PORT CHARLOTTE, Florida, marzo, 173.203.82.38 -El periodista independiente Adolfo Pablo Borrazá intenta dar una respuesta amargamente realista a la pregunta que él mismo formula: ¿Podrían replicarse en Cuba las revoluciones que sacuden al mundo árabe y han derrocado ya a dos férreos dictadores?
Su respuesta es propia de la experiencia de día a día que se obtiene en Cuba. Su pesimismo es producto de lo que capta dentro de la sociedad cubana actual y duda que se replique en Cuba la ola revolucionaria que estremece al mundo árabe.
Una amarga realidad. No hay voluntad dentro de la población de Cuba de sacudirse el yugo que le oprime; al menos es lo que la apatía del cubano manifiesta.
Borrazá en pocas líneas esboza las condiciones que imperan en Cuba y que conspiran en contra de un levantamiento popular. El miedo, señala, paraliza al pueblo, y agrega: “Nadie osa lanzarse a la calle a manifestarse en contra del gobierno y “el loco” que lo haga no encuentra el respaldo que merece”.
Considera el periodista independiente que la oposición cubana no es capaz de encausar el disgusto de la población cuando expone: “La oposición que (…) debería ser la cabeza de este pueblo indefenso y abusado, está quieta. No acaba de organizarse y mucho menos unirse. Algo que aprovechan los caciques para gobernar a su antojo”. Y constata con amargura que ni “siquiera la dividida oposición se apoya mutuamente”.
Una triste realidad. La Seguridad del Estado ha sabido lograr la división dentro de las filas de la oposición. Los agentes encubiertos que le han penetrado alientan la división utilizando métodos sutiles de sugerencia. También es cierto que muchos de los dirigentes de los grupos opositores padecen de un alto grado de protagonismo, creyéndose los portadores divinos de la verdad absoluta en sus proyectos políticos.
Hay muchas manifestaciones de inmadurez política dentro de la actual oposición. Se inventan proyectos conciliatorios, se impulsan propuestas que requieren de la voluntad política del régimen para su realización, se adelantan soluciones participativas que sólo se quedan en encuentros con los delegados de circunscripciones. Las revoluciones requieren de guías, de líderes conectados con la población y con capacidad de convocatoria. Eso no existe en Cuba. A aquellos que puedan ser potenciales líderes, el castrismo les ha confinado en las prisiones o les ha obligado a partir al exilio.
No existe voluntad de unidad, cada cual quiere tener agarrado el sartén por su mango.
Las revoluciones en Africa del Norte estuvieron presididas por la comunicación y la fuerza aglutinante de las redes sociales como Twitter y Facebook, algo prácticamente nulo en Cuba. Esa falta del enlace que ofrecen las redes sociales hace que cualquier manifestación de protesta pública que se produzca en un barrio se desconozca en otros sectores de la misma ciudad, impidiendo el contagio de la revuelta.
Cada cubano tiene que tragarse su frustración, se siente aislado dentro del conjunto social y su vía de escape no es la rebelión sino la emigración, abandonar el país por cualquier medio, hasta el que le ofrecen los caminos del suicidio que se abren sobre las olas del océano.
Borrazá concluye con amargo pesimismo: “La libertad no es algo que los dictadores regalan; se les arrebata a cualquier costo. Los dictadores se derrocan con el pueblo unido y sin miedo, en las calles. ¿Será posible que eso pase en Cuba? Lo dudo”.