LA HABANA, Cuba.- Alcides y Luis son amigos que “relajan” las monótonas y calurosas tardes habaneras a la sombra del monumento a las víctimas del crucero acorazado USS Maine.
Entre tragos de ron, recostados a un muro que sostiene uno de los cañones que perteneció al buque, hacen un lugar sentados frente al malecón, donde se unen las calles Línea, 17, 19 y O, en el Vedado capitalino.
“Así le damos la espalda a la ciudad y por un par de horas dejamos los problemas atrás”, confiesan a CubaNet. Este sentimiento evasivo acompaña, botella en mano, a otros asiduos al lugar.
La obra, del ingeniero Félix Cabarrocas Ayala, inaugurada el 8 de marzo de 1925 por el entonces presidente cubano Alfredo Zayas Alfonso; rinde honor a los 266 marines norteamericanos muertos tras la explosión del buque en la bahía de La Habana, el 15 de febrero de 1899.
Desde entonces, el lugar fue celosamente conservado y se utilizó como escenario para los principales actos patrióticos de la época, y la visita diaria de turistas interesados en la historia de la isla.
Los días tristes del monumento llegaron con la Revolución castrista de 1959. A partir de esa fecha, el conjunto monumental ha sido profanado de disímiles maneras.
En 1961, por orden de Fidel Castro, fue derribada el águila fundida en bronce que coronaba las dos columnas. También se retiraron los bustos del presidente William McKinley, quien declaró la guerra a España, el de Leonard Wood, primer gobernador norteamericano en Cuba, y un tercero de Theodore Roosevelt, participante en la campaña del ejército de Estados Unidos en Oriente durante la Guerra Hispano–Cubano–Norteamericana. El “espíritu revolucionario“ quedó en una tarja donde se acusa al “imperio” de utilizar a las víctimas mortales como pretexto para consumar sus planes injerencistas.
Como expresión de la euforia antinorteamericana que recorría la isla, durante la década de los años 90 del pasado siglo, en un congreso de la Unión Nacional de Historiadores de Cuba, un furibundo historiador guantanamero propuso demoler el monumento por considerar que representaba las ideas del “imperio yankee”.
La idea tomaba fuerza hasta que llegó a oídos de Eusebio Leal Spengler, Director de la Oficina del Historiador de la Ciudad, quien salió en defensa del sitio dejando claro que el monumento seguiría en pie porque homenajeaba a las víctimas inocentes de la explosión del acorazado.
Pero, las palabras del doctor Leal se han disipado con el tiempo y el monumento ha caído en un sombrío abandono, que lo lleva a la destrucción.
En sus áreas, convertidas en el vertedero del malecón, se acumulan todo tipo de desperdicios, incluyendo heces fecales humanas.
“No me explico cómo las personas pueden defecar en un sitio al aire libre, con iluminación nocturna y transitado”, comenta Ariel, un guía que acompaña a turistas ingleses.
Con frecuencia los extranjeros solicitan visitar el lugar. “Yo los traigo porque ellos insisten, y después se van decepcionados al ver el abandono del monumento”, explica Ariel a CubaNet. Señala cómo las tarjas y bajorrelieves han sido machados con letreros que profanan el histórico lugar.
A esto se suma el deterioro de sus escalones, que dificulta la subida de los visitantes, junto a la fetidez que emana de una pequeña fuente, donde se acumula un agua mohosa y flotan cajetillas de cigarrillos y botellas de ron vacías.
Muy lejos ha quedado la idea inicial del ingeniero Cabarrocas, quien, en su proyecto trazó a las dos columnas que se elevan desde el monumento como símbolo de la “unidad indestructible” de los pueblos estadounidenses y cubano.