Junio 27, 2001
Sistema de castas en la biblioteca
nacional José Martí
Víctor Manuel Domínguez, Lux Info Press
LA HABANA, junio - La puesta en práctica del Sistema de Categorización
de Usuarios en la biblioteca nacional José Martí rompe desde su
exclusivismo con uno de los fundamentales mandamientos de la política
cultural cubana, al regular el libre acceso a la lectura de quienes visiten la
instalación.
El controvertido sistema, impuesto contra la voluntad de cientos de
estudiantes, trabajadores y demás sectores populares de la sociedad,
impide a los que no sean profesionales, investigadores, extranjeros ni
estudiantes de la universidad o de escuelas de enseñanza artística
-que son las cuatro categorías establecidas- el acceso a la Sala General
y a las Especiales del exclusivo recinto cultural.
Esta paradójica decisión, si se toman en cuenta las gastadas
proclamas, llamamientos, actos cívicos y patrióticos donde se
reitera el derecho del pueblo a leer libremente como dueño absoluto de
las instituciones culturales de la nación, es una muestra más de
la poca importancia que revisten las reclamaciones de la ciudadanía,
cuando los intereses de las autoridades están en juego.
La manía de controlar, ubicar a cada grupo en su carril, decidir quién
es merecedor o no de una "dádiva" revolucionaria, es una práctica
que en esta ocasión tiene un marcado sentido de castas a partir de
supuestos linajes culturales.
Entre las decenas de cartas dirigidas al señor Eliades Acosta Matos,
director de la biblioteca José Martí y cerebro rector del Sistema
de Categorización de Usuarios, hay una que señala, entre otras
cosas, que si en cualquier país del mundo el acceso a la información
en las bibliotecas es gratis y sin tantas limitaciones ¿por qué no
ha de ser así en la nuestra? ¿Acaso los trabajadores, sean del
sector que sean, no poseen ese derecho?
La carta, tomada como denominador común de los diversos
planteamientos críticos aparecidos en las demás misivas enviadas
por la población, fue respondida con argumentos discriminatorios y otras
expresiones poco convincentes del funcionario.
En un denominado derecho de réplica aparecido en el periódico
Juventud Rebelde con relación al caso, Acosta Matos señaló
que tal proceso no era un capricho, pues el Sistema de Categorización de
Usuarios no pretendía disminuir la carga de trabajo, sino brindar un
servicio de calidad al público, dada la falta de orden y disciplina en
las diversas salas y a la necesidad de moderar el uso de los fondos bibliográficos
patrimoniales.
Asimismo, desde un concepto reduccionista y lesivo para los menos capaces,
el funcionario consideró que todos los usuarios no tienen necesidades de
asistir a la biblioteca, pues muchos sólo ocupan una silla para estudiar
o leer un libro.
Y aunque reconoció que todo el proceso de categorización
selecciona a un grupo de personas en detrimento de otras, conminó a los
excluidos y a sus familiares a exigir en sus circunscripciones y gobiernos
municipales que en cada territorio existan bibliotecas con las condiciones mínimas
para brindar un servicio eficaz, recomendación de un evidente cinismo
para una población que no tiene resueltas condiciones básicas para
vivir decorosamente.
El 25 de junio, en la Sala General de la biblioteca José Martí,
sólo se encontraban nueve usuarios, y tres personas que intentaban
acceder a la misma fueron rechazadas por no presentar su carnet de acreditados a
ninguna de las cuatro categorías.
Una de ellas, joven estudiante del preuniversitario "Manolito Aguiar",
de Marianao, se sintió humillada al tener como única opción
la posibilidad de acceder a una novela en el Club Minerva, quién sabe si
de Isabel Allende aunque seguro que no de Cabrera Infante.
Deslumbrada por la lectura del cuento "Réquiem para Mozart",
de Tristán de Jesús Medina, quería leer el epistolario
entre el escritor y el sacerdote José Zalamero, que data de la segunda
mitad del siglo XIX,
Otro de los desautorizados, que dijo nombrarse Miguel Antonio, maldijo la
imposibilidad de buscar en las revistas Bohemia historias sobre las estrellas de
boxeo de su época, pues al no ser profesional, investigador, extranjero,
y mucho menos estudiante universitario o de la enseñanza artística
-sólo es un jubilado- no tiene acceso a la Sala General donde se
encuentra ubicada la hemeroteca.
El último, quizás, se decidió a bajar al sótano
y escoger un libro de cuentos, si no se lo impidió el corre corre de Abel
Prieto, ministro de Cultura, quien junto a su séquito andaba con un pan
en la mano de un lado a otro del recibidor, en la clausura de una reunión
o en la inauguración de algo que tal vez sea de utilidad para los "nadificados"
sectores populares, nueva categoría acuñada por el pueblo para los
que no pueden acceder a los servicios de la José Martí.
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