Septiembre 13, 2001
Cultura de los andenes y falsa
identidad
Víctor M. Domínguez, Lux Info Press
LA HABANA, septiembre - La creación de diversos espacios para debatir
sobre la problemática de la promoción artística
incoherente, lastrada por la incapacidad, el amiguismo y otros males de fondo
surgidos de una política cultural que responde a patrones ideológicos,
no ha logrado revertir el estancamiento que deja sin posibilidades de darse a
conocer a significativos creadores.
A la celebración del taller de información y promociones
culturales convocado por la dirección municipal de cultura de Trinidad
conjuntamente con la Asociación Cubana de Publicitarios y Propagandistas
de Sancti Spíritus, se le suma el de promoción cultural realizado
en la sede de la UNEAC en la capital del país, y arrojan los mismos
resultados: el desconocimiento de quiénes la hacen, en qué
consiste la misma y cuál es la función de este proceso.
Esta realidad, que muestra el alejamiento de los especialistas de las claves
comunicacionales más efectivas para la promoción eficiente, y señala
la falta de responsabilidad, de objetivos concretos y poder de decisión
de quienes la ejercen continúa sus peligrosos pasos en momento donde la
necesidad de categorizar los niveles artísticos marca el despegue o
derrumbe de un proyecto cultural con perspectivas.
La inclinación de los pocos espacios promocionales cubanos hacia la
parte banal de nuestra cultura ha creado una imagen donde lo superfluo, la
manquedad creativa y la vulgarización de las raíces que
identifican a la isla asumen un legítimo protagonismo, amparados en la
falta de recursos, sumergidos en la selectividad de los talentos o imbuidos de
una proyección cognoscitiva que no toma en cuenta el nivel apreciativo
del público receptor.
Este desacierto promocional, anclado en lo que se ha dado en llamar cultura
de los andenes por su insistencia en revelar giras internacionales y otros
desplazamientos de solistas, agrupaciones, sin ahondar en la tendencia y
complejidad del arte que proponen, en un ejercicio del chisme que se instala en
los medios audiovisuales cubanos como supuesto gancho para satisfacer a la
población.
La reformulación y copia de un sistema de estrellas utilitario por el
deslumbramiento que provoca, así como el solapado interés por
demostrar el desenfado y la apertura que no existen en ningún medio de
comunicación cubano, se une a los de mayor impacto en la población
y finge desandar un desproblematizado escenario de cubanía, cuando la
realidad es otra.
Las jaboneras muestras de músicos que vuelven de París
enfundados en trajes de corte señorial, el centelleo de anillos y cadenas
que muestran los que parten hacia New York y la risa Colgate de cierta actriz
que declama el poema Tengo, de Nicolás Guillén, segura del regreso
a su apartamento en Cancún, son como espejos rotos de un sueño
endemoniado que atraviesa la isla día tras día y crea dioses de
papel y billeteras, mientras la autenticidad cultural se deforma en la
imaginaria barata y de fugaz altivez.
Por otra parte, la pretensión de defender nuestra identidad nacional
a través del grito ensordecedor de "¡SOY CUBANO!" en medio
de un montuno coreado en Barcelona o Tianamen, se ha convertido en el caballo de
batalla de una cruzada que peca por defecto dada su endeblez conceptual.
Pretender que una mulata debajo de un cocotero, un chino con guayabera o un
gallego despalmichador constituyan por sí solos la esencia de la
cubanidad forma parte también de una trama entorpecedora de la real
suculencia cultural que identifica a la nación.
Estos componentes por cuenta propia de nuestra identidad, separados del
vital aderezo que proporciona la olla común del ajiaco cultural cubano,
devienen en estereotípicos platos sin sazón, por falta de
ingredientes seculares que se cuezan con simultaneidad.
El picante subido de la improvisación, el pobre fuego de los
mecanismos gubernamentales implementados para que cuaje la cubanía, así
como la insípida y heterogénea difusión de todos sus
componentes a través de emisoras radiales, programas televisivos y la sal
común de la prensa plana, impiden que hiervan sincopados los rasgos
característicos de la rumba de cajón y la sinfonía, el
soneto y el danzón, la conga y el amor al doble seis, y la danza y la
espinela.
Bajar al gallego de la palma hasta que se confunda con la conga, situar al
chino bajo el cocotero a tomarse un bembé, y vestir a la mulata con
guayabera, y hacerla blanca, negra -nunca silencio- en la clave de sol de una
sinfonía, pueden constituirse en el verdadero camino que nos conduzca a
la real identidad, fundidos en el imperecedero manto de la tradición
cubana.
La alternancia promocional entre el mensaje ideológico cerrado y
supuestos aires renovadores que hacen de la cultura un ensamblaje apócrifo
por su falta de autenticidad, se afianzan en unos medios urgentemente
necesitados de cambios estructurales, aperturas legítimas y una dosis
real de cubanía que enaltezca y preserve nuestra identidad nacional.
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