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CubaNet

Enero 26, 2004

Consternados y "rubiosos"

LA HABANA, enero (www.cubanet.org) - Los cubanos tenemos la mejor agua de coco del universo, las más saludables chinches de catres carcelarios y los más ingeniosos cocineros.

También contamos con el mayor por ciento de jóvenes marineros en la tierra, la más lasciva forma de bailar y la más ruidosa fórmula de hacer silencio, gritar sin decir nada.

Pero lo que nos distingue por sobre toda la especie humana, ese algo único y estremecedor que hace a muchos miccionarse en la cama, halarse los cabellos o poner las mucosas nasales a fluir a ritmo de conga en carnaval, es el recuerdo patrio escaneado a través del cordón umbilical de una cámara de televisión.

Jamás en la historia de la humanidad han existido seres más apegados a su tierra, su sol particular y a sus playas que los cubanos nacidos con la revolución, aunque sólo las haya poseído en las uñas, en medio de una guardarralla o al contraer matrimonio con un extranjero(a), en ese orden.

El ombligo patrio es irrompible, aunque sí estirable. El cordón que nos ata al fufú de plátano sin manteca, a los primeros zapaticos Kiko de la infancia y al equilibrio de la libreta de abastecimiento es inolvidable.

Recordemos si no las conmovedoras imágenes pasadas este martes por la televisión cubana, cuando Julio Acanda, al parecer desde Miami y Nueva York -cogió cajita El Baba- entrevistó para su nuevo programa Somos Cuba a varios exiliados.

Fue impactante. Millones de cubanos de la tierra envidiaron la posibilidad de hablar de su país desde tan lejos, metidos en un set de nostalgia y moqueos insuperables.

Cuánto hubieran dado por compartir la inigualable y añorada experiencia de recordar un cuarto apuntalado en Centro Habana desde un mínimo apartamento de Hialeah.

De cantar acompañados por un piano en la sala de su casa, que acá lo hace sólo Chucho Valdés, o de escribir versos sobre cañaverales, camellos y montañas entrevistos por medio de postales en colores, en un auto a toda velocidad por una autopista.

Qué magnetismo hablar de cosas que en la Isla los enviarían a la cárcel por desacato. Eso sí es valor, amor a Cuba. Eso sí es roncarle la nostalgia, no regresar por miedo a morirse de la emoción.

Y qué decir del revolucionario a prueba de balsa. Del gran luchador que luego de ayudar a poner a los barbudos en su pedestal, y trabajar por el comunismo durante 28 años, decidió ir a correr la misma suerte desgraciada que dos millones de compatriotas confundidos que hoy mantienen, desde su amargo infierno, a once millones de coterráneos atrincherados tras las puertas carcomidas del paraíso isleño.

Pero lo más conmovedor, lo que removió hasta el comején de los sillones, la lista de espera de los aspirantes a la emigración, fue el individuo nacido en Nueva York.

Ese sí es un patriota. Y aunque no le corre guarapo por las venas, no fuma ni tiene un seguroso atrás, no practica la santería, jamás juega pelota, toma café con chícharos o hace guardia en el comité, ni dice no en vez de decir sí, y viceversa, decidió ser cubano en memoria de sus abuelos. Eso sí es una proeza. Un acto de heroísmo.

Y se lanzó al ruedo en un rocinante Mercedes Benz, con una adarga al brazo forrada de dólares y un salvoconducto abracadabra que dice pasaporte norteamericano.

Loco de aventuras como Alonso Quijano, desbordado de imaginación cual un Sancho Panza tropical, el neopatriota se trasladó al Valle de Viñales, en Pinar del Río, a encontrarse con sus ancestros.

Y allí fue el acabóse. Los parientes, convencidos a duras penas que su familiar -no traía equipaje- no venía de Oriente u otra provincia cubana a pasarse unos días en el acogedor valle repleto de mogotes, le abrieron la puerta, los brazos, los vacíos calderos, los recuerdos, y finalmente el corazón, seguros de que traía dólares y no pediría nada.

Cuánta ternura. Qué imágenes para el cine mexicano de la década del 30 o una novelita de Corín Tellado.

Qué palabras más serias, honestas, sopesadas, cuando expresó que todos sus sueños de niño de Nueva York eran vivir en Cuba, aunque al igual que los demás entrevistados se mantendrá viviendo en los Estados Unidos, pues quiere suicidarse con nostalgias de una vega de tabaco.

Esta es Cuba, Chaguito, y ésos son los cubanos que aman la Isla en quiebra, habitantes incluidos, desde Madrid o Nueva York, desde París o Barquisimeto y, sobre todo, desde los dientes para afuera.

Nada, que parodiando a Mario Benedetti, están consternados, rubiosos, y aunque les dé vergüenza mirar los cuadros, los sillones, las alfombras, tener sed y sacar una botella del refrigerador o teclear las cuatro letras mundiales de su nombre -Cuba- sin ser acusados de propaganda enemiga, no quieren regresar por temor a un infarto de dicha. cnet/09

 

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