LA HABANA, Cuba.- Con el programa “Con dos que se quieran”, que se emite por Cubavisión los martes en la noche, se inició hace seis años y ya va por su segunda temporada, Amaury Pérez ha demostrado que es mejor entrevistador televisivo que cantautor, y ni decir que novelista.
No se puede negar que Amaury Pérez, décadas atrás, escribió algunas canciones con letras hermosas e inteligentes, pero definitivamente, problemas con el vibrato, zancadillas que le pusieron algunos de sus amigos chivatones de la Nueva Trova o lo que fuese, no funcionaba aquella mescolanza con la que aspiraba a convertirse en un híbrido entre Joan Manuel Serrat y Barry Manilow. Y menos cuando como el propio Amaury ha dicho, “no están de moda los inteligentes”, y, al paso que van las cosas, tampoco los sentimentales.
A Amaury Pérez, que ante las cámaras se siente como pez en el agua -hijo de gatos, caza ratones-, algunos le reprochan la obsequiosidad y demasiada melcocha cuando entrevista a sus amigos. Y sus entrevistados casi siempre lo son, o al menos, él los califica como tales, aun al mismísimo Silvio Rodríguez, que tanto lo hizo sufrir. Aun así, y a pesar de su probada incondicionalidad al régimen –en cierta ocasión dijo que Fidel Castro era como si fuese su papá-, a veces Amaury hace preguntas a sus invitados que más que agudas, resultan peliagudas.
Por Amaury no queda: él les da el pie forzado, allá ellos si desaprovechan su oportunidad en el confesorio…
Muy pocos invitados se atreven a desahogarse y quejarse de los agravios y desaguisados oficiales que han sufrido. Los que más lejos han llegado en las confesiones han sido un veterano actor que habló de su lucha contra el alcoholismo, un joven director de cine que sin inhibición alguna reconoció ser gay y se enorgulleció de ello, una actriz teatral negra y santiaguera que se quejó del racismo y un músico matancero que recordó las vicisitudes que le hicieron pasar por ser católico practicante.
Los entrevistados prefieren hablar de sus problemas personales, de sus inicios en sus carreras, de sus gustos, amores y mascotas. Y a veces, no pueden contener las lágrimas.
Si no la mayoría, gran parte de ellos proclaman su devoción “a Fidel y la revolución”. Si fueron de los represaliados, de los condenados al ostracismo y luego de muchos años rehabilitados, se muestran esquivos, optan por el olvido.
Otros dan pena, como Polito Ibáñez cuando dijo que no quería ser tomado por un cantante disidente, o el cardenal Jaime Ortega, cuando preguntado sobre su mediación en el año 2010 para la excarcelación de un grupo de presos políticos, en lugar de llamar a las Damas de Blanco por su nombre, prefirió referirse a “esas mujeres que se visten de blanco”.
El pasado 30 de agosto el invitado fue Jorge Gómez, el director del grupo Moncada, quien más que esquivar o tirar curva ante un tema conflictivo, de tan complaciente, se mostró cómplice de la represión a los intelectuales en los años 70.
Cuando Amaury Pérez indagó sobre cómo se produjo en 1971 el fin del Departamento de Filosofía y de la revista Pensamiento Crítico, si la habían cerrado y por qué, Jorge Gómez dijo que la revista se había ido agotando de a poco, y lo justificó con el cínico argumento de que “son cosas que pasan en las revoluciones”.
Hubiera sido demasiado atrevido para el muy obsecuente Jorge Gómez decir que la revista, que agrupaba a tanques pensantes de izquierda como Aurelio Alonso y Fernando Martínez Heredia, fue cerrada, poco después de aquel infausto y mal llamado Congreso de Educación y Cultura, por órdenes de Raúl Castro, por entonces ministro de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, quien calificaba a la publicación y al Departamento de Filosofía de la Universidad de La Habana como “un reducto de revisionistas y contrarrevolucionarios”. Y todo porque se atrevían a andar manoseando a Marcuse, Gramsci, Sartre, y cuidado si no también a Bakunin y Trostky.
Por aquellos días, las FAR se ocupaban de la batalla contra los intelectuales. No era casual que desde la revista Verde Olivo partieran las infames andanadas de aquel rancheador ideológico que firmaba con el seudónimo Leopoldo Ávila.
Total, dirá Jorge Gómez, para qué se iba a meter en esos problemas revolviendo el pasado, si varios de los represaliados de entonces, hoy son intelectuales orgánicos del régimen, componedores de batea que se dedican a reinventar el socialismo, olvidados de aquel “error”.
En lo que a Jorge Gómez respecta, él mismo lo reconoció, el inesperado fin de su incursión en la filosofía, más de diez años después de que aprendiera a tocar los paticos en el piano, le permitió volver a la música. En 1972, con varios estudiantes universitarios, formó una agrupación que combinaba el son con la música andina y a la que nombró Moncada. Años después, luego de sustituir la influencia de Quilapayún e Inti Illimani por aires más pop, y al demasiado serio Alberto Falla por cantantes bonitillos, más jóvenes y melenudos, Moncada logró cierta popularidad. Fue de los grupos que en los años del Periodo Especial abarrotaban de jóvenes la escalinata de la Universidad, entre otras causas, porque con los apagones, no tenían lugares mejores donde meterse.
Hoy apenas se escucha a Moncada. Pero su director, Jorge Gómez, luego de haber tenido su cuarto de hora de fama en la cultura oficial, debe alegrarse de haber salido indemne y beneficiado de aquel episodio oscuro que fue el cierre de Pensamiento Crítico. Y seguramente, Amaury Pérez lo comprende y le da la razón.