CIUDAD DE MÉXICO. – En una zona de campo despoblada, cuando intentaba cruzar de Nicaragua hacia Honduras, a Guillermo le pusieron un arma de fuego a unos pocos centímetros de la sien y lo mandaron a vaciar sus bolsillos. No era la primera vez que lo asaltaban en la travesía, pero en esta ocasión sintió más miedo. Ahora ya no era parte del grupo de migrantes. Estaban solo él y su hermano Elías ante cinco hombres armados. “Meternos una bala en el cuerpo y dejarnos morir no es difícil”, pensaba mientras, sin alzar casi la vista, le daba a sus atacantes todo lo de valor que traían: dos teléfonos y los únicos 400 dólares que le quedaban. El asalto no duró más que cinco minutos pero es una imagen de terror que aún lo persigue.
Elías y Guillermo González salieron de Cuba el 22 de julio de 2016, 18 meses antes de que fuera derogada por la Administración Obama la política de “pies secos, pies mojados”. Salieron rumbo a Guyana con 1500 dólares en el bolsillo y el deseo de llegar a Miami. Cuatro años y nueve países después, aún no logran pisar la frontera sur de Estados Unidos.
En Guyana apenas pasaron un día antes de partir a Perú. Allí una amiga les envió 4000 dólares para que siguieran su ruta. Su plan era demorar algunas semanas en el trayecto. De haber salido todo según lo previsto, hubiesen alcanzado suelo americano cuando aún existía para los cubanos la posibilidad de legalizarse de inmediato, y recibir ayuda del Gobierno y permiso de trabajo a los tres meses.
Ese era su plan hasta que un supuesto coyote que les había prometido conducirlos a tierra mexicana, a un paso de la frontera, desapareció con todo el dinero, dejándolos sin manera de seguir su viaje.
Tras la estafa, Guillermo decidió irse a trabajar a Brasil y Elías se quedó en Perú. Debían ahorrar nuevamente para reiniciar su ruta, así que trabajaron todas las horas posibles en todos los trabajos que aparecían: guardia de seguridad, jardinero, ayudante de cocina. Vivieron en albergues de migrantes, en apartamentos diminutos que compartían con otros cubanos. Aun así, ahorrar los dólares necesarios para atravesar medio continente no era sencillo. En diciembre de 2017, cuando el expresidente Barack Obama derogó la política “pies secos, pies mojados”, ellos aún estaban atrapados en Sudamérica.
A México, Elías y Guillermo pudieron llegar casi dos años después, en septiembre de 2019. Hoy son dos de los 8708 cubanos que en 2019 solicitaron un salvoconducto para permanecer en tierra azteca, según registros publicados por la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (Comar). A pesar de que actualmente es más complejo para los cubanos lograr el ingreso a Estados Unidos, la crisis económica que vive el país ha empujado a sus ciudadanos a huir de la Isla en estampida. Hoy los cubanos están entre los primeros en solicitar asilo en México, antecedidos únicamente por hondureños y haitianos.
La casa del balsero: un refugio en México
Guillermo y Elías González han vivido durante estos últimos meses en un apartamento humilde de Tacuba, un barrio popular en el centro norte de Ciudad de México, donde es mejor caminar con los ojos en la espalada y las manos cubriendo los bolsillos. Si te equivocas de salida en el metro puedes terminar en medio de un pulguero mexicano donde los asaltos están a la orden del día.
En el tercer nivel de un edificio multifamiliar de la calle Mar Mediterráneo está la Casa del Balsero, un refugio para migrantes cubanos que dirige Eduardo Matías López Ferrer, un abogado que durante 30 años ha ayudado a sus coterráneos con albergue y asesoría legal.
Es un apartamento pequeño de dos dormitorios, un baño compartido, una cocina espaciosa y un salón donde han dispuesto una cama, una colchoneta en el suelo, y una litera roja al frente de la puerta. Hay también algunas butacas muy usadas, un televisor antiguo, y en la pared más grande colocaron un cuadro viejo con una cena familiar dibujada. La pintura le da cierto aspecto de hogar al refugio. Junto a la cama hay una mesa pequeña donde Guillermo tiene un pomo de colonia y su desodorante. Es un lugar sin lujos, pero seguro para estar de tránsito, y donde nada les cobran.
Guillermo es un cubano de unos 40 años y cuerpo macizo. Tiene la piel negra y la cabeza rapada. Sobre el cuello le cuelgan dos collares de piedras que muestran su fe hacia las religiones afrocubanas. Vivió casi toda su vida en Santiago de Cuba donde trabajaba como guía de turistas, sin licencia. Por ese motivo, las autoridades lo multaron varias veces y le levantaron actas por asedio a los extranjeros.
Él habla con la música y la cadencia que distingue casi siempre a las personas de la zona oriental de Cuba. Si se le escucha de prisa tienes la impresión de que circula las erres, luego las trastoca hasta convertirlas en eles. Y a las eses las deja huérfanas, las aspira. Elías, en cambio, apenas articula palabra. Se limita a asentir moviendo su cabeza de arriba hacia abajo cuando su hermano habla.
“En estos cuatro años fuera de Cuba nos han estafado, asaltado, hemos sido víctimas del peor racismo, pero regresar no es una opción”, dice Guillermo. “Allá solo nos espera miseria”.
Luego de cuatro años transitando por América Latina no cree que esta parte del continente le permita tener una vida próspera, su mira apunta hacia el mismo lugar que cuando salió de Cuba: Estados Unidos. Para probar “miedo creíble” atesora esas cartas de advertencia por pasear con turistas.
Por ahora siguen en la ciudad, esperando un milagro: “Quizá Trump restituya ‘pies secos, pies mojados’ para para ganar el voto de la Florida”, interviene por primera vez Elías. Mientras tanto el dinero que trajeron se agota, no consiguen trabajo y viven en una burbuja legal que puede reventarse en cualquier momento.
Desde que la actual Administración estadounidense negoció con el presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador que este frenara el paso de los migrantes, a cambio de no imponer aranceles sobre los productos mexicanos que fueran exportados a territorio de EE. UU. el abogado que los alberga asegura que los trámites de quienes piden asilo se han vuelto mucho más dilatados.
“Antes te permitían meter el caso y luego ir ingresando poco a poco lo demás, pero ahora te niegan el ingreso si no presentas toda la documentación. Están siendo más duros con los migrantes: no les otorgan amparos a todos como antes”, señala.
Otro peligro que apunta el experto es que después de cruzar nueve países, de ser asaltados, de haberse quedado sin nada en un país ajeno, ahora puedan terminar donde comenzaron en 2016: un avión hacia La Habana.
El 1 de mayo de 2016 entró en vigor el Memorando de Entendimiento entre el Gobierno de Cuba y el Gobierno de México. Desde entonces es posible la repatriación de los cubanos que ingresan ilegalmente al país, pero ha sido en el último año cuando mayormente se ha utilizado este recurso.
Ante la presión de Estados Unidos, México aceptó tomar nuevas medidas para frenar la migración irregular, incluido el despliegue de la Guardia Nacional, un cuerpo armado creado durante el Gobierno de López Obrador que está integrado por militares. El cuerpo militar fue utilizado a inicios de enero para enfrentarse a las caravanas de migrantes provenientes de Centroamérica que intentaban cruzar el país. Los cubanos no están exentos a los efectos de este muro de contención que solo en los primeros ocho meses de 2019 había conllevado a la deportación de más de 100 000 centroamericanos, 63% más que el año anterior.
Durante 2019, 1808 cubanos fueron deportados, según cifras de la Secretaría de Gobernación. Una cifra 10 veces mayor a la reportada en 2018. Porque el flujo de migrantes cubanos hacia México, aún sin asilo inmediato en Estados Unidos, ha crecido indetenible en los últimos años.
México como opción
―Nosotros lo vendimos todo en Cuba, hasta las cucharas ―dice Oneyda, una villaclareña de 25 años que está parada en la entrada de la cocina de La Casa del Balsero. A su lado, su esposo Yandy, de 28, confirma que con el dinero que reunieron tras la venta de su moto, la casa y sus pertenencias decidieron emigrar.
El 26 de septiembre, compraron dos boletos por 750 dólares cada uno con destino a Nicaragua (uno de los pocos países que no pide visa a los cubanos) y salieron del país.
Emigraron sin un plan concreto, sin contactos ni información. Iban, por decirlo así, improvisando sobre la marcha. Era su primera vez fuera de Cuba.
A la salida del aeropuerto Augusto C. Sandino, en Managua, conocieron por azar a un taxista que los contactó con un coyote, cuya red los condujo a México. Después de tres días atravesando montes con la misma ropa, bajo aguaceros, comiendo lo justo, el 29 de septiembre llegaron a Tapachula, la frontera sur. Durante todo el trayecto Oneyda viajó con el dinero escondido en un bolsillo oculto que cosió a su faja.
Una vez en Tapachula caminaban sin rumbo hasta que reconocieron un acento familiar. Era un cubano a quien veían por primera vez. Se acercaron a él por ayuda y este los condujo hasta un motel económico. Allí vivieron poco más de un mes gracias a sus ahorros. Permanecían encerrados en el cuarto y salían solo a hacer las compras indispensables, hasta que decidieron viajar a CDMX, huyendo de la violencia y los asaltos de esa zona.
A La Casa del Balsero llegaron por recomendación de un amigo que había estado allí refugiado por López Ferrer. El abogado ha llegado a tener a más de 80 personas albergadas, pero ahora la pareja comparte el apartamento solo con Elías y Guillermo. Entre todos compran la comida y dividen las tareas de limpieza.
Durante el trayecto, a Yandy lo intranquilizaban las historias de mujeres violadas. Siempre que Oneyda dormía, él intentaba mantenerse en vigía, pero el cansancio de todo un día caminando lo vencía a veces y los párpados se le derrumbaban. Entonces dormía algunos minutos y volvía a despertar.
“Los coyotes me decían que los miraba con desconfianza, pero no era desconfianza sino temor de que nos hicieran algo. Todo el tiempo estás en una posición muy vulnerable”, recuerda Yandy.
A diferencia de los hermanos González, Oneyda y su esposo han desistido de llegar a la frontera estadounidense y pedir asilo. Para ellos, México ya no representa un país de tránsito hacia la Florida, sino un destino final, la oportunidad de una nueva vida. A Cuba ya no pueden regresar porque sería volver sin nada, más pobres que antes.
De acuerdo con las leyes mexicanas hay varias formas de alcanzar el estatus migratorio como “visitante por razones humanitarias”. Entre ellas se encuentran la solicitud de asilo político, en el caso de Oneyda y Yandy su ambición es obtener la condición de refugiado que se reserva para quien fue “ofendido, víctima o testigo de un delito cometido en territorio nacional”.
En los primeros cuatro meses del año Cuba se ubicó como el cuarto país cuyos ciudadanos recibieron más tarjetas de visitantes por razones humanitarias, con 1002 emitidas, según datos del Instituto Nacional de Inmigración. Por el momento la pareja intenta obtener una visa de refugiados, válida por un año, y encontrar trabajo.
Sueños
Guillermo: El sueño de Guillermo es llegar a la frontera y que le den asilo. Dice que no le tiene miedo al trabajo, que solo quiere una oportunidad. En su tiempo libre planea ser youtuber y hablar sobre Cuba. Sigue a Otaola y a Ultrack y desea crear un canal parecido. Su sueño lo resume así: “trabajar y tener una mejor vida”.
Elías: Espera llegar con su hermano a Estados Unidos. No quiere volver a Cuba sin nada en las manos, después de cuatro años de travesía.
Oneyda y Yandy: Planean mudarse a Campeche, una ciudad ubicada en el Golfo. Algunos conocidos les han dicho que es más barato el costo de vida y que ambos pueden hallar trabajo. Después de dos años intentando embarazarse, cuando pensaban que no podrían tener hijos, Oneyda descubrió en México que estaba embarazada. El bebé nacerá con ciudadanía mexicana y ellos, como sus padres, podrán nacionalizarse.
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