Enero 24, 2002
Violencia doméstica
Víctor Manuel Domínguez, Lux Info Press
LA HABANA, enero - Mientras en los medios de comunicación cubanos no
se escatiman espacios para ofrecer datos sobre la violencia doméstica en
el mundo, las agresiones físicas y psicológicas contra las mujeres
dentro de la Isla alcanzan ribetes alarmantes que no son dados a conocer por las
autoridades.
Pero aún sin los resultados de alguna encuesta pública que
arrojen una visión siquiera parcial de la pesadilla en que se ha
convertido la relación doméstica entre parejas, es posible
intentar un acercamiento al problema que, por cotidiano, es tomado como un gesto
amoroso de la explosiva vida caribeña.
En Cuba, hoy, donde según organizaciones especializadas como el grupo
de trabajo para la prevención y atención de la violencia
interfamiliar, este tipo de acto contra la mujer se limita a empujones,
agresiones verbales y amenazas gestuales, sin llegar al daño físico.
Los casos de abuso corporal son significativos, aunque se omiten o manipulan las
cifras en los espacios de información pública.
Esta realidad, oculta en resoluciones, programas de apoyo, códigos de
familia y otros mecanismos propagandísticos que nada pueden hacer ante
los innumerables hechos, sale a relucir de forma natural en cualquier ciudad o
zona rural de la Isla.
El número de mujeres maltratadas por servir a la mesa el mismo menú,
a causa de los celos, o por agresión verbal al marido que llegó en
estado de embriaguez, es representativo de algunas de las razones que hacen de
la relación conyugal un pequeño infierno en no pocos hogares
cubanos.
Por otra parte, la obligatoriedad de vivir por falta de viviendas con
personas a las que se rechaza, incentiva un problema que, sumado a la falta de
espacios adecuados para criar los hijos, al incierto futuro ante las
precariedades económicas progresivas, y a la convivencia fortuita bajo el
mismo techo de diferentes grupos generacionales, se convierten en factores de
riesgo para la violencia entre familias.
Si bien en Cuba es tipificado como delito cualquier tipo de agresión
contra la mujer, en la práctica el asunto resulta soslayado. Primero,
porque los cubanos consideran una traición de índole moral
denunciar a cualquiera ante la justicia. Segundo, dado que su concepción
de la vida en torno a la relación de parejas se ajusta a la sentencia
popular: entre marido y mujer, nadie se debe meter.
Anabel Fernández López, una joven de 28 años con dos
hijos menores de edad, es escupida, golpeada y amenazada con otros castigos por
su esposo ante la vista de todos, sin que las autoridades a que se ha dirigido
tomen una determinación.
Tal vez, dicen muchos, porque al otro día está acaramelada con
el marido. Seguro -señalan- porque la tiene amenazada.
Estela Sánchez, después de ser golpeada por su esposo durante
años, aprovechó un clímax alcohólico de éste
y lo bañó en alcohol industrial dentro de la bañadera en su
apartamento de Alamar. Luego prendió un cerrillo sobre el cuerpo y no
avisó a los bomberos hasta que el hedor se hizo insoportable.
Y aunque estos casos no son la regla, tampoco constituyen la excepción,
pues decenas de mujeres a lo largo y ancho del país sufren cada día
todo tipo de atropellos, ya sean verbales o físicos.
La convivencia entre parejas en Cuba se encuentra en estado crítico.
Las agresiones contra el sexo femenino alcanzan todos los estratos de la
sociedad.
No importa que con enorme grado de cinismo las autoridades especializadas no
las incluyan dentro del 75 por ciento de mujeres adultas con parejas que sufren
de abuso psicológico, ni en el 30 por ciento que padece violencia física
en América Latina y el Caribe.
La mujer cubana, a pesar de los supuestos espacios socio-laborales
alcanzados -que para muchos representan un grado mayor de servidumbre- lanza su
estoicismo a prueba de crisis, un SOS por la no violencia dentro de su hogar.
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