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La cochambre popular

LA HABANA, Cuba, mayo (173.203.82.38) – Los seres humanos necesitamos, de vez en cuando, pasar al menos una semanita de vacaciones en un hotel para dejar atrás el estrés. En Cuba, la inmensa mayoría sabe que ni siquiera puede soñar con eso. Incluso ahora, que a los de patio se les permite reservar en un hotel, no hay muchos que puedan hacerlo. Pero como un fin de semana alejado de los problemas cotidianos sigue siendo una necesidad, el gobierno le hace propaganda al campismo, Tomás, después de un año de duro trabajo como arquitecto, decidió llevar a su familia de vacaciones.

Cuando Tomás llegó a su casa y le dijo a su esposa que había reservado para irse de vacaciones, le costó trabajo convencerla, porque para ella el campismo no es más que una cochambre que no sustituye un hotel ni sirve para relajar. Pero Tomás la convenció cuando le dijo: “Ahora es distinto. ¿Tú no ves la televisión? El campismo popular cumple treinta años y han mejorado sus instalaciones”. La esposa no creía mucho en la televisión, pero para complacerlo, accedió.

Fueron a un campamento en el litoral norte. Apenas llegaron, Tomás se dio cuenta de su error: no había luz ni agua, sólo la promesa de que en ese momento se estaba reparando la turbina. En la cabaña no había bombillos. La piscina estaba seca y rota. Las habitaciones no tenían ventiladores. Para bañarse ese día tuvieron que cargar agua, y los mosquitos no los dejaban vivir. La comida, aunque no era terrible, tampoco era la mejor. Además, para los niños no había opciones de recreación. Se comentaba que iba a venir un animador de la televisión para alegrar el ambiente, pero del comentario no pasó. Y lo peor fue que, a pesar de que Tomás reclamó, no le hicieron rebaja.

El hombre pensó pasar unos días felices, con su familia y en contacto con la naturaleza, pero el continuo reggaetón a todo volumen y el coro de los mosquitos machacando los oídos, hicieron que su esposa tomara una drástica decisión:

-Si quieres te quedas con tu campismo, pero yo me voy con los niños ahora mismo.

Iba a coger el maletín, pero Tomás se adelantó, lo cargó él y se fueron con la música a otra parte. Tomás dice ahora que no quiere saber nada de la cochambre popular.




Los misterios de Villa Coral

LA HABANA, Cuba, enero (173.203.82.38) – En la playa Guanabo,  en un sitio llamado La barca, a cien metro del mar y sobre un promontorio, se encuentra  Villa Coral, el hotel de descanso de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba.

Hermosa construcción con diez habitaciones rodeadas de jardines,  un parque para niños, un estanque con peces, un restaurante, un bar y una pista de baile siempre  vacía. Las obras de artistas plásticos como Fabelo,  Nelson Domínguez, Choco, Ever Fonseca, aparecen  por  los rincones de la instalación, en  pinturas, jarrones, cerámicas, estatuas.

Villa Coral también es un sitio preparado para la lectura por los miembros de  los jurados internacionales, encargados de dictaminar qué escritor subirá al pináculo  cada año en los concursos de literatura.

Pero un misterio convertido en leyenda  por  los custodios y el personal de servicio del hotel pone sobre aviso a los huéspedes cuando  se instalan el primer día. Cuentan  que por  las noches se escuchan canciones y poemas entonados por voces que flotan en el ambiente y,  además, un gato negro ronda los pasillos y se han visto de madrugada extrañas siluetas deambulando   por los jardines.

El año pasado, en la habitación número 2, amaneció muerto un guionista de cine, y hace unas semanas, en la número 8, un  joven realizador de video de la filial de Bayamo vio algo raro ya en la madrugada, y sufrió un ataque cardíaco. Su madre, cantante de música campesina y miembro de la  UNEAC,  despertó  a gritos a  los huéspedes para que la ayudaran, pero su hijo murió camino al hospital.

Dice uno de los custodios del hotel que  tantos enigmas quizás se deban a que la edificación  fue construida sobre un antiguo cementerio, y pide a los huéspedes que escuchan sus historias. Que en la habitación número 1, por ejemplo, las ventanas  y la puerta se abren sin que nadie las toque, y que en el cuarto  existe un hoyo negro. Todo el que allí se hospeda, siempre pierde algo.

Puedo dar fe de lo que afirma el custodio: la única vez que disfruté  de  un descanso en Villa Coral,  despareció mi cepillo de dientes.