Septiembre 30, 2002
Los laberintos de la espera
Víctor Manuel Domínguez, Lux Info Press
LA HABANA, septiembre (www.cubanet.org) - La narrativa que hoy se escribe en
Cuba, si bien elude, gracias a la censura oficial, el tratamiento de temas que
cuestionan la sociedad en su conjunto, en ocasiones aborda con alto sentido crítico
los problemas de mayor incidencia en la vida nacional.
La espera, como paso previo a las posibles realizaciones de los más íntimos
deseos personales y colectivos, constituye en la Isla una de las categorías
de la desesperación que barre con todo signo de sosiego.
Tratada de forma subliminal en el relato Ruta Cero, de Rogelio Riverón,
la espera asume el papel principal, al colarse por los intersticios de un
aparente viaje circular, cuando el autor nos introduce en un ambiente donde se
hace tangible su presencia: "Llevamos horas en una emboscada que a lo mejor
fue dispuesta por otros para nosotros mismos. Hay personas y grupos de personas
cuyo castigo es esperar, y ellas lo cumplen".
La espera, como dolor alegre reparte en abundancia gestos de abulia, poses
de impaciencia, rictus de ira que, uncidos en la reducida capacidad de una
parada de ómnibus, conforman un grabado de sensaciones congeladas en el
tiempo.
Rogelio Riverón, hurgando en uno de los círculos del infierno
en que se ha convertido la espera para los cubanos, nos ofrece en el relato las
coordenadas de un acto que no por cotidiano deja de ser el centro de la vida de
quienes habitan en la Isla.
El hábito y la obligación de esperar envuelven al cubano desde
la más temprana edad, y ni después de muerto se libera. Aguardar
por la leche, la supresión de la libreta de abastecimientos, el permiso
de viajar, el derecho de expresarse libremente, entre otras aspiraciones básicas,
tejen un compás de espera que satura la cotidianidad del cubano y lo
lleva por diferentes caminos hacia un solo punto: la resignación.
En Ruta Cero el recorrido angustioso por una parada de ómnibus cubana
en las afueras de la ciudad resume con certeras pinceladas el mundo alucinado
de un país regido por la espera.
Escrito con una economía de medios envidiable, y matizado por
sugerentes expresiones que abarcan la intencionalidad del autor, el relato
deriva hacia una fiesta de la palabra y el pensamiento subterráneo, a un
ritmo que trepida en las zonas más sensibles de la razón.
En ocasiones cáustico, a veces transgresor de ineficientes fórmulas
postmodernas al uso, siempre incisivo en los argumentos que abaratan los
supuestos logros del actual régimen, Ruta Cero es un viaje a la
desmemoria con paradas obligatorias en paisajes reales.
Como propuesta subliminal del recorrido literario hacia nuestro interior, el
relato nos ofrece la posibilidad de apearnos y sucumbir en lo más íntimo,
o desviar la ruta y enfrentarnos con una espera impuesta y autoimpuesta que sólo
revertiremos cuando seamos capaces de vivir con dignidad y no de vegetar por
decreto.
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