LA HABANA, Cuba, abril, 173.203.82.38 -Queriendo inculcarle su obsesivo fanatismo por la revolución, Julio Rodríguez le puso por nombre a su hijo Bienvenido Fidel. Luego, los años le dijeron a las claras que el tiro le había salido por la culata.
Siendo un adolescente, Bienvenido Fidel fue uno de los casi once mil cubanos asilados en la embajada del Perú en 1980. Como era menor de edad, el Ministerio del Interior solicitó la aprobación del padre para dejarlo marchar al extranjero. La respuesta paterna fue draconiana: la única autorización que daría sería para que lo fusilaran. Nunca más quiso saber del hijo.
No era nada extraño encontrar tal extremo de “intransigencia revolucionaria” en aquella época de esquizofrénico culto a la personalidad del dictador, en que la total intransigencia era una de las mayores virtudes de un revolucionario cabal. Quizá si por entonces al Máximo Líder se le hubiera antojado comerse un niño, no habría faltado un fanático que le ofreciera su hijo en bandeja.
Cuenta Ditzan Lázaro Rodríguez de la Torre, hoy un joven de 30 años, hijo de Bienvenido Fidel y nieto del “intransigente” Julio, que se llama Ditzan en honor a un boxeador alemán que su padre admiraba. Ditzan fue el mayor de seis hermanos, uno gemelo con él, inválido de nacimiento, le siguió otra pareja de gemelos, otro hermano y una hembra. La madre de ellos falleció de cáncer cuando Ditzan tenía siete años y la menor de los hermanos solo uno. Todos los niños quedaron bajo la custodia de la abuela materna y Bienvenido Fidel nunca estuvo por allí para velar por ellos; se pasaba más tiempo preso que en casa.
Poco después de la muerte de la madre, la abuela materna los abandonó. “Mi padre nos quería – asegura Ditzan -, pero casi siempre lo andaba buscando la policía. Cuando quedábamos solos no teníamos dinero ni para comprar la cuota (subvencionada) de comida que vendían por la libreta de racionamiento. ¡Yo sí sé lo qué es pasar hambre de verdad!”.
Muchas veces algún alma caritativa depositaba una jaba con panes frescos para los niños en la puerta de la casa de Poey 112, en Arroyo Naranjo, donde todavía reside Ditzan y dos de sus hermanos.
Ditzan sobrevivió como vendedor ambulante de pan, actividad que aun continúa prohibida por las autoridades. Así comenzó a acumular delitos sobre su hoja de antecedentes penales. Unas veces era multado y otras detenido. Durante siete años trabajó como recogedor de basura en la empresa de Servicios Comunales, hasta que quedó desempleado. Actualmente se dedica a transportar pasajeros, a cualquier hora. Alquila una motocicleta por 10 pesos convertibles diarios, y la ganancia adicional es suya.
Bienvenido Fidel, su padre, murió hace dos años en la cárcel, donde pasó la mayor parte de su vida, mientras cumplía una sanción por tráfico de droga que le fue impuesta en 2003, durante una operación policial denominada “Coraza”. Ditzan recuerda que el día de esa detención registraron minuciosamente la casa y a sus hijos incluso los desnudaron. Bienvenido sufrió un infarto en una prisión en Quivicán y lo mantuvieron varias horas sin atención médica. El cadáver llegó a la funeraria de Víbora Park sucio por el aserrín de la autopsia, mojado y medio desnudo. Sus hijos nunca recibieron una explicación oficial sobre las causas de la defunción. Murió con 42 años, casi los mismos que duró el otro Fidel en el poder.
Quizás el fanático padre debió haber elegido un mejor nombre para el malaventurado Bienvenido Fidel.
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