LA HABANA, Cuba. — Las comisiones parlamentarias de fines de 2014 poseyeron un denominador común: la constatación de que la añorada eficiencia no se alcanza con hacerle llamados. El régimen tuvo ante sí las estadísticas de su propio fracaso al dar a conocer, entre otros datos, que el producto interno bruto creció un 1.3% y no el 2.2% que estaba previsto.
Sin embargo, para el 2015 que recién comienza no se ha anunciado un cambio dramático que permita revertir las tendencias económicas negativa. Incluso se ha previsto un crecimiento del PIB del 4%, algo que cuesta trabajo no ya creerse, sino al menos imaginárselo. Se oyeron los mismos discursos triunfalistas y el discurso vacío, lleno de promesas a falta de cifras concretas.
Un vistazo crítico y no muy profundo a la economía cubana revela que esta marcha a dos velocidades. Por un lado la “planificación”, con sus consignas y estructuras renovadas a medias –aunque ni tanto–, intenta darle continuidad a un modelo fallido que ha generado la peor crisis en la historia de la nación. Dicha economía, más que calculada, es impuesta por quienes se declaran socialistas desde lo alto de sus tronos y no sufren la escasez.
Por la otra parte están quienes resuelven el día a día gracias al ingenio y al emprendimiento individual; los que hacen la economía “doméstica”. Paradójicamente ellos son mayoría, pero no tienen la capacidad de ejercer políticamente su tremendo poder. Y eso, gracias a que los “supremos planificadores” del orden imperante se aseguraron hace mucho tiempo de romper los mecanismos que permitirían la retroalimentación constante entre economía y política donde la primera tiene la voz cantante, algo que reconocían inclusive los fundadores del comunismo teórico en el siglo XIX.
A medida que crece la diferencia entre la gestión privada y la voluntad estatal, es más evidente que algo va muy mal. Los resultados son visibles en los análisis de las comisiones parlamentarias. El problema, claro está, es la interpretación de esos números negativos.
Sin embargo las sesiones de la Asamblea Nacional, lejos de analizar con objetividad la economía y dar un impulso a los cambios necesarios, concluyeron con un acto de reafirmación ideológica. Sucede siempre. No se anunciaron medidas críticas para mejorar el desempeño económico del país, y el mayor delirio lo constituye el crecimiento proyectado del PIB. ¿Cómo será posible lograr un resultado favorable, aplicando la misma fórmula centralista clásica, que falla año tras año?
La receta económica cubana es bien complicada. Está la dicotomía discurso-realidad, reflejada en el freno que suponen las leyes imperantes para la necesidad de crecimiento individual y el legítimo deseo de enriquecimiento. También está la marcada diferencia entre una gestión privada que opera “al menudeo” y la gestión privada de grandes empresas propiedad del gobierno-estado que manejan, aunque de forma pésima, millones en recursos.
Por eso no es sensato esperar mejores resultados para el próximo año, cuando otra vez se reúnan las comisiones parlamentarias e intenten encontrar al culpable de que los planes no se hayan cumplido. Después de halar algunas orejas, los dirigentes tratarán de dar borrón y cuenta nueva y comenzarán a ejecutarlo todo de la misma manera que lo hacen hoy. Es el ciclo interminable de su fórmula destinada al fracaso.