LA HABANA, Cuba. — La prerrogativa para disponer de los medios estatales a su antojo, ha llevado al gobierno cubano a convertir por estos días el principal canal de la televisión nacional en “el canal de la Cumbre”. Representa una oportunidad de lujo para constatar el tipo de propaganda que los cubanos deben consumir cuando no les queda más remedio.
La cobertura periodística es casi constante, si bien a menudo se pierde la precaria conexión satelital que mantienen “nuestros enviados especiales” con su cuartel general del Instituto Nacional de Radio y Televisión. Ni siquiera la comunicación se pudo cuadrar bien, pero eso no resulta extraño en un país donde internet constituye un lujo que se consume como el caviar, es decir, sólo unos pocos se pueden permitir apenas una probada.
Las transmisiones aparecen llenas de consignas arcaicas, a veces en vivo y en directo. Se ve además la actitud amenazadora, usualmente histérica, de los grupúsculos oficialistas cuya tarea de choque es boicotear todo evento donde compartan la lista de invitados con los opositores cubanos. Quienes defienden al régimen de esa forma se han demostrado alérgicos al diálogo, una lamentable incapacidad congénita de los totalitarismos.
La mañana de este viernes, la televisión cubana acompañó a las brigadas castristas que han protagonizado tantos eventos violentos en esta cumbre, para montar otro de sus números de circo en un hotel de la capital istmeña. Las cámaras se dispusieron especialmente para filmar a los gritones pro-revolucionarios enarbolando pancartas a todo color –¿cuánto habrá costado producirlas y quién las pagó?– donde se leían los típicos mensajes de reafirmación ideológica. Era la reproducción de un acto de repudio, un poco más colorido que de costumbre para la ocasión.
Del otro lado, se pudieron ver frugalmente los rostros de algunos opositores cubanos que, demostrando su tremendo valor y tolerancia, permanecieron con sus propios carteles también en alto, defendiendo sus ideas pero sin agredir a nadie, sin aspavientos, sin groserías. A diferencia de los que portaban las turbas que tenían enfrente, los suyos eran mensajes escritos apresuradamente, con palabras muy concretas a plumón negro sobre papel blanco.
Podía adivinarse que decían “democracia” o “libertad”, pero poco se podía leer en concreto pues “el canal de la cumbre” cambiaba de toma con una sospechosa rapidez. La televisión cubana había editado la grabación, difuminando además el contenido de los carteles de los opositores. Es la misma censura que se pone a palabras obscenas, porque para el gobierno cubano parece no haber nada más ofensivo que un reclamo de verdaderas libertad y democracia. No aquellas que supuestamente se deberían agradecer a la “revolución” como si fueran milagros recientes, sino la libertad y la democracia que por tanto tiempo han estado reclamando los disidentes, ahora reunidos en Panamá bajo el mismo techo que los oficialistas por mucho que a estos últimos les pese.
Se trata de los mensajes que “el canal de la cumbre” no quiere que se vean, contra los que sí pueden verse. La manipulación mediática pura y dura. ¿Cómo explicarle a los cubanos del lado de acá que unos “terroristas” y “mercenarios” reclamen valores que todo el mundo identifica como positivos? Lo que deben ver los cubanos de la Isla, en cambio, son las consignas de siempre, que gracias a las nuevas tecnologías lo único que tienen de diferente ahora son los hashtags delante.
Sin embargo, los brevísimos instantes que han durado los rostros disidentes en las pantallas y sus carteles mal censurados han servido para algo. Precisamente para darle cara a una oposición compuesta por individuos normales; no por los monstruos que la oficialidad quiere hacer creer y que no muestra sino muy de tarde en tarde. Y, por otra parte, ni siquiera el borrado de los carteles disidentes se hizo del todo bien: al final siempre se pudo ver algo, y esas pequeñas e involuntarias concesiones pueden marcar una diferencia en la reacción del público.