La muerte de Timossi

LA HABANA, Cuba, mayo (173.203.82.38) – El periodista argentino Jorge Timossi ha muerto, y con él se va parte de la historia desconocida de los vínculos entre la agencia de prensa, Prensa Latina, el terrorista Departamento América del partido comunista y la Dirección de Inteligencia del Ministerio del Interior.
Caucásico, alto, nervudo, hosco y ríspido. Caminaba a zancadas, como invadiendo el espacio de los otros, mientras entre sus dedos nerviosos sostenía un cigarrillo. Mala y escueta imagen para recordar a alguien, que vivió hasta los 75 años, y murió después de conocer medio mundo y de servir fielmente a una muy mala causa: el castrismo.
Como tantos latinoamericanos aventureros a principios de los sesenta, Timossi se vinculó a la dictadura cubana a través de Prensa Latina y de su coterráneo Jorge Masseti. El propio Masseti advertía que para trabajar en la agencia, había que ser más revolucionario que periodista.
De la Habana, Timossi salió como corresponsal a República Dominicana, durante la intervención norteamericana a ese país, en abril de 1965; y a Trípoli en el momento del Golpe de Estado del Coronel Muamar el Gadafi (1969), estaba en Chile el 11 de septiembre de 1973, y en abril de 1974 cubrió la Revolución de los Claveles, en Portugal. En el verano de 1979, estaba en Nicaragua celebrando la victoria con los sandinistas, mientras en el otoño caminaba por Teherán, con la contrarrevolución islámica.
Dejó varios libros publicados, Grandes Alamedas del Presidente Allende (1974), un texto extremadamente parcializado sobre la tragedia chilena. Irán no alineado (1979), una visión romántica -o cínica- sobre el regreso de los ayatolás a Persia, De buena fuente (1988), compilación de sus crónicas donde sobresale su militancia pro totalitaria, y Palabras sin fronteras (2003), quizás el mejor de sus textos, ya en el otoño de su vida, donde los fanatismos a veces se disuelven como las sombras al sol.
Tanta información y conexiones con la comunidad de inteligencia, durante los duros años de la exportación de la revolución, conspiró contra su estancia en Prensa Latina, cuando, a raíz de la caída del Muro de Berlín, la Agencia necesitó de un nuevo perfil de informadores. Además, nunca fue especialmente querido por sus compañeros, que lo veían como un hombre de Seguridad del Estado y vehemente castrista, es decir, alguien en quien no se podía confiar.
No obstante, el Ministerio de Cultura, necesitado de un cuadro de fidelidad probada, le dio un buró en el Instituto del Libro. Su última oficina estuvo en la Cámara Cubana del Libro, de donde se jubiló hace cuatro años.