Agosto 28, 2001
¿Buen aniversario?
Víctor Domínguez, Lux Info Press
LA HABANA, agosto - La Unión Nacional de Escritores y Artistas de
Cuba (UNEAC) arribó a sus cuarenta años de existencia.
Nacida de un parto doloroso después de las desgarradoras
contradicciones sufridas por la libertad de expresión con el cierre de
los principales diarios del país, la intervención de casas
editoras y el pronunciamiento de las "Palabras a los intelectuales",
la UNEAC salió a la luz el 22 de agosto de 1961 en medio de una atmósfera
de contradicciones y, sobre todo, de temor, durante la celebración del
primer congreso de artistas y escritores de Cuba.
Concebida como una estrategia política por encima de su función
cultural, la UNEAC, desde sus inicios, presidida entonces por Nicolás
Guillén, se dio a la tarea de ir decantando con el paso del tiempo todo
vestigio de confrontación que amenazara el cumplimiento de un programa
ideológico previamente pactado entre sus gestores: el gobierno y la cúpula
del Consejo Nacional de Cultura.
Como primer paso, y sin tener en cuenta diversas opiniones en contra, la
UNEAC basó sus vínculos internacionales en la relación con
similares organizaciones de países socialistas, hecho que marcó el
viraje total en la continuidad de una política cultural abierta, antes de
la revolución, a todas las tendencias literarias y artísticas del
universo.
Esta primera señal de alineamiento con un sistema de principios
excluyentes, aferrado a la intolerancia, y que sólo permite la libertad
en las apologías, sentó las bases de diversos procesos nacionales
que a lo largo de cuatro décadas han desacreditado una organización
"que sólo admite en su seno, voluntaria y selectivamente, a
escritores y artistas prestigiosos, fieles a nuestro proyecto revolucionario",
según escribió el periodista Juan Sánchez en un artículo
por el aniversario de la institución.
Esta fidelidad, asumida como dócil aceptación de lo dispuesto
por el poder, sin siquiera discrepar, hacer proposiciones diferentes, o no
emitir señalamientos o descalificaciones contra uno de sus miembros por
razones extra-culturales, han quitado prestigio a una organización
supuestamente integrada por hombres libres, si no de cuerpos, al menos de
pensamiento.
Cómplice de las campañas políticas orquestadas por el
gobierno, partícipe en las condenas al ostracismo de prestigiosos
intelectuales cubanos, y manipulada por sacar de circulación cualquier
movimiento cultural alternativo, la UNEAC arrastra en sus cuarenta años
de historia el peso de la traición contra quienes disienten de sus propósitos.
Sede de la humillante autoinculpación del poeta Padilla en el célebre
proceso por el premiado libro Fuera del Juego, y sin valor para impedir un prólogo-coletilla
redactado, para algunos por José Antonio Portuondo, por Lisandro Otero
para otros; por ambos al alimón, para todos, dictado o sancionado por los
guardianes de la palabra de Castro -de acuerdo a lo expresado por Manuel Díaz
Martínez en su artículo Heberto Padilla: Crimen y Castigo- la
UNEAC mantiene una actitud sumisa ante el poder por la imaginaria identificación
de sus integrantes con el proceso revolucionario.
Otros de los estigmas más significativos de una organización
que se autotitula "no gubernamental" han sido el apoyo a las purgas de
numerosos escritores y artistas derivadas del primer congreso de Educación,
la unanimidad pública de su membresía para condenar a los diez
intelectuales firmantes de una petición de reformas para el país,
y la "regeneración" política y editorial de algunos
escritores calificados de apátridas e inmorales, y que hoy, desenterrados
postmortem del olvido oficial, pasan a formar parte, sin su anuencia, de un
rejuego político consistente en la apropiación indebida de la obra
por la que precisamente fueron denigrados al escribirla.
La falta de valor para descalificar en público lo que se admira en
privado, el bajo índice de moralidad que marca a una institución
que hace oídos sordos a los reclamos más íntimos de sus
integrantes, y la entrega total a los manejos de una ideología que pone
frenos a la concreción de un proyecto integrado por la mayoría
silenciada de los artistas y escritores del país, descalifica, por demagógica,
todas las acciones que se hagan para educar la sensibilidad del pueblo.
Galardonar a un artista o escritor por su protagonismo político y no
por sus cualidades creativas, obligarlos a levantar las manos en gesto de
aprobación por miedo a ser condenados al ostracismo, no son actos que
ameriten felicitar a una organización, y mucho menos cuando ésta
cumple cuarenta largos años.
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