MIAMI, Florida, diciembre, 173.203.82.38 -Magda nació en Polonia cuando los albores de la democracia iluminaban su país. Ella no tuvo que crecer bajo la sombra totalitaria de un sistema regido por el comunismo soviético. El esfuerzo de millones de sus compatriotas aunados en la fuerza de Solidaridad había dado al traste con un proyecto dictatorial que parecía imposible de vencer mediante la acción pacífica de la gente. Lamenta esta chica que el movimiento libertario haya devenido numerosos partidos y facciones, ahora enfrascados en una enconada lucha política que envuelve a los que un día fueran hermanos de causa.
La unidad es un ideal bello difícil de mantener en la práctica por largo tiempo, sobre todo cuando en ella se incumben intereses y personalidades variadas. El esfuerzo es útil para enfrentar situaciones adversas o luchar contra un poder hegemónico como lo fueran el fascismo o el estalinismo. Pero resulta raro continuar una vez lograda la libertad, momento en que cada uno retoma su vía, algo que es natural y saludable en una sociedad democrática. Fue mi consuelo para Magda que no pudo conocer aquella gesta bella donde la sociedad polaca se alzó como un solo ser y una sola voz.
Es mucho peor cuando aún sin libertad a la vista, los que procuran ese camino actúan como si se encontraran en una realidad que no han conseguido fraguar. Ocurre muchas veces y en diferentes contextos. La historia de Cuba no ha sido ajena a un problema que puso en peligro incluso el logro de su independencia. Personalismos, divisiones, sospechas- a veces justificadas- rivalidades y diferentes puntos de vistas sobre un mismo objetivo común, incidieron negativamente en la guerra contra el colonialismo español, situaciones de las que el único que lograba sacar ventaja era el opresor. La idea aglutinadora de José Martí, quien forjó un único partido para todas las corrientes y fuerzas independentistas, consiguió salvar el obstáculo.
No han faltado momentos escabrosos y tristes en la vida republicana de Cuba. El asesinato del general Quintín Banderas fue el preludio de un mal difícil de extinguir. No faltaron tampoco durante los episodios de lucha revolucionaria contra Machado y Batista. Para nadie eran secretas las discrepancias entre muchos de los más importantes líderes del movimiento insurreccional de esas épocas, incluyendo al que devino el triunfo de la Revolución en 1959. Hombres valientes y generosos al extremo de entregar su vida por la causa de la democracia, no podían sustraerse a una verdad. Aquellos que se comportaban con el heroísmo de dioses, eran simples seres humanos.
Hombres llenos de virtudes y defectos fueron los que decidieron enfrentarse a un gobierno que defraudó las ansias democráticas de los cubanos. Fueron a la cárcel, al paredón o al destierro cargando consigo luces y sombras de su humanidad frágil, sin pretender ser perfectos. Simplemente querían ser consecuentes con sus ideales y convicciones.
Pero ni siquiera el poder totalitario se ha visto libre de los problemas humanos que surgen entre los que integran sus filas. La diferencia es una y enorme. La dictadura, en su afán de mostrar unidad monolítica, no admite las diferencias. Los desacuerdos no salen al exterior porque ella controla todos los canales noticiosos e informativos. No obstante la gente sabe que ocurren y los riegan como pólvora en esa especie de noticiero popular que utiliza la trasmisión oral, persona a persona, de los hechos no publicitados por la prensa oficial.
Claro que las críticas y los insultos entre los personeros del régimen encuentran una manera efectiva de ser silenciados. Cuando la cosa es muy fuerte y el ataque es considerado nocivo por la Máxima autoridad, el caso termina con el mutis de una reja real o tras aquella virtual del llamado Plan Pijama. Otros más graves, concluyen sus días aniquilados por la mortífera maquinaria de la “justicia revolucionaria” o los muere una repentina enfermedad. De esa manera el castrismo soluciona ambiciones, discrepancias, dudas, personalismos desmedidos o pretensiones de rivalidades que osen cuestionarle el timón.
La tradición fatal se convierte en una desgracia cuando hace estragos en las filas de la causa democratizadora, enfrentando a los que luchan contra la dictadura cincuentenaria o impidiendo la unidad necesaria. Una situación que no ha dejado de estar presente en estas décadas y que tuvo su más reciente incidencia en un evento penoso e increíblemente irresponsable, resuelto en un área que todos los cubanos, hasta los más ingenuos, saben está repleta de cámaras y camarógrafos expertos del departamento fílmico de Villa Maristas.
Magnificar las diferencias, discordias, emociones y ambiciones innegables, de sus oponentes ha sido una tarea constante de la dictadura en aras de desprestigiar y aniquilar a una oposición que a pesar de su natural inconsistencia humana, encarando contradicciones y factores negativos, ha luchado arduamente por restablecer la democracia en Cuba usando las vías cívicas.
La lectura de este suceso y los que puedan acontecer, lejos de frustrar a los que se empeñan por la causa de la democracia en Cuba debe servir como acicate y lectura. Primero que la lucha va más allá de figuras y líderes individuales, algo que deben tener presentes los gestores del movimiento cívico cubano, en la Isla y fuera de ella. Después que el único beneficiario de nuestras diferencias y falta de unidad muchas veces es la fuente que los produce y que si algo urge precisamente no es resolver asuntos personales, cuando la libertad sigue siendo una meta por conquistar.