MIAMI, Florida, octubre, 173.203.82.38 -La noción de asesinato político es compleja y abarca un conjunto de delitos que no han sido debidamente identificados o esclarecidos en los Códigos Penales, sobre todo en aquellos países donde impera la anarquía jurídica y las leyes solo tienen validez cuando se aplican a los “enemigos”, en un contexto de absoluta impunidad.
La historia más reciente de nuestro país ha puesto de manifiesto que la práctica del asesinato político constituye una de las características principales del sistema totalitario. Ni los propios verdugos del pueblo cubano pueden exponer el número de sus víctimas. Todos conocieron los campos de concentración, los paredones de fusilamiento, las sesiones de electroshock en los hospitales siquiátricos, la crueldad de sus carceleros y el ensañamiento de una ideología malvada sin un ápice de compasión hacia sus adversarios.
Para cualquier ser humano amante de la libertad y la democracia resulta difícil comprender por qué encarcelar, golpear y humillar a un grupo de mujeres que marchan pacíficamente por las calles con flores en sus manos demandando el excarcelamiento de sus seres queridos. Como ha de resultarle igualmente incomprensible la crueldad contra quienes alzan sus voces en defensa de uno de los más elementales de todos los derechos: el de disentir políticamente.
La noticia sobre la repentina enfermedad de Laura Pollán y su ingreso en la sala de emergencias de un hospital habanero puso en alerta a la comunidad internacional. Las imágenes de esa frágil mujer atropellada por las turbas mercenarias del castrismo provocaban una inmensa preocupación por sus inevitables consecuencias físicas y emocionales. Y, sobre todo, un profundo desprecio hacia esas pandillas estimuladas por el odio.
Me dolía, y mucho, no poder estar allí recibiendo también mi cuota de golpes. Sufría junto a Laura los empujones y los ultrajes. Y me invadía una rabia infinita al ver como la hombradía y el honor se esfumaban en aquellos sujetos arrastrados por los más bajos instintos que ponían de manifiesto su total desprecio por la vida en un ejercicio de complicidad con la muerte.
No quiero establecer una macabra estadística comparativa entre los asesinados de ayer y los de hoy ni exponer comparaciones de horror o jerarquías de crueldad. Solo pretendo resaltar y preservar en la memoria histórica del cubano la aberrada lógica genocida del castrismo.
Las golpizas contra las Damas de Blanco no están dirigidas solamente contra un grupo de mujeres que protestan en las calles, su objetivo va más allá. Se trata de paralizar, mediante el terror, las ansias de libertad de la sociedad cubana.
Tal vez mañana aparezca en la prensa controlada por el castrismo una escueta nota donde se pretenda justificar la muerte de Laura y no nos debe extrañar que algún profesional de la medicina se preste para desvirtuar los hechos y narrar en detalles los esfuerzos por salvarla de las garras de la muerte junto a los acostumbrados calificativos empleados por la tiranía para inhabilitar a sus adversarios. Nadie creerá absolutamente nada sobre lo que diga la tiranía acerca de Laura.
La muerte de Laura, más allá de sus inevitables consecuencias sentimentales, será un estímulo para continuar defendiendo sus ideales.
Laura quedará fundida en nuestros corazones y sobre su venerable sepultura reverdecerán eternamente los gladiolos de su fe y su esperanza.