LA HABANA, Cuba.- Me contaba espantado un amigo que el viernes pasado se presentaron en el Hard Rock Café de Hollywood Beach, en el condado Broward, los reguetoneros cubanos —de la isla y de allá, ya no se sabe, con tanto ir y venir— El Chacal, El Taiger (así mismo, no Tiger), Diván, Chocolate, Harrison y Descemer Bueno (el único de ellos que clasificaría como músico).
Al espectáculo de Cubatón (reguetón a lo cubano, guachineo incluido) lo nombraron El Cañonazo. Bien puesto el nombre: es una explosión de chusmería y mal gusto Made in Cuba. Y habrá otras, muchas más, en la Florida.
A mi amigo le parecía un chiste. O una pesadilla. La crema y nata de los reguetoneros —solo faltarían, para completar el cartel, Yakarta, Baby Lores, Misha, Insurrecto, el detestable Osmany García y Gente de Zona— profanando con su chabacanería grosera, su aspecto patibulario y su repetitivo y molesto ritmo taca-taca, un escenario donde últimamente se han presentado artistas como Don Henley, War, América, ZZ Top y Daryl Hall and John Oates.
No hay que asombrarse. Este Cañonazo y los que vendrán forman parte de la no tan lenta colonización por el castrismo de Miami y el sur de la Florida todo. Lo quieren convertir en una especie de Hong Kong, para explotarlo y chantajearlo emocionalmente con la nostalgia por la patria y la familia. No bastándoles con mantener su régimen fracasado a costa de las remesas de emigrados y exiliados, envían también, a crear problemas, a poner malo aquello y a recaudar más dólares aun, además de agentes de penetración del G-2, a estafadores, provocadores, chistosos de mecha corta, académicos propagandistas, camaleones del tíbiri tábara , programas de TV… y reguetoneros.
Que conste, no es que los mandamases del régimen estén conscientes del daño que hacen con los reguetoneros y tengan con ellos un plan macabro para penetrar al exilio y convertir Miami en un inmenso Hialeah, lleno de aseres y cada vez más parecido a Marianao o Arroyo Naranjo. Salvo al ministro Abel Prieto, de gusto tan exquisito, a los máximos mandamases no parece disgustarles la proliferación del reguetón. Por el contrario, sus hijos y nietos, tan faltos de clase y de buen gusto como sus papás y sus abuelos, se despelotan a su ritmo, gozan de lo lindo…
De música, los mandamases exportan lo que tienen. Eso es lo que hay.
Mi amigo se preguntaba qué fue de la música cubana. Poco de valor queda en un país que tuvo a Ernesto Lecuona, Sindo Garay, Rita Montaner, Celia Cruz, Benny Moré, e incluso luego de la catástrofe, a Silvio, Pablo, Chucho Valdés, Polo Montañés y Juan Formell. Los pocos buenos músicos y cantantes que aún quedan, los mandantes, con su mentalidad de bodegueros y su proverbial mal gusto, y sus promotores (anti)artísticos, consideran que no vale la pena enviarlos a Miami, porque no les reportarán suficientes billetes y va y hasta cogen vista y se les quedan. Es mejor que se queden en casa, arreglándoselas como puedan, aunque apenas los pasen en la radio y la TV, haciendo música para “el pueblo más culto del planeta”, aunque este solo quiera curda y reguetón.
El reguetón es la banda sonora idónea para los tiempos de descomposición de un sistema dictatorial que ha durado demasiado y que si no acaba de disolverse es porque se hace grumos.
En Cuba se impuso la vulgaridad, la chabacanería, la marginalidad. Y eso se refleja en la música que más se difunde. El reguetón, que es la apoteosis de la chusmería y la degradación, cayó en su justo tiempo y lugar. Es la música perfecta para el desmadre nacional.
¿Cómo se iba a librar Miami del reguetón, con tantos aseres recién llegados como hay que lo único que dejaron atrás fue la libreta de abastecimiento?
Si en definitiva, todos somos cubanos, los de aquí y los de allá, arrastramos un karma común, y tenemos que compartir la desgracia, repartírnosla, a ver si tocamos a menos.