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La verdad “oficial” no sirve para nada

Pedro Sánchez, aplaudido por los parlamentarios socialistas, este martes en el Congreso (Foto: AP)

MIAMI, Estados Unidos. – No tiene sentido revisar la historia. En esta etapa de estatuas derribadas, incluso la del pobre Colón, un navegante que murió hace 500 años, y cóleras traídas de los cabellos, vale la pena revisar lo que ha sucedido en España.

Llegué a España en 1970 a hacer el doctorado. Me acompañaban mi mujer y mis dos hijos. Estaba psicológicamente preparado para encontrarme con una sociedad herida y pobre, pero no fue así. Salvo en la universidad madrileña, que era un foco apasionado de izquierdismo, la sociedad corriente y moliente veía el futuro con optimismo y ya había alcanzado el 80% del per cápita de la Comunidad Económica Europea. La sensación que tuve es que era una sociedad alegre y laboriosa en la que había mucha gente que respaldaba al gobierno.

Allí estuve hasta el 2010. Cuarenta años. Me tocó un periodo apasionante. Luis Carrero Blanco, el designado sucesor de Franco, fue asesinado por ETA a fines de 1973. Su auto voló por los aires cuando iba o salía de misa. A los dos años murió el propio Franco en su cama. Le falló el corazón, pero padecía de Parkinson, entre otras dolencias, lo que le confería a su rostro una total inexpresividad. Tenía 83 años. Había gobernado con mano de hierro y voz aflautada desde 1939 hasta noviembre de 1975.

Lo sucedió en el poder, como Jefe del Estado, el rey Juan Carlos. Si Franco creyó tener el futuro de España “atado y bien atado”, se equivocó. Los cambios comenzaron a los pocos meses de su muerte. La intención de Juan Carlos era crear una monarquía constitucional dentro del amplio espectro de la “democracia liberal”, como sucedía en buena parte de Europa occidental. El franquismo era una rémora del conflicto entre fascismo y comunismo de los años treinta y cuarenta. Carecía de sentido continuar arrastrando esa visión a mediados de los setenta.

Dentro de la “democracia liberal” cabían todos. Desde las repúblicas presidencialistas, como la francesa, hasta las monarquías parlamentarias, como la sueca o la británica. Cabían los socialdemócratas, los liberales, los conservadores y los democristianos. Cabían los creyentes en la trascendencia del alma y los ateos y agnósticos. Cabían hasta los totalitarios comunistas y fascistas, siempre que respetaran y acataran la legalidad vigente.

Primero continuó gobernando Carlos Arias Navarro, designado por el Caudillo tras la muerte de Carrero Blanco, pero sólo por pocos meses. Se trataba de un hábil abogado al que le tocó anunciar por televisión la muerte de Franco. Lo hizo con voz temblorosa y los ojos aguados. Tan pronto Juan Carlos se sintió fuerte en el cargo, le pidió la renuncia y llegó el turno de Adolfo Suárez, un joven franquista que, como Juan Carlos, no era responsable del desastre español. Había nacido en 1932, cuatro años antes de la Guerra.

Con Suárez y su Unión de Centro Democrático comenzó la verdadera transición. Era un partido de centroderecha formado por diferentes grupos políticos, aunque dominado por tres familias que acabaron distanciadas: los franquistas reformistas, los democristianos y los liberales. Eso le dio paso a Leopoldo Calvo-Sotelo, quien gobernara un par de años, tras la renuncia de Suárez, hasta fines de 1982. Fue un cambio “de la ley a la ley”, como entonces se dijo.

Ahí quería llegar. Fue a fines de ese año que Felipe González, como cabeza del PSOE, seguido de cerca por Alfonso Guerra, asumió la jefatura del gobierno, y allí estuvo hasta que José María Aznar lo derrotó en 1996.

A González, que tenía mayoría absoluta en las elecciones de 1982, le hubiera sido fácil decretar la revisión de la historia y pasarle la cuenta al franquismo por su mano dura durante la larga época de la postguerra civil, pero afortunadamente se abstuvo de hacerlo.

Felipe sabía que en las dos Españas que se habían enfrentado de 1936 a 1939, había habido crímenes terribles. Y sabía que Franco, nada generoso, siguió matando y encarcelando después de la guerra. Pero también sabía que lo verdaderamente importante era superar el pasado y no detenerse a hurgar en él, porque lo vital era salvar el futuro y esa tarea inclinaba a una especie de amnesia oficial.

A mí me pareció una actitud brillante por parte de todos. La derecha oficialmente olvidaba los miles de crímenes cometidos en Paracuellos del Jarama, y la izquierda no invocaba los miles de fusilamientos cometidos en la plaza de toros de Badajoz por las fuerzas nacionalistas. Era verdad que los falangistas rabiosos le habían arrancado la vida a Federico García Lorca. Como también lo era que los rojos rabiosos habían hecho lo mismo con Ramiro de Maeztu y con Pedro Muñoz Seca.

Lo trascendente era pasar la página y dejar a la sociedad civil examinar los hechos. Cosa que hicieron sin tregua y sin consecuencias penales en los diarios y revistas, en las editoriales y en el cine, porque había una absoluta libertad de prensa, pero no se estableció una “verdad oficial” porque eso era destapar el avispero y era, además, inútil. En la vecina Francia, modelo de España, habían visto como Napoleón había pasado de canalla asesino a gobernante ilustre venerado por las masas. Cada generación trae con ella una visión diferente del pasado.

No obstante, ese clima de cordialidad cívica terminó en España en época de José Luis Rodríguez Zapatero, con su Ley de la Memoria Histórica, y se ha vuelto a ella en el gobierno de Pedro Sánchez y del nefasto Pablo Iglesias, su vicepresidente, un leninista confeso que tiene a la Venezuela de Chávez y Maduro como un modelo a seguir, según declaró ante las cámaras de la televisión caraqueña.

Es una lástima que no hayan entendido el mensaje de la transición: lo que importa es el futuro. La “verdad oficial” estorba. No sirve para nada.

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Adiós al presidente de la transición española

Espana-Adolfo_Suarez-Palma_de_MallorcaMIAMI, Florida, marzo -Persona de recta conducta, político de diálogo y consenso, presidente pleno de templanza que cumplió con lo que prometió. Son algunas de las frases con que la gente describe al ex mandatario español Adolfo Suárez a pocas horas de conocerse su muerte.

El presidente de la transición, como muchos le reconocen, dejó de existir el 23 de marzo tras una larga y triste enfermedad neurológica degenerativa. Un proceso que con seguridad fue más doloroso para los seres queridos y allegados que para el mismo doliente. La enfermedad le quitó la capacidad de los recuerdos y el reconocerse como individuo, pero que también le evitó sufrir la pérdida de su hija mayor y el recuento amargo del arrinconamiento político a que fuera condenado por incomprensiones o por mala apreciación de su quehacer en las horas de la democratización.

Ahora, con la muerte llegan los elogios a su trabajo, incluso por quienes ayer fueran sus detractores. Irónicamente muchos de estos llegaron cuando Adolfo Suárez ya no podía sentirlos. Pero para el primer presidente de la democracia daba igual. Él supo perdonar y olvidar cuando aún tenía la capacidad de hacerlo en pleno uso de razón.

El Rey Don Juan Carlos concedió a su amigo a título póstumo la Orden Real Carlos III. Años antes le había conferido personalmente la Orden del Toisón de Oro. Era tal el estado de Suárez que no reconoció al Rey y le preguntó quién era. -¡Soy tu amigo, el Rey!, cuenta el hijo de Adolfo le respondió el Monarca español en tono de broma. Del encuentro quedó una foto hecha por Adolfo Suárez Illana. La instantánea recoge con simbolismo a dos personalidades unidas por la amistad y la complicidad política que llevó la democracia al pueblo español.

Mientras la democracia llegaba a España dejando al franquismo relegado en la historia, en Cuba vivíamos ajenos a la importancia del hecho trascendental de la caída incruenta de la última dictadura occidental en el viejo continente. Las imágenes del noticiero nos traían el amanecer español sin mayores relevancias. Noticia que apenas parecía conectarse con nuestra realidad, como algo ajeno, bueno y hasta alegre, pero que en nada nos afectaba.

Quienes tuvimos la oportunidad de estar por esos años fuera de Cuba pudimos ver algo más. La reacción de la gente que por primera vez vivía sus sueños en libertad, manifestándose abiertamente, sin miedos, con una franqueza que a nuestros ojos se hacía desconcertante y desparpajada. Eran imágenes de movidas, destapes y aperturas políticas. Contrastaba aquella pujanza con el silencio de los medios en la Isla que siempre se dijo solidaria con la causa anti franquista. A los programas de radio cubana quedaron sin llegar los grupos de la nueva generación en democracia. Tampoco las pantallas exhibieron las nuevas propuestas de un cine crítico y audaz. Pasarían muchos años para conocer a Berlanga en toda su dimensión o disfrutar de títulos como Amanece que no es poco. Otro tanto ocurrió con su literatura. Y es que en Cuba, ajenos al franquismo, vivíamos una realidad muy parecida.

De la intentona del 23 F tuvimos noticia. Pero poco se dijo de la postura de aquel presidente que desafiando a la violencia, y en momentos en que hacía dejación de su cargo por las controversias en torno a su mandato, asumió con entereza el rol de gobernante para negar la autoridad de los que exigían se tendiera en el suelo.  Suárez permaneció sentado en su escaño,  inamovible, exigiendo el respeto debido al cargo de presidente democrático. Junto a Carrillo y al Teniente General Manuel Gutiérrez Mellado se negó a doblegarse ante los golpistas.

No es casual que el órgano del Partido Comunista de Cuba haya dedicado una escuálida reseña sobre el fallecimiento del ex presidente español que condujo a si país por la vía democrática. Unos breves párrafos donde apenas se destaca la importante personalidad del fallecido, poniendo énfasis en los mensajes luctuosos de algunas personalidades políticas españolas (Rajoy, Cayo Lara o Rubalcaba) que dieron su sentir sobre el hecho. Peor que la nota de Granma los comentarios de los ultras. Unos de Cuba y otros aparentemente de la península española. Una réplica a la izquierda de Tejero y compañía.

Viendo este momento triste de la partida del primer presidente en democracia de España me pregunto cuando será la hora para el Suárez de Cuba; el político que a la medida del presidente español lleve las riendas de una transición democrática con espíritu de diálogo, tolerancia, consenso y apertura para todos los colores políticos de la nación cubana, para los de la Isla y los que están fuera de ella. La hora que propicie la unidad de los que apuesten por el ese trayecto complejo que supone el camino transitorio hacia una experiencia que aún no hemos tenido el placer de disfrutar.