LA HABANA, Cuba. – En días recientes, el interés del cubano de a pie se ha centrado en el tema de las posibilidades o las limitaciones para depositar dólares en las cuentas en divisas libremente convertibles que constituyen el medio indispensable para adquirir, colas mediante, algunos productos electrodomésticos o alimenticios —cárnicos y lácteos, en particular— que no se encuentran en las tiendas que emplean la depreciada moneda nacional.
A fuer de sincero, hay que reconocer que las explicaciones brindadas por las autoridades no parecen muy coherentes que digamos. Como afirma el colega Alberto Méndez Castelló en este mismo diario digital: “Una vez más, la familia cubana semeja rehenes atrapados que no solo exigen un rescate, sino también hasta de qué color serán los billetes para pagar la liberación de los secuestrados”.
Por una parte, se señalan las grandes dificultades (que serían “crecientes”, si creemos la propaganda oficialista sobre el “bloqueo”) para que la banca cubana realice operaciones con el dólar. Al respecto, la colega Ana León, aquí mismo en CubaNet, escribió: “Lo que nadie se cree, por más que lo repitan en la Mesa Redonda, es que los dólares acumulados en las bóvedas del Banco Central de Cuba han perdido su valor de cambio porque no se pueden depositar en ninguna parte”.
En una encuesta de Diario de Cuba, el profesor Carmelo Mesa Lago afirmó que el resultado de la medida será que “el Gobierno recibirá un aluvión de dólares que le darán un respiro temporal”. “Los funcionarios del Banco Central ‘han negado que esto sea cierto’, pero ‘sin dar razones’”, se señala en el trabajo.
A su vez, la ya citada colega Ana León, en su trabajo dedicado al tema que lleva por título “El corralito es cada vez más estrechito”, califica la medida de “arbitraria, malintencionada y peligrosa”, y añade que “nada de lo que se decide en el Olimpo castrista tiene como objetivo mejorar la miserable vida del pueblo”.
El autor del presente trabajo, sin entrar a discutir esta última afirmación, tampoco desea darla por sentada. En este caso parece más oportuno exponer los hechos objetivos y dejar que el lector “saque sus propias conclusiones”.
De acuerdo con la retórica castrista (en vista de todos los trastornos y dificultades que —dicen ellos mismos— les ocasiona la tenencia de los dólares), la recogida urgente organizada en estos días parecería tener motivaciones altruistas. Ella reflejaría el deseo del régimen y sus autoridades de facilitar, a los compatriotas que poseen dólares, el depósito de la divisa en las cuentas en moneda libremente convertible con el fin de viabilizar la posterior adquisición de los artículos deficitarios.
En ese contexto, la habilitación de este sábado —¡e incluso del domingo!— para realizar los depósitos bancarios, representaría la prueba irrefutable de esa generosa disposición, del ardiente deseo de agotar todas las posibilidades para que los interesados puedan depositar sus dólares, sin que importe lo engorroso que el uso de esa divisa resulte a posteriori para el aparato bancario del castrismo.
Hay, desde luego, otra interpretación: El régimen cubano está desesperado por obtener cuanto antes el mayor número posible de la codiciada “moneda del enemigo”. Esa sería la causa de que que autorizaran el urgente depósito de los dólares… ¡hasta un domingo!
Y convendría aclarar también las características centrales del sistema de las aludidas cuentas en divisas. El efectivo queda, de entrada, en poder, del Estado. A cambio de sus dólares contantes y sonantes, el cubano de a pie obtiene únicamente el saldo en su cuenta en divisa libremente convertible. Con él, en principio, puede adquirir los productos alimenticios o electrodomésticos definicitarios.
Pero lo anterior, claro, cuando las tiendas sean surtidas. Además, a los precios prohibitivos fijados de modo arbitrario por el monopolio estatal. Estamos hablando de importes que, en promedio, exceden en un 150% o más los que rigen en los mercados de países del primer mundo.
Como es lógico, si aceptamos esta otra explicación, entonces la postura del régimen castrista quedaría explicada por la ambición de despojo, la codicia desenfrenada y el propósito de incrementar sus ganancias con la mayor rapidez posible.
Se trata, evidentemente, de dos explicaciones diametralmente opuestas. ¿Por cuál de ambas se inclina usted, amigo lector?
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