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El precio de viajar

LA HABANA, Cuba, octubre, 173.203.82.38 -Para viajar en un ómnibus habanero se necesita de autocontrol. Muchos presumen que subirán a codazo limpio pero ninguno sabe cómo bajará. En esa batalla por trasladarse ganan los más fuertes y pierde la disciplina social.

En el interior del monstro rodante se encuentra de todo. Desde los primeros  una embarazada con dolores de parto, hasta el que pierde la billetera o viaja todo el trayecto con otro pasajero sobre un pie. También están quienes se desmayan por la falta de ventilación, y los que apretados contra un tubo bajo un bosque de axilas se encomiendan a Dios.

Pero ahora la  pesadilla al montar a un ómnibus es general y ha emperorado. Superado el despelote de la cola, corridas las dos cuadras si el chofer decide no parar en la parada, sudorosos como esquimales frente al horno de una panadería, los viajeros están además obligados a escuchar lo que el chofer decida poner a través del sistema de audio del ómnibus, y a toda voz.

Nadie puede protestar. Quien lo haga se las verá con un chofer energúmeno  que por lo regular  responde que a quien no le guste se puede bajar, pues en el ómnibus manda él.

Según las autoridades del transporte en La Habana, el sistema de audio en los ómnibus sirve para informar sobre las paradas, lugares de interés público y anuncios sobre rotura o desvíos de ruta.

Además aseguran que “no  se aceptarán las cosas tal como están”. Para solucionar el problema de raíz, pedirán  a los jefes de cada terminal levantar un acta de advertencia al chofer infractor. Pero todo eso queda en el papel.

Sin ir muy lejos, quienes viajábamos este sábado en la ruta P-13, nos vimos obligados a escuchar la narración integral de un striptease a ritmo de reguetón por el altavoz del ómnibus 336,  desde Centro Habana hasta Lawton.

Al subir al ómnibus escuchamos que a Cuta-Cucusa (el nombre de una musa de los reguetoneros cubanos) se le pedía en la canción que se  quitara la blusa. No más arrancó, el estridente cantor le pidió que se quitara el pantalón.

En ese tira y jala de que se quitara la ropa llegué a Lawton y no supe por fin si se desvistió o no la chica. Aunque si pude ver como un señor que pidió  bajar el volumen de la música fue insultado por el chofer. El resto de los pasajeros llevaba cara de orangután disecado, pero ninguno se atrevió a hablar.

La molestia causada a los pasajeros por el ensordecedor sonido del reguetón de Cuta Cucusa quitándose la blusa y el pantalón, no se alivia con responder a las quejas de los viajeros anunciando que se hallará una solución.

Tampoco con  exigir más energía a los inspectores, ni laborar con la Dirección Provincial de Radio para escoger los temas y volumen de la música adecuados para difundir en esos ómnibus.

Lo único que resolvería el problema es quitar los altavoces y se arrancará la estridencia de raíz. El pueblo está cansado de que algunos trogloditas se adueñen de los servicios públicos.

Verse obligado a viajar como sardina en lata en esos artefactos, da más deseos de pelear que de oír “música”.

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