HARVARD.- En los umbrales del aniversario 60 del socialismo macarrónico y abusivo que nos impusieron, primero con cantos de sirena y después a toletazo, puro y duro, se divisan los hilos de una continuidad que oscila entre la sorpresa, el dolor de la miseria endémica y los miedos cultivados en cada palmo del territorio nacional por policías, hacendosos chivatos y aquellos que aparecen en las nóminas de las Brigadas de Respuesta Rápida, encargados de velar por la lealtad perruna al partido único con amenazas, gritos, escupitajos y golpes a granel.
En fin, que seguimos atrapados en las camisas de fuerza, que sus diseñadores continúan exhibiendo como parte de un ajuar bendecido con las “buenas intenciones” de garantizar un presente de gloria y un futuro luminoso a todas las generaciones que habitan en los predios de la isla.
Por el momento y nadie sabe hasta cuándo, persistirán los sonidos de esta guerra, sin obuses ni bombas de fragmentación, pero que han matado las esperanzas de decenas de miles de familias, condenadas a sobrevivir bajo el filo de las escaseces y los sobresaltos de verse tras las rejas cualquier día por tan solo ponerle palabras a los dolores que fustigan el cuerpo y el alma, casi a tiempo completo.
La liberación total que se predica en algunos de los círculos de la resistencia cívica, dista de ser una idea a concretarse en los plazos que se promocionan con denuedo en proclamas y hojas de ruta.
Y es que el miedo a petrificado la voluntad de la mayoría. Llevar algo a la mesa o resolver una determinada necesidad básica, absorbe todas las energías posibles. Al final, siguen siendo pocos los que se deciden a canalizar sus desgracias por los derroteros de la protesta pública u otras acciones tendientes a debilitar el modelo, que transita con el disimulo de un ladrón y la parsimonia de un viajero errante, hacia un capitalismo de estado, bajo la sombra de la patética exclusividad del partido comunista, aceptado por gran parte de la comunidad internacional con algunos remordimientos, pero a la postre, intrascendentes a la hora de valorar su incidencia en el curso de los acontecimientos por venir. Valga recordar que, en uno de sus últimos sus informes respecto a Cuba, la Unión Europea calificó el sistema político de la Isla como una democracia de partido único.
A la usanza franquista, lo proferido por el dictador español en su mensaje anual de 1969, de “Todo está atado y bien atado”, en referencia a la continuidad del régimen que presidía, desde la victoria en la cruenta guerra civil (1936-1939), se repite en la mayor de las Antillas.
Los cambios a esperar, a corto y mediano plazo, fuera de los dominios del apasionamiento y de esa fútil manera de valorar un problema tan complejo con el prisma de la candidez, en ocasiones llevada a los extremos del infantilismo, serán siempre mínimos.
Una cosa es trazarse una meta y otra alcanzarla. Exagerar las expectativas conduce a la frustración e incluso a la falta de credibilidad, con esto no quiero decir que hay que cruzarse de brazos y esperar por un milagro.
El denuedo y la heroicidad son válidos, sin embargo, se trata de eficiencia y sentido común. Quedan errores por superar, dentro de la comunidad de cubanos que abogan por una redención, justa y abarcadora.
A estas alturas no deberían persistir muchos deslices que desafortunadamente se reciclan al calor de una lucha desgastante y sin un fin cercano.
Sin llegar a ser un redomado pesimista, falta camino por recorrer para alcanzar las fronteras de la democracia.
Antes de concluir, quisiera compartir una de las preguntas que golpea mis entendederas y que verdaderamente me preocupa: ¿Tendremos que aceptar que este modelo cumpla su 70 u 80 aniversario sin que haya perdido su esencia depredadora?
En este mundo, cada vez más caótico, banal y relativista, puede esperarse eso y mucho más.