Agosto 22, 2001
Respuestas sin soluciones
Víctor Domínguez, Lux Info Press
LA HABANA, agosto - El hábito de responder y no dar soluciones se ha
convertido en un hecho proverbial en Cuba.
Si alguien pregunta por qué la televisión viola sistemáticamente
los espacios programados, cuál es la razón para acusar de
traidores a los periodistas independientes de la isla mientras son canonizados
los que desde la libertad defienden a la dictadura, o a quién se consultó
para sustituir una libra de azúcar cruda de la cuota normada por media de
aceite en similar engendro socialista, comienzan a decir que Sebastián de
Ocampo, La Yuca de Casimiro, El Ultimo de los Mohicanos, Noam Chonsky y el puré
de cáscaras de toronja en agua de alibour, son elementos a tomar en
cuenta a la hora... ¿de qué?
Este galimatías revolucionario, omnipresente en las respuestas del
gobierno a la población, protagonizó el encuentro sostenido entre
los diputados de la Asamblea Nacional del Poder Popular y los directivos del
Instituto Cubano de Radio y Televisión (ICRT), según análisis
de lo trascendido.
De acuerdo con lo publicado en Juventud Rebelde el 3 de agosto por el
periodista Joel del Río, el hecho tuvo resonancia histórica aunque
muchas intervenciones, si bien obtuvieron respuestas, no encontraron soluciones
"puesto que la mayoría de los delegados hizo alusión a
complejos problemas, algunos insolubles por ahora, mucho menos verbalmente".
Esta camaleónica parrafada, aprendida por el ¿comunicador?
durante los cotidianos escarceos entre la guillotina de la censura o el despido
y la jabita para aseo personal de fin de mes, no da respuestas a las
interrogantes de la población sobre la mala calidad y el panfletismo en
las programaciones de los medios radiofónicos y audiovisuales del país,
ni acalla sus inquietudes.
Los problemas abordados, con un denominador común que muestra la
insatisfacción pública ante la ausencia de un hecho artístico-cultural
que refleje la realidad contemporánea cubana en todos sus matices, se
agotaron en promesas, justificaciones, y supuestos criterios cuestionadores
sobre el estancamiento cualitativo de la programación en los medios.
Un aplauso unánime de apoyo a la necesidad de una programación
radial y televisiva "portadora de altas virtudes, al servicio de los
conocimientos, la cultura, la recreación y la defensa de los valores más
sagrados de la nación" -léase batalla de ideas y de
pensamientos como la denomina el gobierno, o "croquetización del
gusto", según el criterio popular- constituyó el punto más
alto de un monólogo con varios personajes incorporados por el mismo
actor: el estancamiento.
"Las preocupaciones" por la insuficiente o mala divulgación
de los artistas e intelectuales víctimas del fatalismo geográfico
de vivir en provincias, así como por la chabacanería y el mal
gusto presentes en los escasos y anodinos programas humorísticos de la
radio y la televisión, también recibieron respuestas con promesas
de soluciones similares a las que desde hace cuatro décadas aguardan por
el visto bueno de las autoridades políticas y culturales del país
-valga la redundancia- para romper esquemas excluyentes por razones ideológicas.
Un talento artístico enterrado en los extremos de la manipulación
y la falta de oportunidades, ya sea por lejanía de los círculos
culturales de poder, insuficientes presupuestos, carencia de instituciones, o un
conservadurismo barato que hace insostenible el matrimonio por decreto entre las
autoridades políticas y los artistas, sucumbe ante los muros de una
fantasiosa masificación cultural que sólo arroja sombras a los súbditos
provincianos.
Un humorismo convertido en perro que ladra no muerde, al evadir su misión
de atacar la raíz de los problemas -el sistema- y emprenderla a chistes
barrioteros -de infames textos y peor factura- contra una masa inerme que se ríe
hasta de sus desgracias -el pueblo- es como la vulgar parodia del plato fuerte
de un bufón que sólo responde a los intereses del rey.
Analizar a los más altos niveles una situación que responde a
los principios acríticos del modelo cultural impuesto sin proponer
soluciones prácticas, es un acto de cinismo que deja bien claro el interés
por no cambiar un esquema obsoleto por unidireccional y selectivo.
El llamado a la unidad monolítica, o "croquetización del
gusto", como ha calificado el pueblo al interés gubernamental por
imponer modelos de conducta, formas de expresión, proyección política
e ideológica, y definir desde una visión reduccionista los
conceptos de patria, moral y cubanía, entre otros, se hunden ante el
rechazo público de la intromisión en su vida privada y sus
actitudes sociales.
Pretender enfrentar a Elpidio Valdés contra el dólar y el cañón
del pato Donald -agente de la CIA- desde una perspectiva simplista y un
chovinismo a ultranza, es otra de las respuestas que no tendrá solución
mientras no se consolide una auténtica cubanidad que sepa convivir e
intercambiar su potencial con patrones culturales foráneos.
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