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Febrero 28, 2000 Carta abierta a la disidencia cubana Vicente Escobal, Especial para Lux InfoPress LA HABANA, febrero - Nuestro lúcido José Martí, en carta dirigida a Máximo Gómez fechada en la ciudad de New York, el 20 de octubre de 1894, se preguntaba: "¿Qué somos, general, los servidores heroicos y modestos de una idea que nos calienta el corazón, los amigos leales de un pueblo en desventura o los caudillos valientes afortunados que con el látigo en la mano y la espuela en el tacón se disponen llevar la guerra a un pueblo para enseñorearse después en él?" Cuántas veces nos hemos detenido a preguntarnos con el pecho abierto, ¿qué somos los disidentes cubanos? ¿Qué fuerza servimos y qué fuerza enfrentamos? ¿Qué idea nos calienta el corazón? Muchas personas en Cuba y fuera de Cuba piensan que la oposición al régimen cubano es cosa de locos, que los hombres y mujeres que de forma espontánea y pacífica han decidido engrosar las filas del movimiento disidente somos individuos particularmente raros, que gozamos de la insólita facultad de soportar atropellos, hostigamiento, insultos y otras violaciones de nuestros derechos fundamentales; personas que incesantemente hablamos de democracia, justicia social, de libertades cívicas; personas que resistimos traiciones, chantajes, injurias; personas para las que aparentemente las relaciones familiares y sociales sólo se reducen al marco de la organización a que pertenecemos y que no perdemos la oportunidad de denunciar un abuso, censurar una violación o simplemente deplorar un hecho indigno. Es esas perspectiva, la oposición cubana sería un privilegio reservado para gente temeraria e imprudente y, lo que es peor, la oposición sería propia de personas que tienen sus necesidades materiales y espirituales resueltas, gente que pueden permitirse el lujo de dedicar horas a algo no remunerativo como es el análisis, el intercambio de ideas, la lectura, la infatigable búsqueda de soluciones. No podemos compartir esas ideas, nuestra actividad es el resultado concreto de nuestro pensamiento y es precisamente nuestro pensamiento lo único que no pueden encarcelar, es el lugar donde somos realmente libres e independientes, donde asumimos y concertamos íntimos compromisos con nuestra conciencia, ésos que nos inducen a imaginar cómo transformaremos la realidad circundante y entonces esa libertad se vuelva palabra, y comprendemos que Cuba se debate en un paradójica realidad: le faltan y a la vez le sobran muchas cosas y nos damos perfecta cuenta de que el cambio es posible, que lo que le falta lo podemos alcanzar y lo que le sobra lo podemos apartar. Y entonces atravesaremos por un sorprendente camino de transformaciones vitales, lento pero irreversible, y lo que hasta ayer nos pareció normal, hoy nos resulta inconcebible y sólo entonces se produce el prodigio, alcanzamos a ver que la libertad no la puede constituir sólo el deseo de tenerla, que la libertad soy yo y eres tú, somos nosotros y son ustedes, que la libertad se manifiesta en las relaciones personales, nunca automáticas, libres y responsables, teniendo en cuenta la diversidad y la necesidad del otro. El preferente primordial de la libertad no puede ser el permiso que nos concedan para creer que somos libres. La auténtica libertad pasa siempre primero por el otro. Hay que superar el miedo a la libertad, que es como superar el miedo al otro. Pero no podemos intentarlo con los mismos defectos y los mismos vicios del totalitarismo que combatimos, porque la ética totalitaria aborda la libertad como un acto de masas descartando todo vínculo con la persona humana. Libertad, democracia, solidaridad entre las personas, y justicia social sólo se logran mediante la unidad de intereses e intenciones. No hay libertad sin unidad, como tampoco hay soberanía nacional sin soberanía individual. No hay libertad sin unidad, porque entonces habría que aspirar a la libertad que se manifiesta o se deriva de la disciplina consciente o el centralismo democrático, con su profusión de imágenes caricaturescas y degradantes. La libertad e independencia futura nos preparan para no tener que andar buscando verdades en otras fuentes ni otras realidades. La oposición nos capacita e instruye en ese sentido, nos enseña a decir sí donde otros dicen no, y a decir no donde otros dicen sí. Nos enseña a vivir como si fuésemos libres, organizando una sociedad independiente, como si fuésemos independientes. Y asumimos el gran compromiso de honor no sólo con nuestras propias ideas, sino con nuestros conciudadanos, con aquéllos que no han perdido aún el miedo a la libertad. En la carta de Martí aludida al inicio de estas reflexiones nuestro Apóstol afirma que "respetar a un pueblo que nos ama y espera de nosotros es la mayor grandeza; servirnos de su dolor y entusiasmo en provecho propio, sería la mayor ignominia". No nos sirvamos de los dolores, ni de los entusiasmos de este pueblo, ni permitamos que el dolor o el entusiasmo propio nos confunda, como tampoco permitamos que las ambigüedades y las flaquezas que puedan aparecer entre nosotros nos desalienten. Las causas que perseguimos se levantan por encima de cualquier debilidad humana. Transitemos siempre por la senda contraria a la que nos quieren imponer los que nos odian y desprecian. Nuestra senda está marcada también por claras señales, plasmada en sólidos pilares que dan nombre y definición a nuestra causa. ¿Qué somos? ¿Cómo asumir entonces ese íntimo compromiso que nos presenta ante muchos como individuos imprudentes, alocados y temerarios? La respuesta la da el Maestro: "Como servidores heroicos y modestos de una idea que nos calienta el corazón, como los amigos leales de un pueblo en desventura". CubaNet no reclama exclusividad de sus colaboradores y autoriza la reproducción de este material informativo, siempre que se le reconozca como fuente. |
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