LA HABANA, Cuba. – El pasado lunes tuve que padecer de nuevo uno de los aspectos negativos de llegar a una edad avanzada: Paladeé otra vez el sabor amargo del dejà vu. Que alguien presente como una gran novedad lo que para uno está más que sabido; enterarme (como si se tratase de una experiencia original) de una situación que en realidad repite prácticas antiguas. En este caso específico, de más de medio siglo atrás.
Vivo en Cuba, un país cuyo pueblo ha tenido la singular desgracia —única en América Latina— de haber padecido un mismo régimen (por más señas, una dictadura socialista de partido único) durante más de 61 años. En esas circunstancias, nada tiene de raro que eso que se repite provenga del hipertrofiado aparato propagandístico de ese mismo régimen.
Este lunes, los cubanos interesados en los temas económicos (junto con los que solo deseaban ver el capítulo correspondiente del culebrón de turno, que habría de transmitirse acto seguido), tuvimos ocasión de ver un largo y aburrido documental cocinado en los estudios de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR). Su tema: el empleo del palmiche en la alimentación de cerdos.
Empleando un tono similar al que utilizaría alguien que anuncia al mundo el descubrimiento del agua tibia como elemento esencial de un baño reparador, los cineastas de verde olivo se explayaron en la enumeración de las bondades del fruto de la palma real como ingrediente básico en la dieta de la masa porcina nacional.
Se trata de una realidad que, desde antes de la trepa de los castristas al poder, era algo archiconocido. Incluso para un joven citadino como era quien esto escribe. El palmiche no solo servía para nutrir a los cerdos; también tenía la virtud de dotar la carne de los animales que lo ingerían de un sabor y un olor particularmente gratos.
El comentario más lapidario y certero sobre esta nueva arremetida propagandística del castrismo es el que colgó en Facebook el colega Luis Cino: “Las FAR acaban de descubrir que el palmiche es un buen alimento para los puercos. ¡Qué cosa!”. A fuer de sincero, debo reconocer que con eso está dicho todo.
Al triunfo de la Revolución castrista, recuerdo que se crearon unas academias para desmochadores de palmas. Se llama así a los trabajadores que, usando unos arneses especialmente concebidos con ese fin, trepan el enhiesto tronco de nuestro árbol nacional. Una vez en la copa, pueden cortar las pencas de la planta (que se convierten en el guano), las vainas de sus hojas (las yaguas) y los racimos de frutos (el palmiche, al que ahora —por cierto— los documentalistas militares han convertido en femenino).
En aquella época llamó mi atención que los jóvenes dispuestos a acometer ese ingrato trabajo tuvieran que permanecer en aquellos centros docentes durante varios meses. Yo no alcanzaba a comprender por qué tanto tiempo para poder realizar, una vez graduados, esa labor peligrosa y de baja calificación.
Con el tiempo comprendí que la inexplicable longitud del período lectivo tenía bastante poco que ver con el aprendizaje de la técnica para trepar los empinados árboles. Lo que perseguían los mandantes era disponer de tiempo suficiente para adoctrinar a los futuros desmochadores en la teoría del marxismo leninista. Esta actividad estaba a cargo de “pericones” provenientes del viejo PSP (Partido Socialista Popular, nombre eufemístico que se dieron los comunistas). Eran estos los responsabilizados con “lavarles el cerebro” (frase que parece exagerada y truculenta, pero que es de una precisión insuperable).
En días recientes, el compatriota Marzo Fernández, en una directa, recordaba esa y otras anécdotas de los años iniciales del “Proceso”. A la formación de los desmochadores se sumó el proyecto de una planta procesadora destinada a extraer el aceite de palma real, la cual incluso fue importada íntegramente de Bulgaria. Nunca funcionó.
Un fotorreportaje del periódico provincial Vanguardia, de Villa Clara, publicado este martes 28, se sumó a la campaña propagandística, al anunciar la constitución de la “primera brigada de desmochadores de palma en las montañas de Jibacoa”. Se trata de lo que siempre se conoció como el Escambray, pero los castristas quieren cambiarle el nombre por el de Guamuhaya, en un vano intento por borrar de la memoria colectiva la gesta de la insurrección campesina anticomunista allí escenificada.
Esos comunicadores oficialistas no mencionan siquiera el antecedente al que antes aludí, y que data de los años iniciales del “Proceso”. Sin embargo, no los culpo. Es probable que por aquellas fechas aún no hubieran nacido. Por ello me parece comprensible esa evidente omisión.
El trabajo periodístico villaclareño exhibe las características habituales de la agitación comunista. Esto incluye fotos con el infaltable banderón rojo. También las inevitables frases hechas que la neo-lengua castrista reserva para este tipo de escritos: “limitaciones económicas”, “importante labor”, “tiempos complejos”, “ahorrar divisas”, “sustitución de importaciones”. El escribidor castrista se refiere a los desmochadores como “aventurados que, a riesgo de la vida, llegaban a las alturas”.
De acuerdo al reportaje, los racimos de palmiche serán transportados en arrias de mulos primero, y en camiones después, hasta los centros procesadores. En las pantallas de los ordenadores y en el papel todo presenta un aspecto excelente. Solo habrá que ver si esto se mantiene cuando se choque con la realidad…
En el ínterin, nuestros colegas del oficialismo, gracias al mero hecho de abordar este nuevo tema, justifican sus salarios. Si ahora lo han logrado redescubriendo cuán bueno es el palmiche para alimentar cerdos, ¿nos presentarán tal vez en breve un reportaje sobre las bondades del agua tibia en el baño diario!
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