LA HABANA, Cuba, agosto, 173.203.82.38 -Como se conoce, en Cuba hay un día al que el gobierno llama Día de la defensa. Según la propaganda gubernamental, se supone que ese día el pueblo aprenda a defenderse de un hipotético enemigo que lo amenaza. Cada organismo del Estado improvisa un modo de implementarlo. Pero en la prisión especial de Camagüey, ese día de práctica defensiva fue convertido en una tortura sicológica para los reclusos, pues el enemigo a exterminar eran los propios reos y no los supuestos marines de la armada estadounidense.
Papito O’Relly, un avileño que pasó varios años en el régimen especial de Camagüey, durante la década de los 90, recuerda que en esos días siempre pensaba que moriría. La guarnición del presidio entraba con paso marcial por los corredores de las celdas, y frente a cada una de ellas se apostaban dos imponentes carceleros ataviados con atuendo anti motín. Uno de ellos portaba una ametralladora automática AK-47.
A la orden de un superior, el que portaba el arma daba un paso al frente. Las órdenes eran las mismas que las de un pelotón de fusilamiento: preparen, apunten, fuego.
A la voz de “preparen”, el carcelero cargaba el arma. A la de “apunten”, el cañón del fusil apuntaba al techo del corredor. Y a la de “fuego”, una carga de decenas de ametralladoras retumbaba al unísono en los pasillos del régimen especial. Los disparos de las salvas ensordecían a O’Relly, y ese día se pasaba horas con un silbido en los oídos.
Cuenta también que se lanzaba al piso temblado como una hoja, porque aunque le decían que era una práctica, temía que algún día pudiera ser real. Los carceleros siempre les decían a los presos que rezaran porque a Fidel no lo tumbaran, ya que si eso ocurría ninguno viviría para contarlo, y la idea atemorizaba a O’Relly.
Después de finalizar las prácticas, los guardias se burlaban de los reos, se reían de ellos y de la cara de susto que ponían todos cuando veían cargar los fusiles. A O’Relly esto le parecía particularmente enfermizo, pues siempre observó que los rostros de los que empuñaban las armas, durante las prácticas, mostraban deseos de matar de verdad, no de bromear.
Finalmente, esa diabólica forma de tortura sicológica se prohibió, debido a las reiteradas quejas de las madres y familiares de los reclusos, pero el daño ya estaba hecho.
Papito O’Relly no sabe hasta qué punto quedó afectado. Muchas noches se levantaba asustado al soñar que era baleado. Tampoco está seguro de que sería capaz de empuñar un arma contra un supuesto invasor, pues lo único que le enseñaron en esos días fue que él era el enemigo.