GUANTÁNAMO, Cuba.- El derecho de autor, sus vínculos con las industrias culturales y con las entidades que se encargan de su protección a nivel internacional es un tema que nos acerca a múltiples y complejos problemas del mundo de la cultura y la propiedad intelectual contemporáneas.
Se trata de un derecho que, según la especialista Delia Lipszic define en su libro Derecho de autor y derechos conexos, es el conjunto de facultades del que goza un autor en relación con la obra que tiene originalidad individualidad suficiente y que está comprendida en un ámbito de protección dispensada.
Todo eso lo aprendí leyendo hace unos años el excelente libro Derecho de ¿autor? El debate hoy, de Lilliam Álvarez Navarrete, publicado por la Editorial Ciencias Sociales en el 2006.
Entre las facultades que tiene el autor está la de autorizar o no la publicación o divulgación de su obra, un derecho que el castrismo ha violado por décadas de forma reiterada también en la divulgación de películas como de obras musicales. La situación ha llegado al extremo de que Cuba padece el mismo mal de las ediciones piratas y masivas de películas, series televisivas y documentales que se venden libremente en las calles por vendedores particulares. En no pocas ocasiones la telenovela extranjera o nacional que trasmite la televisión cubana ha sido vista por los interesados mucho antes de que concluya oficialmente su trasmisión. Igual ocurre con algunas películas cubanas, entre ellas las que el régimen censura.
El caso de los libros merece un análisis aparte, porque si el Gobierno cubano comenzó a piratear las películas norteamericanas de forma masiva a finales de la década de los setenta, la impresión pirata y masiva de los libros comenzó en la década de los sesenta del pasado siglo con la creación de la editorial “Ediciones R”, por indicaciones del mismísimo Fidel Castro, según ha sido publicado.
Dichas acciones ilegales alcanzaron tal masividad por la justificación del castrismo de que no estaba en condiciones de pagar en dólares los derechos de autor por esas obras, y que el país las necesitaba para dotar a los estudiantes universitarios y de otras enseñanzas de conocimientos actualizados, los cuales, dicho sea de paso, procedían del sempiterno enemigo capitalista.
Textos de gran valor como La imaginación sociológica, de C. Wrigth Mills, Historia General de las Civilizaciones, de Maurice Crouzet, Interpretación y Análisis de la Obra Literaria, de W. Kayser, el Diccionario Español de Sinónimos y Antónimos de Sainz de Robles e Historia de la Literatura Universal, de Van Tieghem, por citar sólo algunos ejemplos, fueron publicados en tiradas de miles de ejemplares sin que sus autores ni sus herederos recibieran un solo centavo.
Igual ocurrió con decenas de títulos correspondientes a las ingenierías, y las carreras de psicología y medicina. No es desacertado afirmar entonces que los éxitos de la medicina cubana se edificaron sobre la base teórica creada por los médicos y científicos norteamericanos.
A pesar de que esto es algo archiconocido por todo cubano que haya visitado una biblioteca pública o una librería de aquellos años, desconocía que la apropiación de conocimientos ha abarcado también áreas del castrismo tan incompatibles con la ideología capitalista como el mismísimo Ministerio del Interior (MININT).
Recientemente hice una visita a La Habana y fui a dar un recorrido por las tarimas de los libreros situados en la zona del Palacio del Segundo Cabo. Allí vi como un individuo compraba nada más y nada menos que una decena de libros editados por la editorial Capitán San Luís, del MININT, a precios que oscilaban entre 5 y 20 CUC cada ejemplar. Me sorprendió el suceso, pero más sorprendido me sentí cuando comprobé que todos esos libros estaban escritos por oficiales de la “antipopular” y “asesina” policía norteamericana, según gusta de afirmar la prensa oficialista cubana para denigrarla. Es decir, con los conocimientos de los policías “malos” el MININT forma a nuestros policías “buenos”.
Entre esos libros estaban La policía y la sociedad, de Paul H. Ashenhust, Inspector del Departamento de Policía de Dallas, Texas; Investigación de Delitos, de Charles G. Vanderbosch, miembro de la Asociación Internacional de Jefes de Policía, División de Normas Profesionales, Washington D.C.; y Técnicas para el Instructor de Policía, de John C. Klotter, profesor de Administración Policíaca y Director Adjunto de Southern Police Institute, Universidad de Louisville, Kentucky, ex agente especial de la Oficina Federal de Investigación y exdirector de la División de Libertad Condicional del Estado de Kentucky.
Desconozco cuándo fueron publicados esos libros en los EEUU y en Cuba, porque la editorial Capitán San Luis no publicó esos datos. Hubiera querido retratarlos todos para dejar constancia, pero cuando el comprador me vio haciéndolo me exigió que le pagara 0,50 centavos de dólar por cada foto, porque, según me dijo, había hecho una inversión muy grande en esos libros. Le propuse 3 CUC por fotografiarlos a todos pero no aceptó, recogió todos los libros y salió como bola por tronera rumbo a la calle Obispo.
Desconozco si el individuo de marras era un aprendiz de escritor de novelas policíacas, de detective privado o un amante de la investigación criminal. No pude preguntárselo, pero al menos pude hacer algunas fotos.