MIAMI, Estados Unidos. – Muy cerca de Barcelona, a la distancia de un breve y eficaz viaje en tren, vive el escritor y pintor cubano Juan Abreu, junto a su familia, en una casa acogedora y hospitalaria.
Hace años, desde que nos conocimos en Miami, tengo el privilegio de su amistad. Durante mi reciente visita a la ciudad ibérica estuvimos horas conversando sobre nuestros intereses intelectuales comunes mientras degustábamos un almuerzo opíparo, preparado por el propio Juan ―quien ha desarrollado un gusto por la gastronomía―, escanciado de vinos y exquisitos licores.
Juan pertenece a una estirpe de autores inclaudicables, los hermanos Abreu, legendariamente cercanos a Reinaldo Arenas, y acosados, sin piedad, por la dictadura castrista.
Son dueños de una literatura furiosa que aspira a la perfección y la universalidad, marcada por la traumática experiencia totalitaria, de la cual lograron finalmente liberarse.
Dicha dicotomía ha producido una bibliografía de cita obligada en la literatura contemporánea, que reconocidas casas editoriales, sin embargo, suelen obliterar, por no coincidir con sus atribuladas ilusiones de utopías revolucionarias distantes de sus vidas confortables.
En lo que buena parte de la intelectualidad cubana se arrodillaba ante sus victimarios y los “solidarios” colegas extranjeros les pedían que resistieran con sumisión la ignominia, Arenas y los Abreu eran el recordatorio de que todo no estaba perdido en aquella penumbra donde “nadie escuchaba”.
Libre, Juan nunca ha cedido a la corrección política en aras de complacer gradas de congéneres que buscan el consenso y así lo hace saber desde su tribuna-diario Emanaciones, donde da cuenta de la felicidad personal y de la estupidez humana en todas sus numerosas variantes.
No hay manera de ser indiferentes a las provocaciones de Juan Abreu. Son textos breves, fulminantes, de abundantes verdades y sarcasmo, sin perder la capacidad de interactuar divertidamente con el lector.
Recientemente, la Editorial Hypermedia ha publicado el segundo volumen de Emanaciones, donde se incluyen los textos aparecidos entre los años 2012 y 2015.
En el prólogo del libro, que pertenece a otro iconoclasta cubano con residencia en Barcelona, Jorge Ferrer, se puede leer: “Y la literatura y la vida, entendidas a la manera de Juan Abreu, son cualquier cosa menos hurtar el cuerpo, envainar la pluma, callar la boca. De hecho, son exactamente lo contrario”.
Durante el año 2015 supe del empeño de Juan por crear una suerte de tributo artístico muy particular y contestatario, pintando el rostro de los fusilados por el castrismo, desde los días iniciales de 1959.
Se calcula que han sido cerca de 6000 los muertos en aquellas circunstancias onerosas y Juan logró registrar unas 200 de esas caras anónimas a partir de viejas fotos que le hicieron llegar principalmente los familiares.
Mis gestiones para que la exposición figurara en alguna de las galerías del Miami Dade College, donde yo laboraba a la sazón, nunca alcanzaron el éxito que se esperaba en nuestra comunidad, depositaria de tantas tragedias causadas por la violencia castrista.
Durante mi visita a la casa de Juan y Marta, me emocionó ver en un espacio de altas paredes, muchos de aquellos cuadros con semblantes felices y llenos de vida, fulgurantes, como cuando fueron personas alegres, empecinadas en practicar la dignidad que se desvanecía.
En la distante comunidad de Valldoreix, nos miran y hasta sonríen, nuestros benefactores, quienes ofrendaron sus vidas para detener a tiempo la catástrofe que sobrevendría.
Mi amigo Juan Abreu ostenta otros numerosos libros, sumamente disfrutables, como esa parte de sus memorias que ha titulado Debajo de la mesa o las novelas Diosa y Gimnasio de un erotismo franco, sin tapujos.
Juan me recuerda a aquellos rockeros o cowboys clásicos que se funden con el horizonte en la despedida. Es una fuerza telúrica intelectual que no podemos desestimar. Afortunadamente, ya su fijeza está garantizada.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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