LA HABANA, Cuba.- CUBALEX, organización independiente dedicada a ofrecer asesoría legal gratuita a los cubanos ―un servicio imprescindible en una sociedad donde el atropello de los derechos es parte permanente de la cotidianidad―, sufrió en días pasados un repentino y brutal ataque en su sede en La Habana, por parte de las fuerzas represivas del gobierno.
Este imprevisible hecho, en el que se aplicó una violencia desproporcionada y absolutamente injustificada, marca un nuevo capítulo de la escalada de terror que se ha estado produciendo en los últimos meses contra la sociedad civil independiente de la Isla, bajo la forma de acoso y hostigamiento a diversos proyectos cívicos y a personas independientes.
Con este acto, la represión rompe sus propias rutinas y envía un sombrío mensaje: ya no se trata de agredir y golpear a los disidentes y opositores que se manifiestan pacíficamente en las calles, sino que el régimen está dispuesto a violar sus propias leyes y allanar indiscriminadamente los espacios privados en su intento de aplastar todo foco de disidencia. Nadie está a salvo; la Constitución y las Leyes no valen frente al poder del Estado-Partido-Clan Castro.
Por su parte, el proyecto Convivencia, la Asociación Jurídica de Cuba, periodistas independientes, sindicatos y bibliotecas independientes, entre otros, también han estado recibiendo desde semanas atrás la indeseada atención de la policía política, en la que no han faltado las citaciones policiales, las amenazas, las detenciones arbitrarias, los decomisos y las “visitas a domicilio”, tanto encubiertas como abiertas, en una clara señal de que, pese a los casi dos años transcurridos desde el inicio de la reconciliación con “el enemigo imperialista” y cese de la beligerancia, la cúpula de poder no tiene la menor voluntad de tolerar la existencia de espacios de libertad y posiciones alternativas a su poder totalitario.
Puesto en perspectiva, desde la razia de la Primavera Negra en 2003, nunca el panorama había estado tan enrarecido y tenebroso para la sociedad civil independiente. Algo que debería disparar las alertas en las sociedades civilizadas del mundo que defiendan los principios de la democracia.
En un torpe esfuerzo por legitimar la represión, el castrismo también ha echado a andar nuevamente su maquinaria propagandística a través de su monopolio de prensa, con los viejos y manidos argumentos de siempre: la descalificación de sus críticos al interior de Cuba ―como “mercenarios”, “apátridas”, “contrarrevolucionarios”, etc.― y las acusaciones contra el gobierno de EE.UU. de intentar subvertir el orden político de la Isla, al financiar directa o indirectamente a los “enemigos de la revolución” y al mantener aviesamente “la política del palo y la zanahoria”, puesto que las verdaderas intenciones del Tío Sam siguen siendo reimplantar el capitalismo en la Isla. Algo que, es sabido, anhelan millones de cubanos.
Curiosamente, esto no ha impedido que el proceso de reconciliación del Palacio de la Revolución con la Casa Blanca siga su curso. De hecho, ambas partes consideran que éste avanza de manera satisfactoria. Porque sucede que los ancianos de verde olivo (o de cuello y corbata, según la ocasión) están más interesados en los dólares americanos que esos mismos “mercenarios de la contrarrevolución interna” a los que acusan.
La represión, pues, no se basa realmente en supuestos resabios de soberanía ni autodeterminación ―dos palabrejas tan corruptas como todo lo demás en Cuba―, tal como sostienen sus fieles voceros y sus aliados regionales. Tampoco se trata de que los Castro y su claque aspiren a una tajada de los beneficios que traería una normalización de las relaciones con la poderosa potencia del Norte. Se trata de que lo quieren todo para sí ―los dólares y el poder―, sin intrusiones y sin cuestionamientos. Y para eso necesitan culminar su silenciosa transición a la sucesión sin la incómoda interferencia de los inquietos actores de la sociedad civil independiente cubana. Para ello cuentan, además, con la serena aquiescencia de la opinión pública internacional y el beneplácito de los gobiernos democráticos del mundo, que miran distraídos hacia otro lado mientras la represión se incrementa al interior de la modélica Isla.
Eso explica que, no por contradictorio, deja de ser lógico este recrudecimiento de la violencia desde el Poder. La realidad cubana es actualmente tan confusa y controversial que no existen explicaciones llanas para interpretar las señales de una manera única o irrefutable. Una misma pregunta puede recibir un variado número de respuestas, no necesariamente afines entre sí.
Por ejemplo, la más reciente encuesta presentada en la portada de CubaNet presentaba una interrogante sencilla, como es de esperarse de una indagación de esta naturaleza. Se trata de responder si la actual escalada represiva del régimen castrista se debe a la impunidad de que goza éste frente a la comunidad internacional. Y, de hecho, apenas 24 horas después de colocada la encuesta más del 80% de los que respondieron (incluida esta escribidora) lo hicieron afirmativamente.
Solo que la impunidad, aunque efectivamente es un factor de gran importancia en este caso puesto que estimula la actuación violenta de las hordas castristas, es apenas un elemento para explicar la represión, pero no es su causa esencial. De hecho, no existe una sola causa esencial, sino un variado cúmulo de ellas; y todas se encuentran fundamentalmente al interior de la Isla y no solo en el escenario político internacional.
En ese conglomerado de causas de base ―que a su vez son consecuencia del fracaso del modelo castrista y de su incapacidad para sostenerse sobre sus propios principios fundacionales, dizque “socialistas”― se incluyen, entre otras, el aumento del descontento social y el crecimiento de los sectores disidentes (y otros “inconformes”) dentro del país, con el consiguiente aumento del activismo y de grupos sociales potencialmente receptivos a propuestas de soluciones alternativas al Poder; mayor visibilidad de los sectores críticos a partir de utilización de las nuevas tecnologías de la informática y las comunicaciones para penetrar el monopolio informativo oficial, pese a la todavía precaria e insuficiente capacidad de acceso de los cubanos a la Internet; desesperanza y falta de expectativas de un futuro mejor para las nuevas generaciones, lo que se refleja dramáticamente en el sostenido flujo migratorio y toda la crisis que se deriva de éste; y el desvanecimiento del mito del “enemigo externo”, que ha creado numerosos poros en la estructura monolítica sobre la que se asentaba el poder absoluto.
A esto se suma el actual auge de nuevos actores críticos, en este caso bajo la misma o similar denominación ideológica utilizada por el castrismo (socialista, marxista, martiana y otros), que se mueven en dos tendencias diferentes: los que abogan por un socialismo participativo y democrático que permita oportunidades para todos los cubanos, más allá de su color político; y los que se declaran fieles seguidores del pensamiento y la obra de la revolución, que reconocen a la generación histórica, ignoran la otredad política, pero se niegan a repetir miméticamente el discurso oficial, a la vez que reclaman su participación en la toma de decisiones políticas, una herejía impensable para el Poder totalitario.
Siguiendo la lógica de un régimen que suma en sí lo peor de la tradición de todas las dictaduras latinoamericanas y de otros totalitarismos del resto del planeta, no cabe más que esperar mayor represión y terror en el futuro inmediato. El castrismo parece estar preparando lo que se anuncia como un Invierno Negro. Paradójicamente, cada nueva acción represiva que pretende ofrecer esa imagen de fuerza y frenar los focos de disidencia interna, solo delata con mayor claridad la vulnerabilidad del régimen y sus propios temores a perder el control absoluto ejercido por casi seis décadas.
La respuesta de la sociedad civil independiente al incremento represivo de la dictadura ha sido la misma en todos los casos: no claudicar, mantener la voluntad de seguir luchando pacíficamente por la democracia en cualquier circunstancia. Una actitud que merece mayor reconocimiento, respeto y apoyo de los gobiernos democráticos y organismos internacionales que tanta solidaridad han desplegado a la hora de premiar con su aplauso, su aprobación o su silencio a la más antigua satrapía del mundo occidental.