LA HABANA, Cuba.- En la húmeda mañana del jueves, cuando Natalie Portman llegó a la vieja casona del Ballet Nacional con su hijo Aleph, de cuatro años, y su esposo, solo llegaba acompañando a este, Benjamin Millepied, quien, aunque no tan célebre como ella, es un reconocido bailarín y coreógrafo y el director de Danza del Ballet de la Ópera de París y como tal llegaba a la sede de la institución.
Sin embargo, no se trataba de una visita oficial y la treintañera pareja, en apariencia informal, hubiera podido pasar inadvertida para los que no estuvieran informados. De hecho, algunos ni siquiera reconocieron a la famosa actriz que, nacida en Jerusalén, ha trabajado en filmes memorables como Closer, Los fantasmas de Goya o Black Swan, que le dio un Oscar a mejor actriz y durante cuya filmación conoció a su actual esposo.
En el Salón Azul, asistieron los dos a un ensayo del segundo acto de Giselle, con los bailarines Anette Delgado y Danny Hernández en los roles principales, acompañados por Miguel Cabrera, historiador del Ballet Nacional, y Heriberto Cabezas, Jefe de Protocolo de la institución, quien los acompañó posteriormente a la oficina de Alicia Alonso, en el piso bajo, donde la directora de la emblemática compañía los recibió privadamente y se tomó en compañía de la pareja y de su pequeño hijo las fotos que han aparecido en algunos medios.
Muchas de estas publicaciones, sobre todo cubanas, tan fanáticas de Hollywood —ya sin remilgos— describen la visita como si hubiera sido protagonizada por la indiscutiblemente grande Natalie Portman, pero ella, aunque hubiese estudiado ballet y hecho la destacada labor que hizo en Black Swan, y a pesar de que ya había conocido a la Alonso, no era, en este caso particular, sino la acompañante de Millepied, alto directivo de la Ópera de París.
La Portman, que como sabemos suma muchos otros talentos a su genio actoral —se tituló en psicología en la Universidad de Harvard y tomó cursos de postgrado en la Universidad Hebrea de Jerusalén, por ejemplo— y ha hecho estudios de francés, japonés, alemán, hebreo y árabe, conversó en español durante su encuentro con los bailarines, además de intercambiar en inglés y en francés con otros de los presentes.
Que a los medios y autoridades gubernamentales cubanas les fascine que gente de tanto glamour venga a un país como Cuba y trate a gente como ellos con respeto, es lo de menos. El problema es que los acaparan y, aunque muchas veces son los visitantes los que no quieren mucho intercambio con la prensa, la mayor parte de las veces son los mandantes cubanos los que limitan tremendamente todo tipo de intercambio normal.
Porque eso es lo que se hace evidente: no vienen a un país como otro cualquiera, no vienen a encontrarse con personas comunes. Vienen a un gueto, visitan un parque temático. Los funcionarios cubanos que se derriten con un gran artista pop o con una estrella de Hollywood, hacen como los jineteros que acaparan para ellos a su “yuma” y no quieren que cualquier otro se relacione con él y ponga en peligro sus beneficios. Porque de eso se trata, por desgracia: de vulgares intereses que no tienen nada que ver con la cultura y a veces ni siquiera con la propaganda política, aunque esta sea el punto número uno de la agenda en este tipo de relacionistas.
Lo vimos claramente cuando la visita de Mick Jagger, el líder de The Rolling Stones, los dinosaurios del rock’n’roll, hace unos meses o, mucho más recientemente, con el viaje de Ozzy Osbourne, también otra leyenda viviente de la música, secuestrados ambos en un circuito en el que se codearon con algunos elegidos por la nomenclatura y no pudieron tener el menor roce con una atmósfera social y cultural genuina, fuera del control oficial.
Algunos les reprochan a esos artistas de la escena mundial que no se esfuercen por mirar un poco más hondo en la Cuba que les presentan, que no traten de descubrir la verdad tras las bambalinas, que no se preocupen de corazón por los verdaderos males de los cubanos. Et cétera. Vano reproche.
Si queremos que nos vean, lo elemental es que nos hagamos visibles. Que el gobierno utiliza más efectos especiales que Hollywood para que eso no ocurra lo sabemos bien nosotros. Pero la verdad es que eso no es un problema de esos artistas que, en algunas ocasiones, se ocupan de gente con tragedias más mediáticas que las del pueblo cubano.
Si es útil o no para la causa de Cuba que vengan esos grandes de la escena mundial, lo dirá el tiempo. Mientras tanto, que cada cual opine a su manera, pero lo mejor será siempre que, hagamos lo que hagamos, seamos nosotros los que aprendamos a ver nuestros problemas reales, ya que vivimos entre ellos, y no pretendamos primero que los entiendan esos viajeros de paso, vengan o no vengan, sean quienes sean, lluevas cuantos lluevan en esta lluviosa Habana de la nueva época. Si así se le puede llamar.