LA HABANA, Cuba, abril, 173.203.82.38 – Hace días, al pasar frente a los DVDs con películas exhibidos por un vendedor callejero en una céntrica calle habanera, me llamó la atención ver, en lo más alto del rústico panel de exhibición, algunas carátulas que decían Contenido Sexual o Cine Erótico, y con letras resaltadas: “Homenaje a Tinto Brass”.
Cómo nunca había visto igual algo así en la calle, ni sabía de ese realizador, me acerqué. El joven vendedor me dijo que el precio de cada disco era 30 pesos en moneda nacional, equivalente a $1,50 dólar. Pedí ver los DVD que tenía allí, y observé que eran películas con actores conocidos, como Helmut Berger, Ingrid Thulin, Giancarlo Giannini, Anna Galliena, etc.
Aunque algunos títulos me sonaran tan ligeros como lo ligero de ropas de los actors en las fotos de la portada, compré dos combos (DVDs con varias películas) con los títulos Ángel Negro, Salón Kitty, Habitación en Roma, Dieta Mediterránea, La Llave, Transgredir, Lucía y el sexo…
Realmente inédito, por lo menos para mí, resultó este hecho, porque los mojigatos censores del gobierno jamás permitieron que se exhibieran estas cintas en las salas de cine cubanas.
En cuanto las vi, las pasé a mis amigos cercanos. Y los criterios que me ofrecieron al devolvermelas rebasaron el agradecimiento. Además, afirmaban la sorpresa de descubrir un género nuevo para todos ellos. ¡Súper! ¡Muy buenas! ¡Algo nuevo e interesante!
Para hablar de mojigateria socialista, tomen ustedes como ejemplo la célebre
película El Último Tango en París, que demoró unos treinta años para poder ser vista por el público en la Cinemateca, y aún más para llegar a los cines de circuito, luego de sufrir los tijeretazos de rigor.
Otras, como Emmanuelle, un filme considerado como clásico del cine erótico, sólo llegó a exhibirse en una semana dedicada a descubrir este género en la sala de la Cinemateca, también decenios después de su estreno mundial, y nunca llegó a los cines de circuito.
Los mojigatos burócratas censores de la empresa de Distribución de Películas parecen ignorar que hay diferencias técnicas entre el género erótico y el pornográfico.
En Cuba, aunque esta parte de las pasiones humanas sigue escondida en la trastienda de la doble moral comunista, poco a poco, por algunos resquicios se cuelan estas visiones diferentes de lo sensual.
Más que los programadores del ICAIC o la television, son los vendedores callejeros los que satisfacen ahora la ávidez de los cinéfilos, que pueden ver el cine que quieren sin necesidad de salir de casa, burlando la censura y evitando, de paso, los problemas del transporte público.
Aunque, como creo que ocurre en todas partes, la mayoría de las películas que se venden en la calle son puro cine comercial, algunos vendedores ofrecen cine más interesante o de mayor valor artísitico.
La situación no es como para afirmar que ha llegado finalmente el “destape” o que haya una “movida” en Cuba. No obstante, aunque el totalitarismo de los comunistas mantiene aun encerrados bajo siete llaves muchos temas y espacios tabúes, la tecnología –y quizás también la necesidad del gobierno de ocuparse de problemas más serios y a la vez dar una imagen de liberalización y moderndad– están permitiendo que por lo menos el cine erótico se cuele por las estrechas grietas del sistema.