Si hay algo que caracteriza la prosa de Rolando D. H. Morelli es la elegancia. Una elegancia cálida cargada de erudición, pero no esa erudición metódica, acumulativa, que puede dar toda una vida dedicada a la docencia, sino aquella otra que proporciona la vida vivida con intensidad. Eso se nota en cada una de las once historias que componen En tabletas de barro y por otros medios (Ediciones La gota de agua, 2017). Cuando Morelli, viajero infatigable, describe una calle cualquiera de una ciudad, que lo mismo puede ser Caracas que Madrid, el lector siente que el autor ha estado allí, que la caminó, que habla de algo que forma parte de sus memoria afectiva, da igual que se refiera a un hecho rigurosamente histórico que a un alarde de imaginación. Tanto en un caso como en el otro, la magia de la creación y la poesía marchan juntas, siempre avaladas por una prosa pulida con mucho oficio.
En este libro en particular, a diferencia de otros anteriores, el autor juega con los sentidos del lector, haciéndole partícipe de historias donde la fantasía y la realidad se confunden, conviven, en plena armonía. Romance documentado de “La bella de Córdoba” por un autor desconocido, que responde a las siglas J de la P, es un buen ejemplo, que nos remonta por el tono a textos clásicos del género como Las mil y una noches y a mí, no podría explicar las razones del subconsciente, me hizo pensar en Manuscrito encontrado en Zaragoza, la extraordinaria novela del polaco Jan Potocki (1761-1815). El cuadro, que cierra el libro, es otra historia coronada por un halo misterioso que envuelve a los personajes y a la trama, narrada con pericia y absoluta naturalidad.
Pero no sólo nos encontramos con textos donde, como ya dije, fantasía y realidad conviven en perfecto equilibrio, también hay historias manejadas con una ironía muy sutil, casi imperceptible, que podríamos calificar como “futuristas”. En esa clasificación podría incluirse Las botitas de “El Libertador” y los encuentros con Demetrio, donde una repetida visita a una casa que habitó Bolívar, convertida en museo, intempestivos viajes y encuentros o desencuentros con un personaje, sirven de pretexto para hablar del exilio, el SIDA y otras tragedias, pero todo enmarcado en un tiempo donde Venezuela y Cuba parecen surgir de una pasado ominoso y soplan ya aires libertarios. Un relato esperanzador, desarrollado con gran maestría, tal vez uno de los mejores de la colección.
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