Noviembre 19, 2001
La cultura como arma política
Víctor M. Domínguez, Lux Info Press
LA HABANA, noviembre (www.cubanet.org) - El papel protagónico que se
le ha dado a la cultura cubana en todos los frentes sociales tiene como
finalidad no sólo aunar criterios en torno a la importancia que las
instituciones del sector continúen monitoreadas ideológicamente
por el Estado, sino también resaltar la imposibilidad de desarrollo en
ese orden sin el mecenazgo gubernamental.
Para ello se ha diseñado una ofensiva audiovisual generalizada, y se
pretende crear en cada comunidad un frente cultural que disuelva cualquier
intento alternativo al respecto.
Comprometer al creador, hacerlo partícipe de la ideologización
cultural del Estado es la premisa fundamental que existe detrás de tanto
interés por un sector históricamente aglutinador, pero a la vez
abierto y contestatario.
Mejorar sus condiciones de vida , darles la posibilidad de viajar al
exterior, de poseer un carro, que puedan disponer del dinero obtenido por su
obra y ocupar cargos relevantes dentro de la nomenclatura gubernamental son
algunas de las dádivas usadas para captar desde el nivel de base hasta el
nacional a todos los artistas y escritores que por su disponibilidad de poner
sus muchas o pocas dotes creativas en función del proyecto social cubano,
acepten convertirse en puentes ideológicos y culturales de la nación.
Esta dualidad, buscada en el intelectual cubano de hoy, fue descrita por el
presidente de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC),
Carlos Martí, cuando planteó que si a la creación artística
se le agregan las responsabilidades políticas, la persona en la cual
coinciden aquella vocación y estos deberes, se convierte en algo así
como un imaginario dispensador de respuestas para las más difíciles
interrogantes, alguien obligado a equilibrar tensiones sin traicionar principios
que, por supuesto, deben ser los de la revolución.
El monopolio ejercido sobre todos los medios de comunicación para
imponer los gustos y criterios de una élite cultural comprometida con los
lineamientos ideológicos de la revolución, tiene además
entre sus objetivos descalificar los códigos tradicionales de miles de
personas imposibilitadas de responder a esa maniobra.
Determinar qué se puede leer, ver u oír bajo el presupuesto de
orientar a las masas hacia lo bueno no sólo es un ejercicio totalitario y
desestabilizador, sino que constituye además una medida excluyente que
prejuicia y devalúa cualquier inclinación por un hecho cultural
que no se corresponda con los pautados por los supuestos especialistas.
Calificar de productos para lavanderas una novela radial o televisiva que no
aborda la realidad desde una perspectiva marxista, así como tildar de
cursi a quien declame un poema de Hilarión Cabrisas, o de
contrarrevolucionario a quien lea una obra de Cabrera Infante, denotan la
arbitrariedad conceptual y el menosprecio por la capacidad de apreciación
de las masas por aquellos que, escudados en el privilegio de la dominación
cultural, pretextan que sus criterios resumen los sentimientos del pueblo.
En el trabajo titulado "La otredad silenciada", el poeta y
ensayista Víctor Fowler, respondiendo a Fernando Rojas (defensor de la
teoría del predominio estatal dada la incapacidad de las masas para
discernir entre lo bueno y lo malo) se pregunta desde la óptica del
hablante: ¿quién es, qué lugar ocupa, cuál es su
posición institucional, a quiénes está defendiendo, qué
modelos culturales?, para luego sugerir una lectura por entero al revés
donde se pregunta ¿a quién representa el texto, cuáles
demandas relega y censura, a quiénes les niega la voz, en qué
lugar de la sociedad están esas personas, qué les propone a cambio
del vacío en que los deja?
Este análisis sobre un trabajo que defendía a ultranza el
sometimiento de las masas a las "orientaciones" ideológicoculturales
de los "especialistas", expresa un criterio compartido entre muchos
intelectuales cubanos no plegados a los "ordeno y mando" de las
autoridades del régimen.
Subestimar la capacidad espiritual y cognoscitiva de las masas populares y
pretender hablar en nombre del pueblo cuya respuesta verdadera es silenciada, no
es otra cosa que imponer arbitrariamente patrones culturales a costa de
sacrificar las demandas de amplias capas poblacionales de la misma nación
que supuestamente se defiende.
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