LAS TUNAS, Cuba. — Utilizándolos cual símil en esta parodia tristísima, en la que por no llorar de vergüenza es mejor reír, quiero pedir perdón a los papagayos y también a las aves migratorias que existen gracias a ese mágico, misterioso y bello prodigio que es la migración otoñal, cuando, con precisión que ya quisieran para sí los seres humanos, buscan refugio y alimentos en sus sitios de invernada para luego, llegada la primavera, regresar sin falta a sus territorios de origen.
En Cuba, para algunos en posesión de poder, es de gran utilidad tener un papagayo. Algunos dirán, y no sin razón, que hay miríadas de papagayos amaestrados, tan perfectamente entrenados, que, aun estando las cosas muy mal, los papagayos domesticados repiten: ¡Socialismo o Muerte! ¡Patria o Muerte! Todo está bien, bien, bien, requetebien. Puede que hasta los hayan entrenados para decir que todo va bien en inglés, y entonces digan: Oká, Oká, Oká.
Ese aprendizaje y la miseria reiterada del papagayo puede conllevar a que este decida irse, emigrar como un pato florido y volar 90 millas sin importar sus torpes alas para dejar atrás el roble de yugo y buscar una rama en el roble americano. Entonces, con el buche repleto de Coca Cola y Mcdonald’s, el papagayo dirá que todo estaba muy, pero muy mal en la isla/jaula y que lo obligaron a decir cosas malas de sus congéneres.
Pero puede que en lugar de un papagayo sea una papagaya presumida —y olvidada de su oficio de vocinglera de los mandamases en la isla/jaula— la que, sirviéndose de su experiencia bilabial, se transforme en gestora/vendedora de prácticas para el buen vivir de las personas que antes escupió y maldijo, llamándolas escorias, mercenarios y vendepatrias.
Parece estupendo eso de poseer manadas de papagayos nativos y foráneos promocionando cáscaras cuales bistec. ¿No creen ustedes? Óiganme, un papagayo es como un camaleón, sólo que los camaleones no hablan, son seres inofensivos.
Por esa razón —la del peligro de convivir con papagayos amaestrados por el poder— es preferible convivir con una vaca. ¡Sí señor! Es más conveniente compartir espacio con una vaca silenciosa y a veces mugiente que con un papagayo viperino. Un papagayo amaestrado por el poder —y todavía más si es por caciques rojos—, con su lengua curvada, no es cosa de juegos. Imaginen ustedes cómo será convivir con bandadas de ellos, (bueno, ya lo sabrán allá en Florida dentro de unos días, cuando los papagayos se aclimaten) es terrible: bajan el cogote así, así, para que le rasquen las plumas y les den unas migajas de pan, algo de pienso para pollos de ceba y, por supuesto, el pie forzado para el discurso de turno. Entonces, esa lengua curvada, cual afilada hoja de hoz, hecha a andar, días y días, semanas, descuartizándolo todo y a todos a su alrededor, hasta que el manejador, o ellos mismos manejándose, cambian el pie forzado y la bandada de papagayos arranca con otra palabrería, venenosa o estupendamente halagüeña, según sea el orden del día. Ay, Dios. Espantoso.
Pero una buena vaca es otra cosa. Una buena vaca es digna y conoce su oficio. Tanto, que si no retribuyen su esfuerzo no da leche, ni gota. Hágale a una vaca lo que a un papagayo y verá las consecuencias. Las vacas no creen en cuentos como los papagayos que creen todas las historias que les hacen y luego las repiten al pie de la letra, hasta que deciden emigrar sin un ápice de vergüenza junto a los que antes denigraron con su cotorreo.
Pero ese no es el caso de una Holstein, de una Brown Swiss, de una Charolais ni de una buena vaca Cebú. Las vacas necesitan literatura clásica, algo así como Cervantes, la dramaturgia y la pulcritud en los diálogos de Benavente. Y nada de himnos ni de consignas, sino música, pero no de tambores y maracas, no señor, sino música clásica: Beethoven, Mozart. Sí señor, como le digo. Por eso es que acá, en Cuba, no tenemos leche ni queso ni mantequilla ni carne y la gente huye. Necesitamos Arte para manejar el ganado. ¿Pero cómo pedirle al ministro de Cultura o al exministro que aprendan a ordeñar? ¿Cómo pedirle al señor presidente de la República, digo, del Hato, que aprenda a ordeñar si el ministro de la Agricultura no sabe excitar a una vaca?
Por esa razón en Cuba abundan los papagayos y escasean las buenas vacas. Porque con los papagayos es diferente. Los papagayos se conforman con una cucharada de cualquier cosa, da igual si es aceite de soja o aceite usado de motor. Por esa razón los caciques rojos crían papagayos en lugar de ganado. El ganado necesita buen manejo: pasto, heno, agua, sombra…, pero los papagayos no, a ellos basta con mantenerlos entretenidos y en parloteo constante, segando a cuantos les manden cortar y destripar con su pico curvado de hoz. Y es que un papagayo genuino se alimenta de palabras. Esa es la razón de los prolongados discursos: alimentar papagayos. Esa es la razón de tantos ministros que, aunque no saben ordeñar, sí son entendidos en lenguas curvadas. Pero, ¡cuidado!, aunque los papagayos domesticados jamás desobedecieron a los caciques rojos en la isla/jaula, puede que llegados a Florida comiencen a reclamar derechos a Washington. Ya algunos lo hacen.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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