LA HABANA, Cuba, enero (173.203.82.38) – Ludivina tiene el pelo blanco y ya sobrepasa los 80 años. Sin embargo, atesora sus recuerdos como si fueran perlas. Berta, joven negra de ojos nublados por la tristeza, carga a la más pequeña de sus hijos sobre la barriga, que anuncia a la criatura que viene en camino.
Ludivina y Berta son conversadoras, y en sus charlas entrelazan pasado y presente, sin distinción. Ludivina recorre en su memoria las calles de La Habana Vieja, donde fue dueña de una cafetería, hasta 1968. Entonces vendía la taza de café a tres centavos, además de jugos de frutas, galletas y otras golosinas.
Me contó que una mañana de marzo de aquel año aparecieron tres hombres, vestidos de milicianos, y le dijeron que no tocara la caja registradora porque estaba intervenida. “Los interventores –afirma- rompieron los vasos y tazas, la extractora de jugos, las dos batidoras y las puertas de un refrigerador comercial”.
A partir de ese momento, Ludivina trabajó en varios sitios: un taller de confecciones, una tintorería donde cambiaban la ropa de los clientes por otras viejas o rotas, una oficina donde los empleados hacían informes de producción falsos, y hasta trabajó como ascensorista en un edificio de ocho pisos.
Ludivina compara el pasado con el presente. “Ahora el gobierno quiere que la gente se dedique a vender café y comestibles por cuenta propia, y hace más de cuarenta años ese mismo gobierno me cerró mi negocio porque les dio la gana”.
La historia de Berta es diferente; nunca tuvo su destino en las manos, como Ludivina. Berta conoció a Lázaro en casa de una tía cuando iba de vacaciones a Santiago de Cuba. Luego él se fue a trabajar a La Habana, y en la capital se reencontraron. Enseguida Berta quedó embarazada y Lázaro construyó una casucha como pudo, en el municipio Boyeros y allí viven todavía con tres hijos y otro que esperan.
Berta no trabaja porque debe cuidar a los pequeños, y depende totalmente del marido. “Aunque –dice- con lo cara que está la vida poco se puede comprar, y el gobierno poco ayuda. Hemos hablado con el delegado del Poder Popular para resolver algunos materiales de construcción y mejorar la cocina, y nunca han llegado completos”.
Ni Ludivina ni Berta tienen esperanza de que las cosas mejoren. Al contrario, creen que las cosas irán de mal a peor.