LA HABANA, Cuba.- En Cuba se convirtió al encierro en una manera de “preservar a la nación”. La inmovilidad fue una garantía de salvaguarda. Quizá por eso el viaje, uno de los más grandes presupuestos del hombre, se hizo también importante para nosotros, se convirtió en obsesión. La primera razón puede ser nuestro aislamiento, nuestra existencia isleña, el espacio cerrado que habitamos, el agua que nos rodea por todas partes.
En este coto cerrado lo desconocido se hizo más evidente, se le añoró sin freno. Aquí se habla más del viaje que en otros sitios y se sueña con él a toda hora. Para los cubanos viajar es conocer el absoluto, lo que está del otro lado, más allá del mar. Ese más allá puede ser en ocasiones la mejor manera de reconocernos.
El viaje es esencial, quizá por eso recorremos tantas distancias en nuestro cerrado espacio mental. Viajar se convirtió en nuestro “peor” deseo y en nuestra “mejor” angustia. Los nacionales hacen de todo para conseguir escapar. Muchos de nuestros compatriotas prefieren morir en el intento que permanecer intactos en el encierro de la isla, en el encierro de nuestras mentes.
Están los que deben conformarse con poner la cabeza en la almohada y simular el viaje. Suponer el barco y el avión no resulta difícil a los cubanos, pero conseguirlo es otra cosa. Debe ser por ello que el mar es un cementerio mucho más grande, aunque menos ostentoso, que la necrópolis de Colón en La Habana.
Quien intenta evadir el encierro por las “vías no formales” hasta puede enfrentar la cárcel, y para algunos, eso es peor que morir en el mar o que regresar a la isla. Pero hubo un tiempo en el que solo había que tener dinero para hacer el viaje, aunque entonces el viaje no estaba tan arraigado en el imaginario cubano.
Ahora está en la cabeza de todos, incluso en la de quienes defienden el “socialismo cubano”. Quienes de él viven también se procuran viajes, pero sin riesgos. Esos son nuestros nuevos hombres. Alguien que me leyera en los últimos días podría decir: “Ay, este tipo es un obseso”. Y puede que tenga razón. Hay cosas que me abruman, y una es el viaje de los cubanos, y las maneras que tienen para conseguirlo.
Y eso se vuelve tan complicado en nuestro país que uno puede descubrir a quien comulga con todas las imposiciones de la revolución y el socialismo, buscando la mejor manera de evadirlos. Y si no me cree, le cuento: Celia Guevara March, la hija de ese Ché Guevara que tanto pensó en un hombre nuevo, también se procuró una manera para conseguir la evasión, de vez en cuando, sin tener que “traicionar”.
Resulta que esta mujer, que es médica veterinaria del Acuario Nacional, hace unos años se presentó en la embajada Argentina en La Habana y mostró una certificación de nacimiento que aseguraba que su padre, cuando aún no era el Che, había nacido en la Argentina. Ella olvidó ese día lo importante que era aferrarse a la nación y al socialismo por el que luchó su progenitor. Ella dijo a los funcionarios de la embajada que quería ser ciudadana argentina y tener un pasaporte que lo probara. Y quiso lo mismo para sus hijos.
Y no era su interés conocer la fauna argentina. Ella no dijo que pretendía abandonar el cuido de los animales marinos del acuario habanero y dedicarse a hurgar en las profundidades marinas de ese país austral. Ella no pretendía establecer diferencias entre el delfín de Commerson con los que atiende en el Acuario de Miramar.
Esta mujer dejó de pensar en la biajaiba y en la cherna criolla, en el caballito de mar, en la cojinúa, y en todas esas especies que son testigos de los tantos cubanos que mueren el mar, pero tampoco pensó en la orca o en el elefante marino austral.
Celia quiso una nueva nacionalidad para sus hijos, para que no tuvieran que hacer un riesgoso viaje marino si se les antojaba salir, para que no tuvieran que andar pidiendo visas si querían ir a Europa o a los Estados Unidos; pero le salió el tiro por la culata. Trump decidió que los argentinos tienen que pedir visa para entrar a USA. Y ahora tampoco pueden andar campeando por su respeto por toda Europa los argentinos.
Ella quería que los suyos hicieran el viaje “tiernamente”, que a diferencia de sus coterráneos no tuvieran que huir de la angustiosa cotidianidad cubana arriesgando sus vidas, y sobre todo que no se expusieran a un funcionario que se negara a otorgarles visa a la hora de hacer sus vacaciones. Si la nación se preserva con el encierro de sus hijos eso no será para los nietos del Che, ese que inventó al hombre nuevo
Para Celia, la veterinaria hija del Che, el viaje es una mera cuestión sanitaria. Ella, como aquellos personajes de la “Electra Garrigó” de Virgilio Piñera, hacen cualquier cosa para abandonar la casa; aunque sea olvidar el empeño de su padre en conseguir un hombre nuevo aferrado a la nación cubana. A fin de cuentas el viaje es una mera cuestión sanitaria, y los cubanos, hijos de quien sean, están dispuestos a conseguirlo.