LA HABANA, Cuba, enero, 173.203.82.38 – La amistad con el director de la Cruz Roja Provincial de La Habana, casi lleva a Roberto Moroto de regreso a la cárcel.
Cuando Roberto salió en libertad condicional, en el año 2010, consiguió un puesto de operario de mantenimiento en la Dirección Provincial de la Cruz Roja, de La Habana. Trabajaba horas extras voluntariamente, mantenía funcionando el deteriorado sistema eléctrico y de plomería, y jamás contradecía a su jefe. Así se convirtió en la mano derecha de Oscar Pando, director de la entidad. Éste, en pago a sus servicios, le permitió que convirtiera el centro de trabajo en su casa por el tiempo que lo necesitara.
Tal vez por ello, el día que lo detuvieron, Roberto no podía creerle al oficial de guardia de la estación de policía, quien le informó que su jefe lo acusaba del robo de la batería eléctrica de una ambulancia.
Cuenta Roberto que a los veinte días de estar en un calabozo maloliente, repitiendo a diario que no era culpable, lo mandó a buscar el instructor policial y le comunicó que podía irse, pero con la condición de no abandonar la ciudad y con el compromiso de firmar un acta todas las semanas, hasta el día del juicio.
Sin casa y sin trabajo, durmió en los parques. Incluso trató de entrar furtivamente a su antiguo dormitorio, pero tropezó con un cubo vacío y el sereno dio la alarma.
Por suerte, a la semana de vagar sin rumbo, se encontró en la calle a la jefa del departamento económico y ex amante del director, quien lo llevó a su casa y le dijo que no se preocupara, que ella lo iba a ayudar a ganar la pelea contra “ese déspota y mal parido”. Ella lo introdujo en los laberintos legales del derecho laboral. Con
ella aprendió que podía apelar la resolución presentada por el jefe para expulsarlo de su empleo. Entonces procedió en consecuencia.
Mientras tanto, los trabajadores ya habían hecho apuestas sobre quien ganaría la porfía. Éstas favorecían al director 33 a 0. Nadie creyó que un ex convicto por robo pudiera ganarle en un juicio a un director provincial, militante del partido comunista y ahijado del director nacional.
Pero como dicen que Dios es quien dispone, el bien dispuesto para Roberto vino desde donde menos lo esperaba: lo citaron para la estación de policía y le informaron que el fiscal había retirado la acusación por falta de pruebas.
Con la batalla vencida en cuanto a la acusación penal, ahora sólo le quedaba librar una escaramuza en el Tribunal Laboral del Centro de Trabajo.
El día del juicio, Roberto se condujo como un abogado de película de Hollywood. Convenció a los jueces de que no era posible que un fiscal lo absolviera del delito por falta de pruebas, y, por otro lado, un tribunal laboral le diera la razón al director.
La victoria fue arrolladora. Los tres jueces votaron a su favor, entre ellos la ex amante del director, quien le hizo una seña cómplice antes de abandonar la sala. El director no sólo tuvo que restituirlo en su puesto, sino también pagarle los dos meses que le debía.
Lo que aún constituye un misterio es el por qué el director se quiso deshacer de su mano derecha. La denuncia sorprendió a todos. Los trabajadores estaban divididos en dos bandos: unos decían que era por problemas de dinero; otros, que eran problemas de faldas. Pero cuando le preguntan a Roberto, sonríe y dice que no sabe.
Ahora vive alquilado en un cuartucho de mala muerte. Llega todos los días puntualmente a su trabajo. No quiere problemas. Dice que está bajo la mirilla telescópica del director. Y sabe que a la primera bola mala, lo despiden de un batazo.