LA HABANA, Cuba. — Los primeros años de la revolución de Fidel Castro fueron los años de los cuentistas: los que vivían del cuento de la revolución y los que pretendían contarla.
En la década de 1960, jóvenes escritores vestidos de milicianos se arrogaron el derecho de narrar la épica revolucionaria. Fue lo que se conoce como la narrativa de la violencia. Sus autores más destacados fueron Jesús Díaz (Los años duros, de 1966), Norberto Fuentes (Condenados de condado, de 1968, y Caza-bandidos, de 1970), Eduardo Heras León (Pasos sobre la hierba, de 1970, y La guerra tuvo seis nombres, de 1968) y Manuel Granados (Adire y el tiempo roto, 1967).
Era una narrativa dura, áspera, en ocasiones brutal. Influenciada por Isaac Babel y Ernest Hemingway, reflejó descarnadamente como el nuevo régimen enfrentaba con puño de hierro a sus enemigos contrarrevolucionarios.
Aunque algunos obtuvieron premios o fueron mención en los concursos de la Casa de las Américas, tales relatos no fueron del agrado del Poder, que aspiraba a héroes al estilo soviético. Personajes como Grigori Melejov, el protagonista del “Don apacible” de Mijail Sholojov no podían morar en el Escambray: era mejor que, luego de fusilados, los enterraran en una tumba anónima. Y los milicianos y soldados de las Fuerzas Armadas Revolucionarias que combatían a los alzados no podían equivocarse, arredrarse ni tener debilidades, como las que tenían algunos personajes de los cuentos de Jesús Díaz, Heras León y Norberto Fuentes. Tenían que ser de hierro, sobreponerse a todo, como el Pavel Korchaguin de Así se forjó el acero (Nikolai Ostrogov) o el piloto de Un hombre de verdad (Boris Polevoi).
Los relatos de la contrainsurgencia en el Escambray costaron a la mayoría de sus autores prohibiciones, castigos y ostracismos más o menos largos.
A Heras León lo enviaron a purgar sus culpas trabajando como hornero en la Antillana de Acero y a Manuel Granados lo expulsaron de la UNEAC por ser “un negro pájaro y bocón”.
Y tampoco —aunque luego lo rehabilitaran convirtiéndolo en escriba de la corte verde olivo— vacilaron en castigar a Norberto Fuentes, que había calificado de “ejército de fábula” a la tropa contrainsurgente que comandaba Tomasevich. A los mandamases les disgustó el sádico regodeo en los fusilamientos que mostró Fuentes, quien decía que al bandido (como llamaban los castristas a los alzados) había que matarlo y “probar su sangre, como hacían los hombres de Panfilov”.
La narración de la guerra en el Escambray al gusto oficial debió esperar a que en el Decenio Gris la escribiera Manuel Cofiño, dentro de los cánones del realismo socialista, en libros como La última mujer y el próximo combate.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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