MIAMI, Florida, octubre, 173.203.82.38 -Por vigésima vez la Asamblea General de las Naciones Unidas ha votado a favor del levantamiento del embargo económico y comercial de Estados Unidos contra la dictadura castrista. Ciento ochenta y seis votos a favor y dos en contra sellaron la jornada.
Se trata de un tema hábilmente manipulado propiciador de las más variadas reacciones, tanto dentro como fuera de la Isla. Es, tal vez, el asunto más polémico en el contexto de las relaciones de Cuba con Estados Unidos cuyo debate implica inevitables enfrentamientos, incluso entre quienes mantienen una actitud de crítica y repudio al castrismo. No es exagerado afirmar que si algo fracciona a los cubanos y disuelve sus propósitos independentistas y democratizadores es justamente la cuestión del embargo.
El embargo ha significado la mejor coartada del régimen cubano para justificar sus reiterados fracasos y le ha dado, además, la posibilidad de construir un sistema cruel y represivo.
¿Significa, acaso, que el levantamiento del embargo traería libertad y democracia para los cubanos? ¿Es razonable creer que un régimen inspirado en el hegemonismo ideológico y el totalitarismo político modificaría su filosofía represiva de no existir el embargo económico? ¿Sería eficiente y próspera la economía cubana si Estados Unidos decidiera suspender unilateralmente sus sanciones? ¿Qué hay realmente en el fondo de ese vehemente deseo del castrismo por normalizar sus relaciones con Estados Unidos?
Hay mucha hipocresía. Al castrismo no le interesa el bienestar de la sociedad cubana. Y lo ha demostrado por más de medio siglo. Más alla de su retórica hay un solo objetivo: mantener el poder a cualquier precio, preservar los privilegios e hipnotizar al pueblo con promesas y consignas.
Cuba tiene acceso a todos los mercados internacionales. Ningún país, con la sola excepción de Estados Unidos, pone obstáculos en sus relaciones comerciales con Cuba. La única exigencia es que Cuba pague sus obligaciones contractuales y honre sus compromisos crediticios. La época en que las relaciones de Cuba con el campo socialista se sustentaban en el intercambio de azúcar por chatarras terminó hace más de veinte años. El mundo de hoy no responde a las absurdas exigencias del Consejo de Ayuda Mutua Económica, el fatídico CAME, cuya política desangró literalmente a la economía cubana.
Sea cual sea el grado de implicación del embargo económico, no fue precisamente éste quien depauperó a Cuba hasta llevarla al nivel en que hoy se encuentra ni el que puso en funcionamiento una maquinaria de terror y represión sistemáticos.
Castro y sus cómplices se alinearon en una “lucha de clases” inspirada en el marxismo-leninismo y sin la más mínima piedad hacia “el enemigo”. El castrismo decidió eliminar todo vestigio de progreso económico en Cuba, y lo hizo de una manera fría y calculada alcanzando por momentos una dimensión genocida. Y esa eliminación afectó sensiblemente la capacidad productiva del país. La “lucha de clases” destrozó irreversiblemente la probada capacidad del cubano en el ámbito profesional y empresarial.
Decenas de miles de cubanos con una sólida formación académica abandonaron la Isla. La improvisación, el ordeno y mando, junto a la indolencia, la insensibilidad, la mediocridad y la imprevisión desataron sobre Cuba sus devastadores resultados.
La ocultación de esa devastación se relaciona – al interpretarse internacionalmente – con algunas razones más especificas. La primera de esas razones tiene que ver con la idea de la revolución, del antiamericanismo, de la defensa de la dignidad y la independencia nacionales. En muchas mentes calenturientas persiste la idea de la bandera roja ondeando sobre el Kremlin, las imágenes de Marx, Engels y Lenin presidiendo los desfiles militares en la Plaza Roja de Moscú o la foto del Che Guevara en los de la Plaza de la Revolución en La Habana. Grupos abiertamente guevaristas toman las calles de las principales ciudades del mundo no dudando en reiterar las viejas consignas. Esa “pasión revolucionaria y antiimperialista” es la que promueve el SI en el plenario de la Asamblea General de la ONU cuando se vota por el levantamiento del embargo. Y junto a ese SI los inmorales intereses económicos.
El peor embargo impuesto a los cubanos es aquel que ha limitado su capacidad creadora, reduciendo al mínimo la posibilidad de convertirse en auténticos forjadores de su futuro. El embargo que sufre la sociedad cubana y que le ha impedido evolucionar hacia un sistema de prosperidad y bienestar se enmarca en las políticas represivas dirigidas contra la libertad de expresión, de inversión, de asociación, de emigración.
Y ese embargo que gravita sobre millones de seres humanos jamás ha sido debatido en las Naciones Unidas.
¿Puede una votación hacer olvidar el sufrimiento provocado por un sistema que ha durado medio siglo? ¿Se puede ser indulgente y solidario con ese régimen? ¿Qué se puede hacer cuando se trata de imponer la democracia y el Estado de Derecho incluso en países sometidos a tiranías crueles en países tan lejanos como Siria, Libia, Egipto mientras en esa pequeña nación del Mar Caribe un pueblo se debate entre la vida y la muerte? Faltan las respuestas y el compromiso con el pueblo cubano.
Tampoco debe resultarnos extraño que tantos años de crueldad y ensañamiento se interpreten desde una perspectiva puramente pasional e hipócrita.
Hasta el presente las Naciones Unidas no han expresado la más mínima preocupación ni exigido al régimen castrista una explicación oficial por la muerte de Laura Pollan. Muy pocos países representados en la ONU han denunciado los abusos contra las Damas de Blanco o los atropellos que se cometen diariamente en Cuba contra los defensores de los derechos humanos.
A las víctimas de aquel régimen nos mortifica, y mucho, la indiferencia del mundo democrático hacia la tragedia que ha ensombrecido y enlutado a Cuba por más de cincuenta años.