El último discurso de un dictador comunista

LA HABANA, Cuba. — El 21 de diciembre de 1989 el dictador rumano Nicolae Ceaușescu anunció, en un discurso de cinco horas y en medio de violentos enfrentamientos entre el pueblo rumano y la policía política, que ese día comenzaba la “fase superior de la construcción del socialismo”. Ni él ni su esposa, Elena, se dieron cuenta de que ya el régimen comunista había caído, un despiste que por lo general padecen los tiranos.
La impronta de los berlineses derribando el muro, y la unificación definitiva de las dos Alemanias, eran símbolos demasiado vigorosos para una dictadura obsoleta y cruel. Como un efecto dominó, los países de Europa del Este se sacudían el yugo bolchevique. El 16 de diciembre se había producido un estallido social en la ciudad de Timisoara, que Ceauşescu ordenó reprimir a balazos para amedrentar a la población.
Sin embargo, las protestas contra un régimen que literalmente mataba de hambre a los rumanos mientras el dictador y su familia se enriquecían, se extendió a otras zonas del país hasta llegar a la capital. No habría vuelta atrás.
Ceauşescu intentó aplacar la ira popular con promesas salariales y subsidios, recurriendo a la demagogia que por veintidós años lo había mantenido en el poder. Pero ya era tarde. El polvorín de la libertad prendía con fuerza entre la multitud que lo abucheaba y le silbaba mientras realizaba su ridícula arenga en la plaza de Bucarest. Europa se transformaba demasiado rápido para que un comunista con aires de sultán se percatara de su propia irrelevancia.
Al igual que otros regímenes totalitarios que han sobrevivido a la desaparición de la URSS, o surgido bajo la influencia de ideólogos estalinistas en pleno siglo XXI, Nicolae Ceaușescu intentó condenar los sucesos de Timisoara y celebrar una manifestación multitudinaria de apoyo a su régimen, a la par que acusaba a potencias extranjeras de querer impedir “la construcción del socialismo”. Es el guion reglamentario en la fase terminal de las dictaduras comunistas; un síntoma inequívoco del fin, aunque sus heraldos pretendan hacer creer que “el proceso” está más fuerte que nunca.
Cuatro días transcurrieron entre el discurso que hizo sentir a Ceauşescu seguro en su podio por última vez, y la muerte de él su esposa ante el pelotón de fusilamiento, el 25 de diciembre de 1989.
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