los cubanos, entre gritos y manoteos, se repartieron entre ellos los puestos con el fin de alcanzar el mejor plato fuerte de la oferta.
Mis amigos deseaban comer carne de res o de cerdo, pero no alcanzaron y tuvieron que comer pescado.
Mientras, en los bares del hotel había que ir a la barra a pedir su bebida, pues los camareros eran insuficientes y no daban abasto para atender a los clientes.
Refieren mis amigos que en los hoteles de especialidades no había colas ni algarabía. Suponen que se debe a que eran muy costosos o que los nacionales no tenían acceso a los mismos. Pero más que eso se debía a que en dichos restaurantes no ofertaban carne de res ni lechón asado.
Varios servicios anunciados en el hotel, como el jacuzzi y el cabaret, que estaban cerrados por distintas causas, no se prestaban. Tampoco ofertaron excursiones, por tanto, los turistas debían permanecer en el hotel o salir a recorrer por su cuenta la zona.
Cuentan mis amigos que todas las dificultades y molestias cesaron a partir de la salida de los cubanos del hotel, al expirar sus reservaciones.
Por cierto, las reservaciones para nacionales son nada económicas. Según supieron por el matrimonio de ingenieros cubanos con el cual hicieron amistad, dos días cuestan 13 300 pesos, una cifra que representa el salario promedio de tres meses de un trabajador cubano.
A los cubanos que pueden pagar esa cantidad para ir a Varadero lo que más les interesa no es descansar, bañarse en las cristalinas aguas, broncearse al sol y caminar por la fina arena, sino comer mejor que en sus casas. Y sobre todo, carne.
Como decía aquella vieja canción de la orquesta Aragón: “Esto solo se da en Cuba”
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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