LA HABANA, Cuba, julio, 173.203.82.38 -Sólo cinco frailes dominicos habitan en el convento San Juan de Letrán, que posee esta Orden en el barrio habanero del Vedado. El complejo consta del convento propiamente dicho y de un templo, completamente renovado, a cuya inauguración asistió el cardenal Jaime Ortega.
Cuando se habla de los frailes dominicos, viene siempre a la mente la infame Inquisición. Y es que fueron los dominicos los que con más celo impulsaron las doctrinas de esa institución. Los nombres de dos grandes inquisidores dominicos bastan para hacerse una idea: Bernardo Gui, Inquisidor de Toulouse, y Tomás de Torquemada, Gran Inquisidor de España, e inquisidor por antonomasia.
Pero, contrariamente a este pasado, hubo otro famoso fraile dominico -que vivió un tiempo en Cuba-, que podría ser considerado un precursor de la defensa de los derechos humanos. Se trata de fray Bartolomé de las Casas, un fraile que vino a la Isla con los conquistadores, fue dueño de indios, y terminó defendiéndolos contra el abuso de los españoles.
Con el nombre de este último fraile han bautizado la parte del convento de San Juan de Letrán —casi su totalidad— que ha sido convertida en aulas. En ellas predomina la tecnología digital para impartir cursos avanzados de idiomas extranjeros, como el inglés y el alemán. También se imparten diplomados universitarios en coordinación con prestigiosas universidades latinoamericanas, como la Universidad Cristóbal Colón, de México, que auspicia el Diplomado Profesional Competente en Microsoft Office.
La admisión del alumnado es un proceso completamente apolítico, en el que tampoco se hace distinción de sexo, ni creencias religiosas. En las aulas comparten en armonía disidentes y comunistas, santeros y católicos, profesores universitarios y desempleados. Parece que los frailes dominicos del Vedado han encontrado la fórmula para la convivencia armónica de personas con diferentes opiniones.
Adriana es alumna de alemán en el centro, y es además profesora de la facultad de letras de la Universidad de La Habana. Dice que es revolucionaria, pero que no le molesta ser compañera de clase de Pavel, un santero que no simpatiza para nada con los hermanos Castro.
El responsable, en parte, de que se haya logrado esta armonía es el director del centro, el padre Léster, un joven dominico a quien de vez en cuando se le ve fumando un cigarrillo, mientras conversa animadamente con los alumnos. A él y a los cuatro frailes restantes, los alumnos los llaman “los cinco héroes”. Y no es porque su labor tenga nada que ver con la de los cinco espías cubanos presos en los EEUU, que la propaganda oficial cubana llama de igual modo. A los frailes los llaman así por la paciencia y sabiduría con que conducen a un rebaño tan disímil.
Este pequeño centro de estudios, cuyas matrículas son completamente gratuitas, ofrece no sólo conocimientos útiles para la vida laboral y la educación general. También, con su mera existencia, nos enseña que la tolerancia y la convivencia son posibles también en Cuba, y que esa es la única vía segura para la verdadera reconciliación de nuestro pueblo.
Los funcionarios de nuestras politizadas y excluyentes universidades, proclamadas con total desparpajo exclusivamente “para revolucionarios”, debieran copiar el ejemplo de este singular centro. Sería bueno que, como hicieron los frailes de la orden de los dominicos, los comunistas abandonaran su labor de inquisidores y dejaran de perseguir la herejía política. Que imiten a los cinco héroes de San Juan de Letrán, no a Torquemada.